-RELATO-
(A Gladys Ricart, en el
Viviana Evora despertó con el ahogo de su mal, deslizó su mano
nerviosa bajo la almohada para encontrar una bombita inhaladora y
recordó entonces que era el día de su boda. Un escalofrío le hizo
pensar que talvez enfermaría y no tendría que casarse, ni salir de
la habitación; ni siquiera levantarse de la cama. No tendría que
vestirse, ni bañarse, solo seguir durmiendo mientras afuera todo
estaba preparado para su boda. O para su funeral. . .
La abuela Estervina vino a sacarla del ensueño, con su ternura
dominicana y su firmeza de india brava. Le preparó un baño caliente
con vapores que había mandado a traer de la montaña, le puso en el
pecho un brevaje de eucalito y luego otro con esencia de yerbas
sureñas...Entretanto, le cantaba merengues típicos, género que tan
La noche anterior había corrido el rumor de que el último reducto
comunista dispersado por la Cordillera Septentrional, entre las
comunidades de El Toro, Nigua y Carlos Díaz, había envenenado las
aguas del manantial que surtía los diferentes sectores del cantón o
puesto cantonal ¨Pajiza Aldea¨. El mayoral de la finca Evora,
Augusto de nombre, había cortado el suministro y apenas quedó un
tímido chorro para enjuagar la piel embadurnada de la noria Viviana.
Habría que traer agua del río con el camión cisterna para que el
resto de la familia pudiera asearse antes de la boda.
2
Yeyá, que así era como llamaban a la abuela Estervina, decidió
acompañar a Octavio Congojo, el cocinero, en el camión cisterna,
porque era un mestizo con fama de holgazán. Su sospecha era que
Octavio traería agua pestilente con los restos inmundos de las
haciendas y de las lavanderas de los Cacaos, que entre los sitios
con famas de rastreros y antihigiénicos quizá sea este el más. Había
que ir más allá de los cerros, donde el camino era casi
intransitable, pero el agua era pura.
Estaban en la tarea de llenar la cisterna cuando vieron descender el
cadáver. Venía boca arriba, con la parsimonia de la corriente y los
brazos haciendo el gesto de un abrazo al cielo, y con los ojos
abiertos. Terriblemente abiertos.
Era inconfundible. Se trataba de Calixto Rosario.
Octavio Congojo se lanzó demasiado tarde a intentar atraparlo, y la
corriente arrastró el cadáver río abajo. Se detendría sin duda al
chocar con las peñas del sector "La Cacata", donde las lavanderas
huirían espantadas con la visión del ahogado.
Yeyá nunca olvidaría el rictus fugaz de la aparición, y supo desde
ese mismo instante que aquello era el presagio de una desgracia
inevitable.
3
Cristian Cocote había tenido una noche última de amor con Jahaira en
la umbría del cafetal, más allá de los cañaverales. La urgencia del
sexo entre los muslos firmes y de un blanco lunar, le había hecho
olvidar las palabras que se había repetido a solas. --Jahaira, no
podemos seguir. --Jahaira, me caso mañana.
Jahaira sólo quería morirse allí mismo, Jahaira quería huir con
Cristian Cocote y perderse en otros confines, empezar una vida
clandestina sin el capricho inexorable que les había marcado el
destino, lejos de la monotonía de aquel reino animal y vegetal,
emancipados de la rectitud paterna que había decidido para ellos una
vida separada. Jahaira era para Dios, y Cristian Cocote, el
tabaquero, para Viviana.
Cuando se despidieron, Jahaira fue hasta la capilla, ensoberbecida y
rabiosa como una hembra maldita, rogando por la muerte de su hermana
Viviana.
Cristian caminó a oscuras hasta el jeep, con un bocado de impotencia
en la garganta. Apenas sintió el pinchazo seco de una vívora que le
picó en la pantorrilla, y nunca supo que una porción considerable de
veneno le había emponzoñado la sangre.
4
Cristian Cocote debió intuir que algo malo le estaba sucediendo. Un
dolor de fuego le paralizaba las piernas, y apenas podía respirar.
Detuvo el jeep a un lado del camino, sintió frío y se cubrió con una
manta.
Lo encontraron los primeros invitados, que reconocieron el vehículo
en la cuneta, y se extrañaron de verlo dormir cuando debía estar
vestido para la boda. Cristian Cocote ya no vivía.
Cuando iban camino a la hacienda con la noticia, Jahaira estaba a
medio vestir, vomitando como consecuencia de su ignorado embarazo.
Ella debió pensar que era la acidez por los nervios de la boda, y
con las prisas y la confusión se llenó la boca con polvos de sal de
frutas. Corrió hasta la cocina, pero de la pluma sólo salió algo
parecido a la expiración de un moribundo. Las sales la asfixiaron.
La encontró la abuela Yeyá, que acababa de llegar con Octavio
Congojo. Yacía amoratada en el suelo de la cocina.
5
Al conocer las dos muertes, Viviana Evora se dejó caer al suelo,
vestida de novia. Empezó a desgarrar su traje en silencio, pensando
que acaso sus malos pensamientos habían traído la desgracia el día
más feliz de su vida. El día de su boda, efectivamente, fue un día
de funeral. El de las personas que más amaba, Cristian Cocote y
Jahaira, su hermana del alma.
La verdadera historia sólo se supo tiempo después, cuando
aparecieron las cartas comprometedoras de Cristian Cocote a Jahaira,
y se tuvo conocimiento del resultado de las autopsias en cuyo
esperticio encontraron las huellas inequívocas de aquella última
noche de arrebatado amor que vivieron los dos difuntos entre los
cafetales.
6
Viviana Evora se casó con Dios, virgen todavía. No volvió a la
hacienda hasta el día en que el viudo Francisco, su padre, murió de
viejo y de tristeza.
Ella me contó la historia, pues sabía que Cristian Cocote era mi
medio hermano.
Y también sabía que yo decidí irme del cantón ¨Pajiza Aldea¨, el
mismo día que Cristian pidió su mano.