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El preso que más jode


Por Sara Pérez 
Periodista. Fue reportera de los diarios Ultima Hora, El Nacional y Hoy. Fue miembro del equipo de Investigación del diario Hoy. Escribió para la revista Rumbo. Actualmente reside Reading, Pensilvania, Estados Unidos. 
Las cárceles dominicanas son poco menos (o tal vez algo más) que calabozos medievales, ergástulas vergonzantes, como sólo pueden permitirse gobiernos encabezados por la clase de farsantes a la que pertenece el presidente Leonel Fernández, que no es un incompetente desentendido de las desgracias que aquejan a su pueblo por desidia, ni por ignorancia, sino por conveniencia económica y deliberada elección política. 
En esas cárceles hay unas 22 mil personas encerradas en condiciones terribles. Ni siquiera hay que ir a visitarlas para saberlo. Basta con echarle una ojeada a un barrio marginado, a un vecindario de domínicohaitianos, a la letrina de una escuela sin pupitres, a un hospital público o a cualquier calle congestionada por el tránsito, no para imaginar, sino para saber, que si ese es el panorama de la convivencia en libertad, el de la sobrevivencia en prisión tiene que rebasarlo en algo, en cuanto a hacinamiento, suciedad, desorden, violencia y abuso. 
Para conocer algunas variables al respecto, también se cuenta con monografías, diagnósticos del gobierno, que es prolífico con todo lo que se quede en estricta verborrea, vacuidad, bulto y pantalla; declaraciones del Cardenal, quien tiene su participación en los negocios de las cárceles y que es más omnipresente que Dios; los reportajes que la prensa publica esporádicamente dando cuenta de las condiciones infrahumanas de esas instalaciones y las reseñas terribles de toda clase de tragedias y desórdenes en el interior de estas casi mazmorras. 
Entre los políticos corruptos, empresarios de rapiña y banqueros ladrones, los han dejado sin nada. Ni siquiera pueden disponer de sus culos, porque se los violan. 
Los episodios que llegan a mi memoria, incluyen muertes de presos a manos de otros presos ¡con armas de fuego! y armas "blancas"; envenenamientos de reos por parte compañeros ¡y custodios!, incendios intencionales con desenlaces macabros, no todos causados por los propios presos (hay sotanas que huelen a humo del nunca debidamente esclarecido incendio de Higüey, en el que murieron más de 150 personas) y muertes de presos a manos de carceleros, en medio de disputas confusas y porque la ambulancia de la cárcel –si es que existía- no tenía gasolina para llevar a un herido al hospital. En fin, casos todos que hablan de una terrible situación de deficiencia e irresponsabilidad gubernamental y de la vulnerabilidad extrema de un grupo horriblemente maltratado. 
Unas autoridades que confinan y anulan a los presos bajo su responsabilidad de esa forma, merecen estar trancadas más que los delincuentes y criminales. 
No se sabe cuántas personas han muerto en las cárceles dominicanas a causa de cólera, sida, cáncer, cardiopatías, diabetes, infecciones, patologías respiratorias, alergias, desnutrición, deshidratación o de pura y simple miseria. 
El gobierno, la justicia y el sistema carcelario violan los derechos más elementales de los presos, y los guardianes los humillan, los golpean, extorsionan y los maltratan. 
Los compañeros más agresivos hasta los violan. Los presos preventivos son el 80 por ciento, y no han sido definitivamente juzgados. Deben esperar largos períodos hasta que la justicia –que aparte de la venda en los ojos también monta sobre una tortuga bostezadora- encuentre un hueco donde atenderlos. 
Hay gente inocente presa que no saldrá libre porque no tiene con qué defenderse y hay culpables que purgarán el máximo y hasta más, de la pena que les corresponde, porque tampoco tienen con qué defenderse. Algunos cumplirán largas penas por delitos irrelevantes. Muchos saldrán hechos guiñapos. Casi todos saldrán peores. 
Esos presos corrientes son pobres y carecen de educación. Algunos son idiotas o esquizofrénicos. Y la mayoría tendrían vidas "normales" si su entorno social no fuera tan absolutamente hostil, violento y anormal y por lo menos en lo relativo a los principios éticos, ninguno de los presos comunes dominicanos está por debajo del Presidente de la República, ni de Reynaldo Pared, ni de Abel Martínez, ni de algunos de los jueces de la Suprema, ni del matarife que siempre ponen como jefe de la policía. 
En contraste con ellos, hay un pequeño grupo de presos ricos, entre los que se encuentran los banqueros ladrones que se alojan en Najayo, que disfruta de condiciones especiales. 
