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El arte de lamber

Hace poco, un señor llamado Oquendo Medina, puso en circulación en los salones de Funglode, la fundación irregularmente creada por el Presidente Leonel Fernández, con cheques sin fondos del Baninter, (e irregulamente mantenida con fondos públicos) un libro sobre el “liderazgo” político de –¡Adivinen quién!- el Presidente Fernández.
Por Sara Pérez

Los hombres y las mujeres son las únicas criaturas sobre La Tierra con el potencial que lamer con fines recreativos, en vez de higiénicos, reproductivos, nutricionales, curativos o desparasitantes, como hacen otros especímenes.

La gente se puede definir porque lame por placer. No como los peces que mordisquean las rocas en busca de minerales, ni como los gatos que se bañan muy prácticamente con su saliva. De hecho somos los únicos que solemos acoplarnos porque llevamos gusto, como motivo primordial.

Nosotros y nosotras lamemos, libamos, chupeteamos, chupamos, mamamos y succionamos por gusto, que es el mejor de todos los motivos para hacer lo que sea. Bueno, al menos tenemos el potencial.

Hasta la rijosa sabiduría de la lengua española se encompincha con los afanes del goce, proporcionando esa variedad de términos que recogen una misma acción, pero sin llegar a ser sinónimos con equivalencias exactas.

Los tan parecidos chupetear y chupar tienen matices distintos. Lo que se chupetea no se tiene todo el tiempo de la ceremonia dentro de la boca y lo que se chupa sí.

Libar es una palabra alada como una libélula, un punto culminante que implica beber algo esencial, vino, agua, sudor, semen. Succionar sugiere la presencia de una energía marcada y es un término más mecánicamente intenso que el relativamente simple lamer o lamber, que consiste en un hasta cierto punto inocente pase de lengua.

Fellatio y cunnilingus por estar tan en latín, suenan solemnes y parecen recién salidas de un monasterio.

La disposición y habilidad para buscar el goce –no sólo la simple supervivencia, ni la siempre tan angustiante y frecuentemente absurda reproducción- define a los seres humanos tanto como, según Stanley Kubrick, los define el uso de las manos, como instrumentos de intenciones. La lengua tiene más intenciones que las manos.

Hay algo primordialmente humanista en la gratuidad de las mamadas eróticas y mucho de divino en sus desfallecientes desenlaces.

Con una mayestática succión resucitó Isis a Osiris entrando la -primero extraviada y luego artificialmente fabricada- verga del dios hasta la campanilla de su garganta profunda. El dios egipcio Osiris fue el primero del que se tengan noticias, en someterse a una faloplastia.

Miguel Ángel no fue tan absolutamente explícito, pero sí marcadamente sugerente, cuando pintó en La Capilla Sixtina, un “Pecado Original” en el que Eva suspende por un instante la felación que le está proporcionando a Adán, para recibir instrucciones de La Serpiente, ya que Adán, con el pene semi erecto, se distrae maroteando una fruta. Nuestro primer padre tuvo que ser expulsado del Paraíso para que se espabilara un poco y aprendiera a ordenar sus prioridades

Vetustas y memorables felaciones y cunnilingus, homo y heterosexuales, lésbicas, en parejas y en orgías hay por miles, en los vasos griegos, en las antiguas y fabulosas ilustraciones chinas destinadas a la inspiración sexual, en viejos templos y códices hindúes, como el conocidísimo Kama Sutra, en el que se dan sugerencias prácticas (basta con seguir el ritmo de Lía, de Ana Belén, para que todo salga a pedir de boca y nunca mejor empleada esa expresión), en el arte romano, en las ruinas de Pompeya, (estuve de visita hace un par de años y son magníficas) y hasta en la biblioteca de mi casa, que tengo adornada con unas reproducciones espectaculares de cerámica erótica mochica.

Desde la primigenia ceremonia de mamar para alimentarse, juicioso procedimiento que ubica al animal humano dentro de la familia de los mamíferos, hasta el libidinoso succionamiento homosexual que el divino Paul Verlaine ejecuta a un amigo, en su poesía titulada “Monta sobre mí”, el acto de acariciar lo ajeno con la lengua propia ha sido instituido desde el principio de los tiempos como un ritual trascendente, aunque haya sufrido desconsideradas campañas en su contra.

Chupar es una de las más complejas y hermosas destrezas de la especie humana. Equiparable a hacer poesía y tan sublime como la música, el dominio de esa disciplina es el arte supremo, el deporte definitivo, reservado para quienes pueden conjugar espíritu, cuerpo y cultura en el despliegue de sus superiores habilidades.

Como para degustar un vino, una fellatio que aspire a circunscribirse a una impecable tradición clásica debe iniciarse oliendo a profundidad el objeto a degustar. Nada más atractivo que un falo con unas más o menos sutiles notas de queso añejado y mariscos frescos. ¿Por qué creen que el caviar y las trufas blancas son tan caros? Huelen y saben a recovecos de hombre. El resto puede ser tan diverso como preferencias tengan los/las ejecutantes. A mi juicio, una juguetona ternura felina, ligeramente enérgica, es lo más recomendable.

La más íntima de todas las caricias, merece respeto, así es que a mí no me parece bien que se llame “lambones” a los alabarderos por los que se hacen rodear los presidentes. No merecen esa distinción. Yo misma he cometido injusticias en la aplicación del término, pero prometo enmiendas.

En tanto y terminada la disquisición sobre lambonerías y lambizconadas, hay un problema serio con la administración de cobas y bombos en el gobierno, pagados sabrá Dios a qué precios.

Hace poco, un señor llamado Oquendo Medina, puso en circulación en los salones de Funglode, la fundación irregularmente creada por el Presidente Leonel Fernández, con cheques sin fondos del Baninter, (e irregulamente mantenida con fondos públicos) un libro sobre el “liderazgo” político de –¡Adivinen quién!- el Presidente Fernández.

La actividad pudo haber pasado desapercibida entre la apoteósica cochambre de adulonerías que habitualmente persigue a los presidentes dominicanos en general (¿recuerdan la estatua de Hipólito montado en Pegaso, el caballo alado?) y a Leonel Fernández en particular, cuya priápica nómina de tumbapolvos resulta impresionante.

Según lo reseñado por la prensa, al señor Oquendo consideró en su presentación que Leonel Fernández “es un líder liberal, pluralista, con visión de futuro, concertador, moderno, carismático, pragmático, digno de ser imitado por las presentes y futuras generaciones y posee el mayor de los liderazgos políticos que nunca antes, desde 1844 hasta hoy, haya conocido la República Dominicana”.

Pero si no por el señor Oquendo, quien pudo desbordarse con la emoción en su epopéyica coyuntura de sacudir la mano del Presidente, sí hay que detenerse ante el Presidente que no se empalaga con las anegaciones viscosas de sus adeptos.

Al menos lo que se dice en algunos corrillos diplomáticos es que la mitomanía del primer ejecutivo ha roto diques y que la necedad, tipo nubarrón de moscas, de los embajadores y enviados especiales dominicanos ha llegado al paroxismo, persiguiendo y acorralando víctimas en los círculos internacionales, al gestionar con impertinencias declaraciones de apoyo a las propuestas el Presidente, a petición del propio Presidente, que usa los recursos del gobierno para autopromocionarse en el extranjero.

¿No les parece que hasta Trujillo era un poco más sobrio, con todo y su bicornio napoleónico adornado con plumas de marabú? Acento.com.do

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