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Papeleta mató a menudo...


Por JOHAN ROSARIO

-Ese tipo ta' pasao, dizque enamorando a una máquina como yo, un muerto de hambre así, mira el motorcito en que anda -se queja la joven, espléndida en su belleza de diosa, en la sonrisa asesina que dibuja en sus labios perfectos, y en el candor de unos ojos vivaces cuyo único fin es apresar en ellos no ya al hombre que soñó Julieta en sus oníricas experiencias, ni al Neruda que le recite versos encadilados al filo de la ventana, sino al ricachón, ventrudo o flaco, con dientes o sin ellos, prieto o blanco, alto o bajito, viejo o joven, inteligente o bruto, altanero o sencillo, calvo o con pelo, decente o grosero, humilde o prepotente, asesino o inocente, en fin, importa un bledo todo lo anterior: si se posee una abultada suma en el banco y un carro último modelo hasta la redención divina parece garantizada.

Cierto que el humilde joven, motoconcho por imposición cruel de la vida y desertor de las aulas, carece del más mínimo requisito para encajar con las altas y desmesuradas pretensiones de su enamorada, pero aún así, como dice el tema de Juan Luis Guerra:

Me enamoro de ella/me enamoro de ella/ de sus ojos claros de su risa bella/Si ella cediera un poco mi vida fuera ideal/ bájate de esa nube y deja de soñar

Mientras el romántico hombre del setentica -la mayoría de los pobres son puros e inocentes en lo más insondable de su ser- se aferra a la idea de que un día tendrá a la mujer entre sus brazos, (parece que creyendo de paso que también caerá café del campo), esta reafirma cuán imbuida está de ese patrón social, que privilegia el dinero ante todo, obviando por completo los asuntos sentimentales y demás yerbas irrelevantes.
-Pero es verdad que uno tiene que ver vainas en esta vida, ese tipo, aunque no niego que se ve bien, nunca me tendrá, porque este cuerpo no me lo pusieron pa' tar de pendeja, acostándome con un salta pa' tras -racionaliza filosoficamente la joven ante una amiga que escucha y como momia aprueba, socarrona sonrisa y todo, la querella de su amiga ante el osado pobretón.

Acto seguido proclama: -Con este cuerpo me levantaré un hombre con cuartos para salir de esta jodía miseria, un viejo o uno que viaje a Nueva Yol. -Sí, claro, no podemos ser brutas, tenemos que conseguirnos a alguien podrío en cuarto, no importa como se vea, remata la amiga.

Ese diálogo entre las dos dominicanas desnuda en pelotas a una sociedad completa.

Sirve para trazar una radiografía triste del nivel de degradación que ha prohijado el consumismo salvaje, el hedonismo sin frenos, el materialismo sin propósitos, cuyos efectos negativos son más ostensibles en los países pobres, como el nuestro. Si sumamos voracidad material e ignorancia, inevitablemente tendremos como saldo a una sociedad vacía, y peligrosamente encaminada a lo peor.

Que papeleta haya matado a menudo, sepultando los sentimientos y nobles valores cimentados en las cosas sencillas y puras, motivo alguno existe para celebrar nada. Todo lo contrario.

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