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"Me miro para apreciar las bellas y desafiantes líneas de mis grandes y redondeadas tetas"

 ... "Tal vez deje crecer un poco el vello y lo pinte de rojo con reflejos dorados, para que combine con los hermosos colores del otoño".

Por Sara Pérez

Para encontrarme un poco donde me extravío siempre, dentro de mí, el arte es el camino favorito o al menos el único que por estar empedrado y resultar frenético, inquietante, doloroso y grato, parece dirigirse a algún sitio, aunque no se me ocurre adónde.

Me reconcilio con la condición humana cuando veo, leo, escucho, huelo, saboreo o toco algo magnífico, hecho por alguien que se volcó a sí mismo, sacando de adentro sus gemas, nervios, lodos y sangre. El espectáculo no siempre es exactamente hermoso, pero sí revelador, aunque se encuentre en medio de cerrados bosques de sombras y enigmas.

Por años fue una agreste ruta trazada casi exclusivamente por la literatura, al extremo de que estoy convencida -tal vez esté buscando excusas- de que algunos de mis defectos más odiosos y el par de virtudes tenues y escurridizas (qué balance más judeocristiano) han salido de las novelas de Tolstoi.


Como una masa de barro informe, entré a esos libros cuando tenía unos 15 ó 16 años. Ahora tengo 48, fragorosamente vividos. Me han pasado por encima con una apreciable consideración que agradezco a quien corresponda –creo que a mí misma-.

No voy a salir nunca de aquellos textos. De muchas formas son mi casa. Sé que hay algo enrevesadamente ruso en los tormentos y placeres de mi espíritu y de mi carne. Sin mis libros, sería como una mujer sin clítoris.

Dice Fernando Pessoa que "toda la literatura consiste en un esfuerzo por hacer real la vida" y ¿Cuántos han hecho de su vida un esfuerzo por hacer real la literatura? ¿Quien no marca por siempre las referencias a las pasiones del sexo y el amor cuando en Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, el emperador nos habla de su amante Adonis, que ya no está: "Sólo una vez he sido un amo absoluto; y lo fui de un solo ser"?

¿Cuántas trastornadoras lecturas puede tener una oración? ¿Qué secretos y locos placeres, tiernas añoranzas y terribles desmoronamientos se encierran en ella? ¿Cuánta pena? ¿Cuánta culpa? ¿Cuánto amor?

Una de las más elocuentes advertencias que se haya hecho sobre las zozobras de esas temerarias aventuras se le debe a Borges: "Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir...", aunque me parece que esas palabras, en vez de disuadir, incentivan.

Los poetas, los embaucadores más temibles que tiene el mundo, son los principales culpables de todos los malentendidos que indefectiblemente acompañan al amor, sin importar que lo celebren por sus cuestionables beneficios o lo denosten por sus terribles costos.

De todas maneras, admitámoslo: sin los aportes de los poetas, la vida sería como un cocodrilo sin dientes. Es menos lamentable y mucho más inspirador decir, o más bien alardear: "Me duele una mujer en todo el cuerpo", en vez del patético: "Tengo una ciática" o "Tengo artritis".

No solo se trata de romances. ¿Han escuchado algo como "Asturias", el estremecedor poema de Pedro Garfias, escrito durante la guerra civil española y hecho canción por Víctor Manuel? Basta con oírlo una vez para que todo amor a cualquier patria y a cualquier tierra quede anclado en esos versos solemnes, dolorosos, palpitantes y erguidos:

"Asturias, si yo pudiera/ si yo supiera cantarte.../Asturias verde de montes/y negra de minerales. /Yo soy un hombre del Sur/polvo, sol, fatiga y hambre/ hambre de pan y horizontes.../ ¡Hambre!/Bajo la piel resecada/ríos sólidos de sangre/y el corazón asfixiado/sin venas para aliviarte. [...]/Prepara tu salto último/lívida muerte cobarde/prepara tu último salto/que Asturias esta aguardándote/sola en mitad de la Tierra/hija de mi misma madre".

