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Jaime Bayly cumple 30 años frente a las cámaras de televisión


*POR SILVIA NÚÑEZ DEL ARCO (La esposa del connotado periodista, escritor y comentarista comparte sus apreciaciones)

Jaime Bayly ha cumplido 30 años haciendo televisión. Dos días antes, caminando de madrugada, le pregunto si le provoca hacer algo ese día. Me dice que no, que no quiere celebrar, que casi mejor si no se lo decimos a nadie. Me dice que cuando cumplió los 25 años no hizo nada, que ni siquiera lo notó, porque seguramente estaba corriendo al aeropuerto a tomar otro avión más.

Me quedo en silencio, pero pienso que justamente por eso hay que festejarlo. Porque 30 años no es poco tiempo. Pero también porque si él, que no es un hombre de grandes celebraciones, se ha encontrado a sí mismo en un lugar lo suficientemente tranquilo como para hacer las cuentas y llegar a 30, eso merece ser festejado.

Lo digo porque durante años su vida era viajar a tres ciudades distintas en una misma semana, a hacer tres programas distintos, vivir en hoteles, conversar con sus amigos, que eran los botones y taxistas que lo atendían, tratar de cultivar antiguas relaciones sentimentales vía telefónica, escribir novelas en aviones, resfriarse cada tanto, ir por la sombra, casi como por instinto, cuidarse de los enemigos políticos, que son los que te encuentras en los aeropuertos y se hacen pasar por tus amigos, jalar un carry on al siguiente gate, y no callarse nunca nada, frente a las cámaras o lejos de ellas. Pienso en todo esto y entiendo que en algún momento él haya perdido un poco la noción del tiempo, y me digo que puede incluso que haya dejado un poco de vida en cada avión del que se bajó. Y ha valido la pena. De veras que sí.

Ha valido la pena porque Bayly se ha ganado un público que lo admira y lo sigue, que no se lo pierde una sola noche. Incluso hay gente que está en ciudades lejanas y busca sus programas en internet y lo sigue en su página de Facebook y lee sus columnas en el periódico. Hay gente que lo busca en el estudio y lo espera a la salida y le escribe cartas y le manda regalos y le habla como si lo conociera de toda la vida. Su forma de dirigirse a su público en la televisión hace que los televidentes sientan que lo conocen desde antes. Ya sea por alguna idea liberal o política que compartan, todos ellos se sienten de alguna forma conocidos, o incluso amigos suyos. Al terminar el show, él los atiende a todos, los hace sentir especiales, les da un momento a cada uno, con un encanto que da la impresión de que solo a él se le ha dado.


La gente no es tonta, sabe reconocer el talento. Hacer televisión en vivo, sin leer absolutamente nada, mirando solamente ese cuadrado negro que es la cámara, dejando caer la palabra exacta, una tras otra como un gotero, puede que sea una forma de arte. Por lo menos es una forma de expresión en la que él tiene una gran maestría. Poca gente en televisión sabe mantener el aplomo cuando algunas veces detrás de ese cuadradito negro hay gente haciéndose gestos y caminando rápido de un lugar a otro porque el video que van a poner a continuación no está listo. Poca gente puede seguir hablando, redondeando la idea como lo hace él, quizá haciendo alguna broma sobre el video ausente.

Jaime Bayly siempre puede seguir hablando. Eso es un mérito. Ante el video ausente, ante un invitado que da respuestas cortas, que no quiere que le pregunten sobre tal tema, Bayly siempre puede ser más rápido, más insistente, más agudo, más gracioso, más irónico, más coqueto, más punzante. Él siempre sabe esa palabra que todos estábamos buscando y creo que por eso ha logrado distinguirse de otros periodistas y hacerse un lugar en la televisión de cada ciudad en la que ha trabajado.

Cómo no vamos a celebrar los 30 años de Bayly tomando una ducha siempre a las siete de la noche (cuando podría estar haciendo la siesta, créanme), poniéndose el traje oscuro y la corbata más elegante, manejando al estudio de televisión, dejándose maquillar y retocar, buscando, editando y alineando videos de actualidad, investigando los secretos del invitado de esa noche, dejando atrás la fatiga del día a día, entrando en este personaje que, no importa cuán serio sea el tema, siempre sabe hacernos sonreír.

Hacer televisión en vivo es saltar al vacío con un paracaídas que nunca sabes si se va a abrir. Eso me lo dijo él una vez: Nunca sabes si el video va a estar, si el invitado va a llegar, si se va a parar y se va a ir del estudio en la siguiente pregunta. Nunca sabes cuándo es tu última noche ahí, hablando para el público que está en el estudio y sobretodo para el que no está en el estudio, el que ve el programa desde su casa, que nunca sabemos a ciencia cierta cuánta gente es.

Jaime Bayly tiene sin duda un instinto suicida y por eso es quien mejor tolera estar en el aire, con los pies a cuarenta, treinta, veinte minutos de llegar a tierra. Durante la hora que dura su programa, nadie nos lleva a un paseo más placentero. Solo él sabe decir las cosas más tremendas con absoluta elegancia, hacerle al invitado las preguntas que todos queremos saber, repasar la actualidad de cierta manera que sintamos que estamos volando y no cayendo. Nadie mejor que él sabe cuándo y cómo abrir el paracaídas y decir con suavidad: bueno, eso ha sido todo por hoy, hasta mañana.

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