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Matatana enyipetada como patana en campaña


Por Sara Pérez

El domingo pasado salí a la calle, en Santiago, sin antes hacer las prudentes averiguaciones habituales, para asegurarme que no me encontraría con procesiones religiosas, u -¡Horror de horrores!- caravanas políticas.

Si hay festividades religiosas, especialmente fraudes de corte milagrero, procuro evadir hasta los avistamientos distantes. Tengo suficiente con la cuota que debo soportar en algunos inevitables entierros.

Programo las salidas que obligan a internarse en la ciudad para los domingos, porque suele haber menos tránsito y evito visitar el país cuando arrecian las campañas electorales, porque son insoportables, violentas, atropellantes, idiotizantes, irritantes, mediocres, vulgares y grotescas.


La interacción en las calles, en circunstancias "normales", sin que esté pasando algo, amerita una clase de truculentos malabarismos para los que no estoy muy bien dotada.

Las calles son el escenario por excelencia para la exhibición del desorden y de la imposición violenta de los más atropellantes y arbitrarios. Es un buen sitio para que se explaye el matatán abusivo y jodedor que no cumple leyes, ni respeta derechos de otros.

Pocos ocupan un carril. La mayoría prefiere ir en medio de dos. En ocasiones se debe a que el vehículo va sobrecargado en una carretera mal hecha y el conductor se "equilibra" –a veces inconscientemente- sobre el más o menos sutil vértice de la vía. No importa que la obstruya. El derecho ajeno no es su paz.

Muchos parecen dispuestos a chocar de frente con una patana, con tal de evadir un hoyo, lo que en algunos casos no deja de ser una preferencia acertada. Del que se va por uno de los hoyos de la carretera "turística" que pasa por La Cumbre, de Puerto Plata, no se vuelve a saber nada, más munca.

Pocas conductas pueden acarrear tantas desgracias, malentendidos y desconciertos como detenerse ante un semáforo en rojo.

He visto una mudanza en un Honda 60, que incluía un colchón de dos plazas, transportado sobre las cabezas de los cinco pasajeros del motor y es de por más familiar la estampa del motorista que acarrea un cilindro con cien libras de gas, amarrado con una soga, en precario equilibrio, sobre el asiento trasero. Hablando de gas, es preferible no averiguar nada sobre los inexistentes controles de las autoridades para el uso generalizado del gas propano en los vehículos.

No se puede confiar en que en una calle de una sola dirección, no va a aparecer alguien en vía contraria, mirando para atrás y hablando por el celular. Mientras más cargado va un vehículo pesado, a mayor velocidad quiere ir el conductor y más rebases, preferiblemente en curvas, decide hacer.

Muchos choferes de autobuses que transportan pasajeros, como unos que he visto de Caribe Tours y otros de Transporte Espinal, parecen que estudian a fondo el reglamento para que no se les escape ni un solo recóndito detalle de todo lo que deben violar. Pero ni así consiguen ser más que pálidos prolegómenos de las guaguas "voladoras", unos delirantes proyectiles de comportamientos erráticos, que suelen poblar las lunáticas vías interurbanas, como naves de pesadilla que se dirigen a la nada, con los cobradores y algunos pasajeros enganchados por fuera y batidos al viento como banderolas.

Hay choferes de carros públicos se llevan las palmas de la imprudencia. No les importa causar un accidente con tal de no perder un pasajero.

Donde solo caben dos carros, compiten ocho docenas por ocupar todos el mismo sitio. ¿Verdad que todos han sido rebasados a la izquierda y a la derecha simultaneamente? Los conductores suelen salir de las calles secundarias a las de preferencia, a toda velocidad y sin mirar hacia ningún lado, o hacen rebases temerarios, a veces para detenerse con toda parsimonia, cuatro metros más adelante.

Los camioneros se conducen como si estuvieran en el salvaje Oeste. Una de las últimas veces que fui a Santo Domingo, rebasó un camion por la derecha, por un espacio en el que a duras penas cabría un patín. De hecho, el camión rebasó completamente encaramado sobre la acera, con solo la rueda dalantera izquierda sobre el pavimento. Saludé al camionero levantando el dedo medio de la mano derecha. No era para ofenderlo, sino para felicitarlo.

