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CUANDO EL INFIERNO SE POSO EN TAMBORIL


"Y miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que estaba sentado sobre él tenía por nombre Muerte, y el infierno lo seguía, y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra para matar con espadas, con hambre, con mortandad y con las bestias de la tierra" Apocalipsis 6:8.


 -RELATO-


El penoso cauce del río Licey corre por una estrecha cañada. Al pie de la loma se puede divisar, cual fogón encendido, el brutal sol de agosto. Tiene esta vez la insolencia de un boxeador que ha noqueado. El día se hace adulto y promete que hoy no será.

2


Tan recalentada está la tierra que parece botar fuego por sus hendiduras. La lluvia se ha olvidado de Tamboril, los árboles están destrozados y tristes. Pero Dios es grande. En Boca de Licey, Matilde alza la mirada al cielo, con violencia tira al suelo el pequeño cubo que traía pegado al cinto, y dice, a bocajarro:

-Pero Labradoi: y cuándo eh que tú va ja mandai agua pa' ca?

Razones le sobran a esta mujer para implorar al santo que se ocupa del agua en la tierra. Los más de tres kilómetros que ha caminado para conseguir esta irrisoria cubetica de agua que ahora con razón desprecia son un atisbo del abandono divino. Por eso hay que rezar y colgar botellas en matorrales con la barriga hacia arriba y la parte estrecha apuntando a la tierra.


3


El cuadro general es desolador. Los sembradíos están echados a perder. No son una ni dos las cosechas que han sucumbido ante la inclemente sequía. En el campo no encuentran qué hacer. Muchos campesinos han bajado al pueblo y se han refugiado en casa de familiares, con todos sus animales enflaquecidos hasta los huesos. Pero hoy el sol reberverante es insoportable, el sopor no parece humano. La situación llegó a su clímax.

-Caray, pero será que no diremo ja' quemai to con ete caloi dei diablo? -dice con la boca algo retorcida, tras sacarse un largo cachimbo de la boca el viejo Juan Monsanto.

4

De pronto, el sol comienza a desvanecerse. Sus candentes fulgores se han visto reducidos a simples hilachas. Las nubes se apelotonan una sobre otra, configurando la antesala de lo que viene. Parece como si quisieran descargar de un tirón algún viejo rencor hasta hoy contenido. El cielo encapotado hace temer algo grande.


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Está lloviendo! Es incríble! Un torrencial aguacero comienza a cubrirlo todo. En los techos de cinc zumba con largo estrépito el sonido del agua. Brama.

Apenas trasncurrida una hora, el moribundo río Licey se ve crecido. Lo que hasta hace un rato era un arroyo cuyo cauce le quedaba grande al agua, ahora amenaza. Da claros indicios de quererse desbordar.

Al filo de la loma, la que antes era de fuego, se puede advertir que la lluvia es intensa y despiadada. Parece que le ha pegado fuerte a la boca del Licey, que corre con sin igual petulancia en el centro.


6


Dos horas lleva lloviendo sin parar. Los ruegos han sido atendidos en el cielo. Sin embargo, si ha sido obra del santo que organiza las lluvias, como cabe suponer, es obvio que se le ha ido la mano. El arroyuelo traspasó su cauce, el que era ancho a su corriente. Se ha metido por las calles del poblado, anegándolo todo. El caos ha tomado control. Lo insólito ha ocurrido: el pusilánime río Licey ha reunido de un tirón, una mala tarde de santos y velones encendidos y danzantes en llamas, toda la fuerza que nunca tuvo desde que es río. Ha arropado por completo a Tamboril.

No hay un sector a salvo, desde Bocas de Licey hasta La Cacata, La Soledad, Barrio de Ico, Cruz del ahorcado, La Anacahuita, La Peña, Los Polancos, El Arenazo, 'Joyo de los perros', Barrio Felipe Durán, Sal si puedes, Los Fritíos y Barrio Libertad. El paisaje general parece una mala postal de Venecia en tiempos de tempestad. Los trastes de las humildes casuchas arrasadas por las aguas boyan por todo el pueblo. Varios carros van encaramos en la cresta del agua mostaza que furibunda y opaca lo cubre todo.

Al día siguiente se hace evidente que los daños materiales son altos. El comercio está paralizado. Horas de lodo y desespero invaden al pueblo. Los afluentes cercanos también volaron sus cauces. El río Canca bajó de entre la cordillera con una furia inusitada, arrastrando consigo casas y animales y, peor todavía, sepultando tras su arrogante paso las pequeñas esperanzas de miles de hombres diminutos.

Lo mismo ha sucedido con los pequeños arroyos de Nigua y Guazumal, en cuyas estrechas calles el daño es de proporciones incuantificables. Se habla de cuatro muertos.

8

Una barrica flota en el agua. Nada de extraño habría en esto si no fuera porque ahí va un cuerpo. Un cuerpo inerte. Una vida marchita. La vida de Matilde, de tan precaria que era, cupo entera en una barrica. La crueldad de la muerte se ha expresado de nuevo. Esta mujer es la misma que antes, cubeta en manos, clamó con resabio por lluvia al más allá. Pero: será que llegan a ser tan siniestros los santos? Este mismo San Isidro Labrador se la ha llevado junto a la sucia cañada.

La ha borrado como borrado quedará el Licey otra vez. Cual ánima en pena, sólo se ha erguido para sacar la lengua, una lengua despreciable que el ecosistema mismo cortará.

9


Ni los vestigios de la tragedia quedan. Tamboril es pueblo grande y ejemplar. Todo se ha recuperado. No importó que el gobierno del momento se redujera a cantaletear, como siempre pasa, un apoyo que se disipó entre las manos oscuras de turno, las que no terminan jamás de saciar su voracidad irreductible. Esas mismas que se tragan a mordiscos las ilusiones de todo un pueblo. Pero lo importante es que las voluntades aunadas han derrotado hasta a la naturaleza.

Le han mostrado, cual Bolívar en su pináculo, "que si la naturaleza se nos opone, la combatimos".

10


Quedará, eso sí, el recuerdo de tan infausto evento. Un amargo sinsabor, una barrica que boyará por siempre en muchas mentes, y una duda, una inquietud que desde ya se ha instalado en el recuerdo de la mayoría de tamborileños, los siempre nobles tamborileños: Quién ha sido mentor de esa afrenta? Habrá sido el santo de nombre Isidro, o Satanás ahora guarecido tras el fino hilo de agua que nuevamente corre tímido, lerdo, sin fuerzas?


*Tomado del libro de relatos Restos de corazón, de Johan Rosario.-

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