¿No se eriza la piel? El cuerpo se queda sobrecogido, el cuerpo que goza y sufre, que lee , que enferma y sana, ríe, llora, escucha música, hace el amor, se ve en los demás, en los libros, en los espejos y en los cuadros, en las palmas de las manos, en las puntas de los dedos, el cuerpo que duerme y despierta. Siempre he tenido en él una irresponsable y no muy recóndita alegría, que entre otras animadas ocasiones, se alcanza a ver de lejos cuando me emborracho un poco y bailo –inventándome todos los pasos- una pieza de jazz interpretada por Duke Ellington y Ella Fitzgerald: "It don't mean a thing, if it ain't got that swing".

Hay algo griego y pagano (¿sacado de Homero , Safo, Anacreonte, quizás de Ovidio, que como todo romano preclaro realmente era griego?) en la forma en que casi todos los días me miro al espejo para apreciar las bellas y desafiantes líneas de mis grandes y redondeadas tetas, de pequeños pezones erectos y la acusada personalidad de mi muy mayestático pubis, deliberada y perversamente depilado para que el marido lo vea más apetitoso y más grande aunque, modestia aparte, se vería igual de prometedor y suculento aunque no lo aderezaran para resaltar sus muy objetivas virtudes.

Tal vez deje crecer un poco el vello y lo pinte de rojo con reflejos dorados, para que combine con los hermosos colores del otoño.

¿No se vería muy bella, una mujer de intensos ojos oscuros, cabellos muy negros y toto rojo, que lee desnuda un libro de poesías de Rubén Darío, lánguidamente tumbada sobre un sofá marrón con cojines de seda blanca bordados con flores?

¿Añadimos una preciosura de bandejita italiana, de las que venden en el Smithsonian, con nueces y dátiles? ¿Y una copa de vino? El vino no puede faltar en nada que valga la pena. O una copita de ron, para calentarse, ahora que por aquí ha refrescado un poco. Los rones son tan adorablemente masculinos. Tomarse un trago es como acostarse con un vaquero. ¿Alguien se ha acostado con un vaquero? ¿No? Yo sí. Y los recomiendo enfáticamente. Tienen manos grandes y ásperas, primero tímidas y después impúdicamente audaces y ya desinhibidas, escandalosamente diestras.

Después de un año trabajando en el gimnasio bajo la casi sangrienta tiranía de Justin, el entrenador, me siento en la mejor forma física que he tenido en toda mi vida y también me animo a echar una ojeada crítica a las nalgas, que se ven de lo más coquetonas, primorosamente envueltas en un super ajustado jeans "True Religion", que es mi marca favorita.

El ejercicio físico, no solo con el sensato objetivo de mejorar la salud, sino también con algunas de esas hedonistas pretensiones del cultivo de la hermosura, proporciona una conciencia maravillosamente inquietante de la existencia carnal.

Desde que comencé a hacer ejercicio de forma persistente y me deshice del 15 por ciento de mí misma, me siento mucho más emprendedora y puta. Me gusta mucho el ovalado diseño ligeramente vertical de mi ombligo. Finalmente entiendo por qué los teólogos pasaron tanto tiempo discutiendo si Adán y Eva tenían los suyos.

Bañarse es una delicia. Pasarse la mano con lenta fruición, acariciando delicadamente las piernas, el abdomen, los brazos, despierta los nunca suficientemente ponderados apetitos de los sentidos y enciende la imaginación, que si no se calienta, se olvida para qué sirve

¿Han probado los aceites con sales de mar para exfoliarse la piel? ¿Las mascarillas de miel y avena? ¿Los jabones de lavanda y rosas? ¿Las cremas humectantes sutilmente perfumadas? El cuerpo queda tan suave y pulido que no se puede pensar más que en una sola cosa.

¡Qué maravilla tener un cuerpo! ¡Qué fantástico que goce tanto y qué bueno que funcione tan bien!

Sea lo que sea que dure ¡Vaya si vale la pena!

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