A numerosos motoristas parece darles lo mismo acabar vivos o muertos. Muchos conductores de vehículos grandes se conducen como si motoristas y ciclistas no tuvieran derecho a usar la calle. Los peatones no les importan a nadie y muchos de ellos no parecen tener la menor idea del riesgo que corren permanentemente.

Las únicas dos funciones institucionalizada actuales de AMET son despejar las calles para que pasen el Presidente y los funcionarios y recopilar dinero con las multas para que los funcionarios tengan una fuente extra de dónde robar. Las nosecuántas otras dependencias estatales que bregan con el transporte, solo sirven como abono del clientelismo político y como repartidoras de bienes públicos y de contratas para el enriquecimiento particular de algunos.

El problema no tiene nada que ver con idiosincrasias e identidades de ningún pueblo ,como tan alevosamente se ha predicado. Por un lado se relaciona con las precariedades y defectos de una infraestructura vial que se ha desarrollado , primordialmente, para enriquecer a dos o tres ladrones y privilegiar a algunos capitales privados y no para responder con eficacia, economía y racionalidad a las necesidades integrales de desarrollo y transporte de un país. Por otro lado y como complemento, ese desorden mayúsculo empata con el arraigado y galopante prestigio del matatanismo corrupto, agresor y violento, que necesita ratificarse , autoafirmarse y explayarse en cada uno de los gestos que hace y en cada paso que da.

En ningún otro sitio como en la calle y en ninguna otra actividad como en el transporte, se está tan obligado a competir centímetro a centímetro tan agresivamente, en un frenético todos contra todos , que reduce a la gente a una horda como de caníbales enloquecidos. Así pasó de repente el domingo. Fue como hallarse en el medio del Aqueronte.

El tapón se hizo mayúsculo en la intersección de la Avenida Estrella Sadhalá con Mirador del Yaque , debido a una apoteósica caravana que cruzaba por la Avenida de Los Jazmines y que por un momento creí que era de Danilo, pero que resultó ser de la primera dama haciendo campaña con fondos públicos. La mayoría de los atrapados en el tapón ni siquiera tenían nada que ver con la caravana, pero las docenas de tipos de AMET y otros departamentos, solo atendían la avenida por la que pasaba el desfile, dejando todo el resto a la brigandina.

Alguno de esos idiotas debía saber que si no por respeto hacia la gente ajena a esos asuntos, por una cuestión de seguridad de la señora candidata, hay que mantener dentro de cierto orden, despejados y fluidos, los puntos neurálgicos adyacentes al trayecto.

En calidad de rehén del desorden, alcancé a ver el paso de la mamá-macho matatana enyipetada y fue como ver un accidente de patana desbocada.

Ví el fracaso de un país retratado en la opulencia obscena de una campaña de dispendio bochornoso. Fue el desfile de la impunidad coronada, del atropello sin respuesta, de la expoliación sin castigo.

Me dio pena la gente joven sentada en las ventanas y techos de los carros, exponiéndose a accidentarse o morir.

Me dio pena la gente vieja, exprimida, despellejada, tan dispuesta a lo que sea para que le den algo. Me descorazonó ver los adultos disminuidos en su mediocre e indigna aspiración de ser botellas. Me sentí ofendida con el despliegue de recursos impunemente despojados a los que no tienen nada y andan mendigándole a los políticos lo que estos le han robado.

Me sentí indignada pensando en la gente atrozmente enferma, en los niños desnutridos, en la gente machacada, en la gente desesperada, que no tiene de dónde aferrarse, en los jóvenes sin la educación , en las adolescentes embarazadas, en las mujeres maltratatadas, en los viejos desamparados, en la gente sin trabajo

Espero no volver a encontrar, nunca, otra de esas repulsivas y aberrantes caravanas. *De: Acento.com.do

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