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Cuando la bancarrota alcanza para comprar Jeepetas lujosas y pagar deudas particulares...


Fue por ese entonces que Anyolino Germosén llegó a parecer un héroe parido por las tiras cómicas, pantaloncillos por fuera y todo, y de cuyo tormentoso pasado, sinónimo de alta preocupación para casi toda la gente seria del municipio -que son las menos- ya nada quedaba. Estábamos ante el advenimiento de un hombre renovado y volcado ahora al bien y que, sobrevolando por el pantano, cual lo hizo el personaje de Cuathémoc, iba camino a convertirse, para dicha de la colectividad, en el salvador moderno de Tamboril. A más de uno, sin embargo, le siguió pareciendo extraño que ese 'nuevo Mesías', redimido ya, siguiera teniendo entre sus amigos de cabecera y asesores de la primera hora a reconocidos hampones, hombres de retorcidas sonrisas, prodigados abiertamente al mal, y que entre sus placeres mayores estaban el secuestro, el asesinato y la venta de estupefacientes practicamente al aire libre, cuando no la estafa, la falsificación y el robo. 

Por Johan Rosario 

El Alcalde de Tamboril, Anyolino Germosén, con cara de palo y mirada triste, le anunció al pueblo el día que lo juramentaron, portando en sus manos un voluminoso legajo de papeles, que las finanzas del ayuntamiento local estaban en rojo tras la salida del ciclón perredeísta que devastó al municipio durante ocho largos años de 'francachela y abusivo despilfarro' y que en razón de ello la única salida posible para él y su equipo tratar de enfrentar con éxito los graves desafíos que le esperaban luego de su asunción, era declarar esta localidad 'en estado de emergencia'. 

Para tornar más dramática su iniciativa, refrendada a vuelo de pájaro por la Sala Capitular ya bajo su mando, el nuevo ejecutivo reunió a humildes feligreses católicos que, al ras de cánticos religiosos y levantando en cruz los brazos al cielo, salieron por las principales calles y avenidas del pueblo, santos, velas y velones en manos, implorándole al creador que iluminara al nuevo Jefe de Tamboril y lo ayudara a disipar las tenebrosas brumas en que sus antecesores metieron al municipio. 

Fueron muchos los que se fiaron de aquellos rimbombantes discursos electorales pronunciados por el licenciado Germosén, siendo a la sazón candidato del oficialista PLD, en los que prometía con exagerada solemnidad y a voz en cuello, que Tamboril entraría en una etapa de austeridad y 'frontal combate a lo mal hecho'. 'Se acabó en este pueblo el relajo con los fondos públicos. Llegamos a trabajar por y para todos los tamborileños'. 

Fue por entonces que Anyolino Germosén llegó a parecer para muchos un héroe parido por las tiras cómicas, pantaloncillos por fuera y todo, y que de su tormentoso pasado, sinónimo de alta preocupación para casi toda la gente seria del municipio, que son las menos, ya nada quedaba. Estábamos ante el advenimiento de un hombre renovado y volcado ahora al bien y que, sobrevolando sobre el pantano cual lo hizo el personaje de Cuathémoc, iba camino a convertirse, para dicha de la colectividad, en el salvador moderno de Tamboril. 

A más de uno, sin embargo, le siguió pareciendo extraño que ese 'nuevo' Anyolino Germosén, redimido ya, siguiera teniendo entre sus amigos de cabecera y asesores de la primera hora a reconocidos hampones, hombres de retorcidas sonrisas, prodigados abiertamente al mal, y que entre sus placeres mayores estaban el secuestro, el asesinato y la venta de estupefacientes practicamente al aire libre, cuando no a la estafa, la falsificación y el robo. 

Acentuada quedó la preocupación de los menos, los serios, cuando Germosén hizo formal anuncio de su gabinete días después de tomar las riendas del municipio. Entre los nuevos administradores del pueblo, con contadas excepciones como las de Arnulfo Rodríguez, Isaac Germosén, Robert Cabrera, Gregory López y otros pocos, los había hasta recién salidos de la cárcel por delitos de todos los colores. 

