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LA PASION DE LA MUERTE



-RELATO-



Hay en las afueras de Canca la Piedra, limítrofe con la comunidad de Pueblo Nuevo, muchas casas cuyas fachadas confirman la máxima de que nunca la opulencia es total. Un ejemplo de ello es este complejo habitacional en el que acaba de entrar Arturo Tavárez. Como todos los que componen el cordón --a pesar de que estamos en la gran Pajiza Aldea-- no promete ser la Octava Maravilla, pero tampoco es que sea de lo peor. Cierto es que ha sido pintado a brocha, cosa inusitada entre las que más lo sean. No son estos los lugares en donde se supone que primen métodos tan primitivos. Pero es la verdad, y a esto adicionemos que las escaleras son tan enrevesadas que Arturo se ha detenido para examinar bien cómo comienza a subir.


--Coño, cuando viene a ver me caigo por estas jodidas escalinatas --dice. Se queda mirando un punto fijo en el horizonte, buscando consuelo en alguna imagen que le recree la mente, pero qué va, desde aquí no se avista nada deslumbrante, ningún monumento suntuoso, señales de la imponente Catedral mocanal ninguna. Un monte tupido de cactus, matizado entre colores pardos y cenicientos es cuanto apresan sus ojos.

--Coño -dice Arturo otra vez- estoy metido en la boca de una ratonera. A este hombre hay que entenderlo; la verdad es que no está acostumbrado a andar por sitios así. Sin embargo, el móvil de su presencia aquí, del que pronto tendremos noticia, no le brinda espacio alguno para andarse con refunfuñeos. El prontuario de Arturo --aclaremos con tiempo--- registra el desdeñable mérito de haber viajado a Italia con los documentos oficiales que robó a un hijo del embajador haitiano en dominicana, de haber pagado dos noches en el celebérrimo "Hotel Miusollini" con mentiras y de haber tenido una audiencia privada con el mismísimo Leonte Fernando, El Presidente, haciéndose pasar por el empresario cibaaño Rafal Caraballo, al que todos insisten en llamar Baby. Total, los dos son calvos y de escasas facciones perfiladas.


2


La sombra trémula que rescatan los tenues rayos del sol debe ser de mujer. Esas caderas tan pronunciadas solo pueden pertenecer a una fémina, a no ser que se trate de algún trasvesti enfundado en su mariconera. Severos puntazos carcomen las tripas de Arturo. A todo le teme el pobre, es que las autoridades de toda República Dominicana han iniciado una aguda cacería procurando atraparlo. Las imputaciones que pesan sobre él son serias. Hace apenas minutos se cagó en los pantalones, a quien no lo pasaría si siendo un prófugo de la ley se se topa, sin que pueda evitarlo, con un tipo vestido de Guardia que por todas sus insignias parece oficial. --Bon jour, messié --Dijo el que parecía Oficial.

--Hola --alcanzó a decir tembloroso Arturo. Las manos, que las llevaba metidas en los bolsillos, las sacó, como en espera de que el militar lo prendiera. Su perentoria interpretación fue que lo emplazaban a rendirse. --Estoy perdido --pensó.

--Usted es el malhechor dominicano que andamos persiguiendo --esperaba que le dijera.

Pero nada ocurrió así, todo fue una disonancia de lo que prometía el cuadro. El hombre resultó ser un bombero haitiano que hasta le brindó una cerveza.

--Wy, monmieme, me sat de La Recherch --dijo el hombre.

No entendió ni un ápice Arturo, pero un español bilingue que vió la cara perdida del criollo salvó la situación.

--Pregunta que si te tomas una cerveza, es una persona fiable, yo lo conozco, todos alaban su carrera de bombero en Haiti--dijo el que por su z arrastrada no podía ser otra cosa que español.

