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Cuando el dinero se convierte en muerte...


"Amaneció bajo las alas de la muerte
todavía le late el alma el corazón no lo siente
amaneció bajo las alas de la muerte"
Don Omar, músico.


-RELATO- 
  


Por Johan Rosario 
 
Unas manos sin vida toman el volante. Son las 2:00 de la madrugada y aunque todo desaconseja el viaje, Omar García ya va corriendo por la avenida Presidente Vásquez. No se ve a nadie en la calle, las casas están apagadas, señales de transeúntes ningunas, Tamboril es a esta hora un pueblo sin alma. Junto a él, Domingo y Richard, ambos con un brugal en las manos, sienten la inmortalidad pegada a la piel. Se creen infalibles. Viajan sin rumbo fijo aún, pero montados en esta Jeepeta Cara de Gato 2006 razones tienen para pensar que llegarán pronto al paraíso. Hay ron en cantidad industrial, un vehículo todo terreno decidido a conquistar el mundo y tanto dinero que no lo brinca ni un chivo . --Yo soy rico, mano --dice Omar, rompiendo el silencio repentinamente. Ahora buscaremos a Juan "Boro", y arrancaremos pa´Nagua a reconquistar a mi novia --remata eufórico. Los otros dos, ensimismados en su aguardiente, aprueban con la cabeza, mientras se pegan un nuevo petacazo. Omar los regaña por bebesolos. --Pásenle un trago al chofer, coño --les reclama.