El pueblo se llenó de miedo y estupor al conocer que posiciones como la Jefatura de la Policía Municipal -dotada con cientos de armas de alto calibraje- estaba ahora en manos de gente con muy cuestionable pasado y entregada de brazos abiertos a sórdidas actividades. Hasta ahí vivió el gigante, el ídolo con piés de barro erigido por mentes calenturientas que con un brugal, salamis rajados por la mitad, pollos vivos tirados al aire y chicharrones lo encumbraron al nivel de santo, en el fragor de las elecciones, cayó desbaratado temprano, dejando vidriosos de la tristeza los ojos hasta de esos mismos mentores que tan fervientemente lo apuntalaron.

No bien comenzada la gestión, muy en consonancia con el deprimente sistema político imperante en el país, quedó claro que los monstrescos delitos atribuídos a Juan Bo y el PRD, ciertos muchos, falsos y electoreros otros, se quedarían completamente impunes, solapados. Sería el propio Anyolino y su gente los que taparían los múltiples delitos atribuídos a Juan Bo. 

Y ha sido muy sencilla la razón para que esta desverguenza se consumara ante la atónita mirada de todos: no puede enfrentar el crimen ni recriminables acciones pasadas quien desde el primer día decidió montarse al mismo tren del relajo y el abuso de los recursos de todos. Es increíble que en tan corto tiempo proliferen a granel las denuncias de acciones que a cualquiera, incluso a los más pasivos e indiferentes, les pondrían los pelos de punta. 

Actuar abusivamente desde el poder y manejar los fondos públicos sin prioridad, sin pensar en función de las grandes necesidades colectivas, como lo hicieron y han hecho siempre los bandidos del reformismo y también del PRD, es algo completamente normal en esta administración del PLD. Es parte del 'Stablishment', alegan ahora, además de que se ha vuelto una práctica consustancial al peledeísmo, que tanto y tan bien aprendió a moverse en el fango. Se tienen pruebas de cómo con el dinero de todos los tamborileños se están pagando desde el ayuntamiento deudas personales contraídas por personeros del Alcalde, los mismos que hoy, a capa y espada, lo defienden en todos los escenarios. 

Es obvio por qué lo hacen. Esos mismos que antes vituperaban a Anyolino con impublicables palabras, son los que hoy le hacen la retaguardia y salen, a ultranza, en su más encendida y enconada defensa. Todo sea por dinero. El Alcalde parece tener ínfulas de grandeza -y ya eso es arena de otro costal, la que oportunamente analizaremos- y se la llenan, el vacío espiritual y hambre de alabanza que parece acusar el Síndico, declarándolo como el Constructor de la patria nueva. Lo hacen a fuerza de talonario los mismos que apenas ayer lo declaraban como un peligro para Tamboril. Se trata de espacios pagados. De voces compradas por baratijas...de los viralatas, como diría Arturo Taveras.

En otro orden, hay quienes como, José Luis Deschamps, hablan de actos completamente retorcidos y de acciones que desdicen la imagen primera que se labró Anyolino ante esa sociedad que le confirió una nueva oportunidad de reinsertarse. Cuentan que ya ni se deja ver, que no comparte con el pueblo pobre, acaso porque no quiere rendir cuentas de lo que está pasando, o talvez porque ya los pollos y salamis de la campaña desaparecieron. Hoy le duele hasta el abrazo a un motoconcho o a la doña de la fritanga. 

Como parte de la avalancha de impropias situaciones y bochornosos pasos dados por Germosén, lo último que ha escandalizado incluso más allá de los linderos de Tamboril ha sido la compra de una Jeepeta suntuosa. 

Asombra que un pueblo declarado en quiebra, abultadísima su deuda, compre un vehículo todoterreno valorado sobre los 100 mil dólares. El Alcalde de la Villa Haverstraw, por ejemplo, cuyo presupuesto anual es de 10 millones de dólares (380 millones de pesos) anda en un carro Lincoln del 2004, valorado en 6,000 dólares (poco más de 200 mil pesos). Sin embargo, en dominicana, el ejecutivo de un pueblo pobre, minado de desigualdades y problemas sociales a todos los niveles, sin agua, con calles rotas,  inseguridad, basura al pecho, desempleo, hambre y miseria, y para colmo declarado en quiebra por sus propias autoridades, con un presupuesto 8 veces inferior al del ejemplo citado en New York, se compra, usufructuando el dinero de los contribuyentes, una Jeepeta blindada, calculada por encima de los 3 millones de pesos y asume, personalmente, varias deudas de sus más cercanos colaboradores, las que se están pagando, parado el pecho y hasta con soberbia y bravuconería, con el dinero de cada uno de los tamborileños, en un fraude más que ostensible y asqueante.

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