La cara de Arturo, que se había vuelto un arcoiris, recobró su color normal. Para poner la barba en remojo, Arturo se marchó presurosamente del lugar, las exposiciones públicas hay que evitarlas, lo peor que puede hacer alguien que es virtual reo de la justicia es andarse paseando tan a la vista.

3

Ahora está aquí, perdido, no de dirección, sino de mente. Bien le explicó Verónica que vivía en la calle Hernandez Franco No. 40, por lo que no puede estar extraviado, el número que tiene la casa es el mismo que está escrito en este papel que sostiene con sus manos sudorosas.

Se decide por fin a subir, es lo que debió hacer desde un principio en lugar de estar esperando que los cactus se desprendieran de su monte y fueran a ayudarlo en esa tarea.

Ya lleva un escalón pisado, pero será que piensa que el lugar está embrujado o qué cosa. Ahí se ha quedado, agarrado a los maineles, acezando, devolviendo la vista al monte, parece cierto que pretende alguna ayuda del paisaje.

Si aquí hubiera algún observador le diría: --Qué va, Arturo, hasta hoy no ha sido posible que los cactus actúen, el monte menos aun. Anda hombre, y deja esa vaciladera.


4

El bulto que sigue dibujado en la pared parece detenido. Los movimientos que proyecta la sombra son como los de una momia que avanza envuelta en sus sórdidos harapos.

--Arturo, mi amor --se escucha nítida esta voz. Es Verónica, su amiga, que acaba de llegar con una paca enorme a rastro.

--Hola, Verónica, llevo rato aquí indeciso entre si subo o no. Has llegado en buen momento, mi amor. Ya creía yo que me iba a caer muerto; hay por aquí algún polo magnético que ha atrapado mis piernas.


5


Ya están en el apartamento. Cuán difícil fue encaramar la paca mencionada hasta el cuarto piso. Verdad inobjetable es que el papel periódico pesa poco, pero tratándose de 700 ejemplares de El Nacional, en cuya empresa trabaja Verónica como repartidora, no pensemos que fue un golazo sin portero esto de subir a pulso semejante carga.

--Me has dado una sorpresa bien agradable --dice Verónica.

--Tenemos que hablar --dice secamente Arturo.

--Te sucede algo?, estás pálido --dice Verónica--. Tu voz me dejó preocupada cuando me llamaste ayer.

A boca de jarro dice Arturo:

--Me anda persiguiendo la Interpol.

--Qué, qué y tu qué has hecho? --pregunta Verónica inquieta.

--Qué no he hecho? --dispara Arturo.

Después de hacer un repaso minucioso por cada una de las tropelías cometidas, Arturo le pidió a Verónica algo de comer. En todo el día no ha pasado ninguna comida verdadera por la garganta.

Como compadecida de toda la tragedia que ha configurado su amigo en torno a él, Verónica dice:

--Te voy a preparar un mangú con salami, mi amor. Y ya quita esa cara de culpable, nadie es infalible, quién no ha cometido errores?. Quisiera encontrar alguno que tire la primera piedra.

No se esperan palabras como esa de alguien que se ha granjeado cierta prestancia en la sociedad santiaguense. Esta Verónica es de lo más querida no tanto por su posición en uno de los periódicos más importantes del país, sino por su cada vez más pulida pluma. Recientemente dio a conocer un libro de poemas titulado "Hecho a Mano" que recibió muy buena acogida de la crítica. De alguien con ese perfil lo que se esperaba era una condena enérgica a todo lo dicho por su amigo, pero tal no ha ocurrido.


6


Viene Verónica conla cena prometida y para sorpresa de Arturo le ha preparado un "Quesillo" de postre. No se trata del mejor menú del mundo, que no estamos en el Restaurant "Pez Dorado", pero no está tan mal el sazón de esta chica.

La noche está metida cuesta abajo. El crepúsculo comienza a ocultarse y el panorama se tiñe de un color gris e impreciso. A ras del alféizar de una ventana se ponen Arturo y Verónica a pasar revista a temas que solo ellos saben por qué invocan. Es como si quisieran huir de la realidad aplastante que persigue a Arturo.