Pagan para eso y algunos tienen acuerdos de que cuando abandonen sus celdas deben dejar mobiliario y electrodomésticos como herencia para los carceleros, que suelen fungir como servidumbre y que les proporcionan favores y condescendencias y facilitan la transgresión de las normas, a cambio de sobornos. 
La laxitud en la vigilancia que prima en su área es de antología. Nadie registra a quienes los visitan, así es que no hay ningún inconveniente en llevar drogas, alcohol, armas y teléfonos. Los ricos tienen teléfonos en la cárcel, independientemente de todas las babosadas que Leonel disponga sobre el particular. Probablemente también tienen internet y computadoras, aunque yo no los vi. 
Los banqueros ladrones –usando en la cárcel el dinero por el que están presos- comen quesos franceses, patés, caviar, vinos y duermen con sus mujeres en sus residencias-habitaciones, (cada una tiene su tarifa dependiendo del tamaño) y cuenta con las facilidades que puede haber en un hotel aceptable (baño privado, cocina, nevera, televisión con servicio de cable y aire acondicionado, instalados por el huésped, aunque no sé cómo manejan las tarifas eléctricas. Probablemente se las clavan al pueblo). 
No es exactamente el paraíso, porque de todas maneras esos espacios cerrados, de techos bajos, resultan opresivos, especialmente por la prolongación de la estada y porque tienen de vecinos a quienes ellos desprecian y considera seres inferiores, lo que para gente acostumbrada a unos estilos de vida con espacios sofisticados y de alta calidad no debe parecer precisamente el paraíso. Pero son abrumadoramente notables las diferencias con las celdas de los presos comunes, donde todos los años explotan varios presos, literalmente, en los meses de calor y sufren lo indecible, con la artritis, en los meses frescos y de lluvias, sobre todo en las celdas afectadas por filtraciones y la excesiva humedad. Cualquiera de esas celdas de ricos es más grande y sin lugar a dudas está infinitamente mejor abastecida que las casas de los pobres. 
Los servicios legales y de salud que el reo paga están a su disposición en los horarios que él estime más convenientes, mientras los vigilantes, si es que andan en las inmediaciones, procuran mantenerse a respetuosa distancia para no incordiar a los señores, pero acuden con obsequiosa diligencia, si a éstos se les ocurre ordenarles algo. 
Entre estos señores hay uno, llamado Luis Álvarez Renta, que es el preso que más jode del país y que más tiempo les hace perder a las autoridades carcelarias nada más con los papeleos de sus reclamos. Conste, que creo que el Señor Álvarez tiene virtudes admirables. Eso no lo digo con ironía. Fue el único que protestó por el inexcusable acto de barbarie que fue la muerte del narcotraficante Florián Félix en la cárcel de Najayo. 
Pero a juzgar por la cantidad de permisos de salida que ha solicitado y que le han concedido, el señor Álvarez Renta necesita salir de la cárcel cada vez que se le entra una pestaña en un ojo, si cree que tiene algo de cera en un oído, si se le rompe una uña o se le encarna un vello y si estornuda y se le rompe un vasito capilar de la nariz. 
Para salir a cepillarse callosidades de los pies, para que le expriman una espinillita que le salió en un pómulo, para cortarse y teñirse el pelo, si en la familia hay una boda, un funeral, un bautizo, una primera comunión, un aniversario o un cumpleaños de muñecas. El señor Álvarez Renta tiene que salir. Lo ha hecho tanto que no ha tenido tiempo de reformarse, así que a él debían extenderle la pena. 
Ahora la excusa es que hay que operarlo porque dizque corre el riesgo de quedar paralizado. Y está bien que el señor Álvarez Renta se haga todas las operaciones que recomienden sus médicos (Por cierto, ¿él devolvió todo lo que se perdió entre sus manos? ¿Con qué dinero está pagando sus médicos, abogados, fiestas, restaurantes y caprichos?), pero es que también quiere que le permitan irse a su casa por seis meses para la recuperación postoperatoria. 
Él se puede recuperar en la cárcel, donde tiene una habitación lo suficientemente confortable como para recibir las correspondientes terapias y desde donde, con algún esfuerzo, puede alcanzar a ver a tantos que también están enfermos y no tienen médicos con diagnósticos certeros y que no se recuperarán porque no serán operados. Ni recibirán terapias. No tienen con qué pagar esos lujos. Entre los políticos corruptos, empresarios de rapiña y banqueros ladrones, los han dejado sin nada. Ni siquiera pueden disponer de sus culos, porque se los violan. 
En tanto, es más que suficiente con la impunidad de una sola, Vivian Lubrano. De: Acento.com.do

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