Llegan a la casa de Juan Boro, y sin muchas palabras, lo persuaden de subir a la Jeepeta. --Estaba durmiendo --dice Boro-- ¿pa´donde vamo?
--La ruta es Nagua, móntese y no pregunte demasiado --responde Omar en tono autoritario. Dan algunas vueltas en Tamboril y, al cabo de varios minutos, se encuentran con Luis Eduardo García, a quien también convencen de abordar el vehículo. Lo premian comprando otro brugal en la fritura de Coto y finalmente agarran carretera.
Llegan a Moca en pocos minutos, la velocidad con que conduce Omar no es juego, a ese ritmo es posible llegar hasta al cielo en un dos por tres.
--Pa que tenemos esta nave... --proclama orgulloso. Ya están internos en el centro de Moca, han pasado más de 30 minutos desde la partida inicial, la travesía va bien encaminada. Sin embargo, algo inesperado ocurre en esta ciudad, bordeando la Fortaleza, la misma mil veces recorrida, se pierden de ruta, dan varias vueltas extraviados y siempre caen en el mismo punto. Parece que la providencia quiere hablarles.
--Hey, Omar, dejemos este viaje, algo raro ta´pasando --advierte Juan Boro, acaso el más sobrio y centrado entre todos.
--Mire Boro, cállese ahí, que yo dije que es pa´Nagua que vamos y punto --reacciona Omar.
En eso, aparece un hombre, de los que tanto abundan en estos pueblos del Cibao, cooperador más allá de lo razonable, al cual Omar convida de inmediato. --Oye, mano, nosotros queremos salir al camino de Nagua, ven, que dinero hay, si nos sacas de aquí tu billete te sale.
El hombre accedió a orientarlos gustoso. Una vez en el camino correcto, se despidieron del extraño y Omar le pasó un billete de 500 pesos.
--Cuídate, papá --le dice Omar. --Dios los proteja --responde el hombre, tras advertir la inminencia de un hecho lamentable. Se dió cuenta de que Omar estaba borracho.
Pese a la estabilidad de la Jeepeta, se trata de una Montero 2003, no hay equilibrio en el chofer, el alcohol y el sueño se han combinado para retar al destino.
--Omar, insisto en que nos devolvamos --vuelve a decir Juan Boro, al percatarse de que solo un milagro evita la tragedia.
--Juan, cállese --exige Richard.
Se arma una discusión acalorada entre Richard y Boro. Los dos discrepan en sus posiciones.
--Dale pa´lante y no le des mente --dice Richard.
Boro guarda silencio, se queda de brazos cruzados, es como cuando aguardamos un final que ya no tiene vuelta atrás.
Ya yo no digo más nada --opina-- y de inmediato se amarra el cinturón.
--Tómate un trago Juan, y tate tranquilo --dice Domingo.
--Bacalao (Domingo), los primeros que nos vamos somos tú y yo si ocurre un accidente --comenta Omar, ya como presagio de lo que viene.
Su control del guía es cada vez más precario, ya le ha pasado cerca a varios vehículos en este tramo, las patanas han logrado esquivarlo. Dios ha intervenido, en cumplimiento de aquello que reza: "Cuídate, que yo te cuídaré".
Ya no falta demasiado para entrar a la carretera que conecta con Nagua, justo ahora están en La Gina, en las inmediaciones de Pimentel y Castillo. El Señor ha dado pruebas de su existencia en todo el camino, en brazos ha cargado a Omar, está tratando de evitarle la muerte, a él y a sus amigos, pero qué va, ya es mucho lo que ha hecho hasta ahora, el hombre sigue bebiendo, estamos ante un cuerpo que no resiste ni una gota más de ron.
Siguen corriendo. La velocidad con que conduce Omar es alta.
--Quiero ver a Karina, coño, quiero estar con mi novia --dice Omar. En una acción de sumo peligro, inclina el cuerpo hacia el lado derecho y exige otro trago de ron.
A lo lejos, ya se puede divisar el camión en marcha. Omar está dormido, conduce con los ojos cerrados.
--Coño Omar, nos vamo a matar --vocea Boro, lo propio dice Richard, la Jeepeta va rumbo al camión, todo es confusión. Boom! Ya es tarde: el impacto se ha consumado. El golpe ha sido fulminante. Omar está desbaratado, muerto sin saberlo, pegado entre el asiento y el cristal, aplastado. Ha sido la esquina del chofer la que más ha sufrido, por eso Domingo, que iba detrás del chofer, también está muerto, su cabeza ha quedado en migajas, la de Omar también explotó. Luis está inconsciente y bien golpeado, aún vivo sin embargo; Richard ha quedado incosciente, Juan Boro reacciona. Ve los cocos regados por doquier. Mira los sesos de Omar regados en todo el tablero de la jeepeta. La tragedia es irreversible. La muerte ha sacado las uñas una vez más. Ha dado una demostración renovada de que debe respetársele.

El trágico accidente aquí relatado ocurrió hace 5 años en República Dominicana entre un camión cargado de Cocos y una Jeepeta, en el municipio de Castillo, San Fco. de Macorís. Omar García tenía la juventud a flor de piel, apenas 35 años, y ya estaba consagrado a la palabra de Dios. Desde que ganó la jugosa demanda de US$450,000 dólares en Nueva York, viajó a dominicana y se internó en el mismo derrotero de tormento que lo subyugó en su pasado, y desafió a la muerte de diferentes maneras. En una demostración de que el dinero no es para todo el mundo, gastaba un promedio de US$2,500 dólares diarios, y se proclamaba como un hombre millonario, que no prescindía de nadie. Soy poderoso --me dijo un día de frente-- y tengo dinero que no lo brinca ni un chivo, Johan. Lo aconsejé de mil maneras, pero tarde comprendí que hablé con el viento, porque Omar nunca me escuchó. Su pérdida y la de Domingo Rodríguez (El Bacalao), quien tenía 50 años, llenó de dolor a toda una comunidad, pues estos dos personajes se fueron al más allá de la forma más cruel y sin permitirnos un adiós.La historia fue originalmente publicada en Revista Latina. En la década de los 90´s Omar se destacó como uno de los mejores bailadores de salsa del país. En esa época se le bautizó como "Punta de Oro", pues tenía la habilidad de bailar varios minutos encima de una botella.

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