Desde allí ven como bandadas de golondrinas cruzan en diferentes direcciones. Esta zona tórrida ve asomar el ocaso entre ondeantes nubes de púrpura y plata, y sus últimos rayos, tibios y pálidos, visten de un colorido melancólico su campos vírgenes, cuya lozana naturaleza acoge con regocijo la brisa tenue de la noche, que comienza por agitar las copas frondosas de los árboles agostados por el calor del día y acaban refulgiendo su ramaje. El cao de un negro nítido y brillante, el carpintero de férrea lengua y matizado plumaje, la alegre rolita, la tornasolada mariposa y otra infinidad de pájaros, posan erguidos en las ramas de los árboles, rizando sus variadas plumas como para recoger en ellas los últimos soplos consoladores del aura.

Viendo ese panorama sin dudas romántico, se acercan cada vez más, parece que necesitan estar uno sobre el otro para poder escucharse.

No se sabe cómo, pero lo cierto es que ya están agarrados de manos.

De súbito, dice Arturo:

--Yo siempre tuve interés en tí.

Dice Verónica:

--Y por qué no me lo pusiste en conocimiento. Yo también te quise en silencio, tú fuiste mi gran amor en el liceo.

Dicha estas palabras, ya no falta más. Han comenzado a besarse con ardid.

Terminan metidos en la cama. Se han creído que son marido y mujer y así lo han extrapolado a esto que viven con desmesurada pasión. Los gritos de estertor que ha lanzado Verónica han de tener preocupado a sus vecinos, en este lugar nunca se había escuchado bulla alguna. Lo que ha pasado esta noche, sin embargo, el influjo de la vivencia amorosa de estos dos, es cómo para despertar azorado a todo el vecindario.


7

Los gritos que vuelven a escucharse son los de Verónica. No se sabe si es por el tanto tiempo sin hombre que esta mujer lanza unos chirridos de cerdo. Que las mujeres sienten más cuando llevan tiempo sin sexo es una verdad de perogrullo, pero tampoco es para tanto.

Ya está por amanecer, algunos vecinos que salen a trabajar se han percatado de que hay fiesta en casa de Verónica. Los quejidos no han parado toda la noche, este Arturo parece muy bien entrenado, la bala cae exactamente donde pone el ojo y el resultado obvio es que su víctima grita, no de dolor, sino de placer.



8



Son las 7:45. Si no sale rápido de la cama Verónica va a llegar tarde al trabajo. La reputación que ha ido labrando escaño a escaño puede peligrar, en El Nacional la tienen como una de las empleadas más puntuales, pero está claro que en 15 minutos no llegará a tiempo.


Se pone la ropa sin bañarse y sale huyendo. Hubiese sido mejor que se diera una duchita, no merecen sus compañeros de labor que se les abalance con el terrible olor a orgasmo que tiene encima.



9


Arturo despierta. Mira bien alrededor, se sorprende de estar en este lugar, hundido en un abismo de soledad tan grande.

--Dónde estás Verónica? --Grita con violencia.

Olvida que su amiga --o amante? será legítimo endilgarle este término-- tiene un trabajo. Siendo las 9:30 en Pajiza Aldea solo duermen los vagos, esta es una ciudad muy activa, ya por estas horas todo mundo está en su trabajo.

Encima de un gavetero encuentra Arturo una nota con el siguiente apunte: "Mi amor, no quise despertarte. Entro al trabajo a las ocho y me cogió tarde. En la nevera hay algunas latas de comida". Más abajo, como si se tratara de las letras ocultas de un contrato: "Te espero en Pez Dorado, está en esta en la calle Solar de Santiago. 2:45 P.M.


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La mujer es todo un piélago insondable de misterios y medias verdades, de palabras retobadas y encubiertas. Eso es lo que podemos asumir al ver la confusión que se ha apoderado de la mente de Verónica.

Caida en la cuenta de que no puede hacerse cómplice de un malhechor, Verónica ha decicido ir hasta la estación de Policía Cibao Central para denunciar a su amigo, con el que ya fuimos testigos de la desbordada noche de amor que vivió.

El mismo que la mandó a la calle con este repugnante hedor a orgasmo con el que ha llegado a la dotación policial, es al que viene resueltamente a denunciar. --No puedo comulgar con atrocidades como las que me contó Arturo . No. --se dijo antes de formular los cargos.

Le explicó al oficial que la atendió que habría de encontrarse con un peligroso rufián a las 2:45 en Pez Dorado.



11


Pasan cinco minutos de la hora que Verónica dejó escrita en el papel, pero ha llegado Arturo al lugar sugerido sin muchas dificultades. No es difícil movilizarse en Santiago y menos aun cuando este restaurant está localizado en el mismo centro de la ciudad.

Se queda buscando por todas partes. No se ven rastros de Verónica por ningún lado.

Arturo se sienta en una mesa y pide un Ready to Go. Transcurridos diez minutos, rayando a las 3:00, llega Verónica al restaurant.

Se sienta sin articular palabras.

--Por qué traes esa cara de velorio? --cuestiona Arturo.

--Lo siento mucho, mi amigo. No puedo transigir con lo que estás haciendo. He ponderado bien lo que me contaste y a la luz de la verdad debo decirte que te he denunciado. Serás hecho preso.

--Perra, perra, eso es lo que eres. Maldito cuero, prostituta, te acuestas conmigo, vives una noche de pasión conmigo y así me pagas. Basura --vocifera enardecido Arturo.

Se quedan atónitos los comensales de este fino restaurant, no es común que se anden armando shows en sitios de tanto prestigio como este. Cierto es que poco entienden los clientes del lugar a Arturo, aquí no pululan gente que hable castellano.

Arturo se para de la silla, parece que huirá. Antes de hacerlo se para frente a Verónica y lo que se intuye es que le dirá algo:

--Toma, prostituta. Lanza una bocanada de saliva que baña todo el rostro de Verónica. Empuja a uno de los mozos que venía en ánimo de reconvenirlo, se dirige al mostrador, toma un cuchillo e intenta la fuga.

Justo al abrir la puerta, constata que un fuerte contingente policial está acordonando el área.

Arturo se echa a correr, empero un carro de policías le interfiere el paso. Fuera de sí, gobernado por un grave de estado confusión y desespero y con la cara desencajada, le va encima al policía e intenta matarlo con el cuchillo para robarle el carro.



--No lo piensen dos veces, disparen --se oye ordenar a un oficial con una voz que permite discernir que es el jefe.

El primer impacto mortal lo recibió en el cuello. Después de esto, ya con la cara desbaratada, le siguen disparando. El cuerpo de Arturo ha sido vuelto un colador, está convertido en un solo orificio.

Mal contados, el legista que levantó su acta de defunción estableció que tenía 701 municiones alojadas por todo el cuerpo.

12

La vida se le ha vuelto un ocho a Verónica. Su heroíca acción le ganó titulares en El Nacional y un ascenso como Enc. de Distribución. Pero a la par de esto, también le ha ganado unas pesadillas que no la dejan dormir. Todas las noches va a visitarla Arturo. A veces se queda parado frente a la cama mostrando cara de vómito.

Otras veces le dice: Ven Verónica, acércate, perra, déjame hacerte el amor a ver si de esta penitencia que estoy purgando en el limbo, te decides, después de hacerte el amor otra vez, a lanzarme definitivamente a la hoguera del Diablo. Perra...

*El presente relato fue premiado en 2005 por la prestigiosa cadena Univisión como 'Micro Novela' de ese año. Está contenido en el libro Restos de corazón, el primero que publicó el escritor tamborileño Johan Rosario.-

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