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Si Dios nos ama tanto, ¿por qué permite que suframos?


Por Randy Monsanto/www.monsantopost.com

ES NATURAL que busquemos la ayuda de Dios cuando nos hallamos en aprietos. Al fin y al cabo, él “es grande y es abundante en poder; su entendimiento es superior a lo que se puede relatar” (Salmo 147:5). Él es quien mejor puede ayudarnos a afrontar los problemas. Además, la Biblia nos invita a ‘derramar’, o abrir, nuestro corazón delante de él (Salmo 62:8). Entonces, ¿por qué tantas personas tienen la impresión de que Dios no contesta sus oraciones? ¿Hay motivos para pensar que no le importamos?

En vez de apresurarse a culpar a Dios por su supuesta apatía, recuerde cuando usted era pequeño y sus padres no le concedían todo lo que les pedía. ¿Los acusaba de no amarlo? Muchos niños lo hacen. Pero cuando usted creció, comprendió que el amor se expresa de muchas maneras, y que concederle a un niño todos sus deseos no es realmente amoroso.


Del mismo modo, el hecho de que Jehová no siempre conteste nuestras oraciones como quisiéramos no significa que no nos haga caso. La verdad es que Dios manifiesta su interés por nosotros de muchas maneras.

“Por él tenemos vida”

En primer lugar, gracias a Dios “tenemos vida y nos movemos y existimos” (Hechos 17:28). Sin duda, al darnos la vida ha demostrado su interés amoroso por nosotros.

Además, Jehová nos proporciona lo necesario para que nos mantengamos vivos, pues leemos: “Él está haciendo brotar hierba verde para las bestias, y vegetación para el servicio de la humanidad, para hacer salir alimento de la tierra” (Salmo 104:14). De hecho, el Creador no solo satisface nuestras necesidades básicas, sino que generosamente nos da “lluvias desde el cielo y épocas fructíferas, llenando por completo [nuestros] corazones de alimento y de alegría” (Hechos 14:17).

Con todo, algunos quizá se pregunten: “Si Dios nos ama tanto, ¿por qué permite que suframos?”. ¿Sabe usted la respuesta?

¿Tiene la culpa Dios?

Gran parte del sufrimiento de los seres humanos se lo provocan ellos mismos. Por ejemplo, todo el mundo sabe los peligros que encierran ciertas actividades de alto riesgo. Aun así, la gente comete actos de inmoralidad sexual, abusa del alcohol, consume tabaco y otras drogas, participa en deportes peligrosos, conduce a toda prisa, etc. Si dicho comportamiento arriesgado acarreara sufrimiento, ¿quién tendría la culpa: Dios, o la persona que actúa con imprudencia? La Palabra inspirada de Dios dice: “No se extravíen: de Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará” (Gálatas 6:7).

Además, los seres humanos a menudo se hacen daño unos a otros. Cuando una nación declara la guerra a otra, Dios de ninguna manera es culpable del sufrimiento resultante. Si un delincuente ataca a un conciudadano, ¿es Dios responsable de que esa persona resulte herida o muerta? ¡Claro que no! Cuando un dictador oprime, tortura y asesina a sus súbditos, ¿deberíamos culpar a Dios? No sería razonable (Eclesiastés 8:9).

¿Qué podemos decir de que millones de personas vivan en condiciones de extrema pobreza o estén muriéndose de hambre? ¿Es Dios el culpable? No. Nuestro planeta suministra alimento más que suficiente para todo el mundo (Salmo 10:2, 3; 145:16). Lo que lleva a las hambrunas y la pobreza es la distribución desigual de las generosas provisiones divinas. Y el egoísmo del hombre impide resolver este problema.

El interés de Jehová por nosotros se evidencia de muchas maneras

La causa fundamental

Ahora bien, ¿quién tiene la culpa de que la gente enferme o muera de vejez? ¿Le sorprendería saber que Dios tampoco es responsable de eso? Dios no creó al hombre para que envejeciera y muriera.

Cuando colocó a la primera pareja humana, Adán y Eva, en el jardín de Edén, les dio la perspectiva de vivir para siempre en un paraíso terrestre. No obstante, Dios obviamente deseaba que la Tierra estuviera poblada de seres humanos que apreciaran su legado. Por eso, impuso una condición a dicha perspectiva de vida futura. Adán y Eva vivirían en el Paraíso solo si continuaban obedeciendo a su amoroso Creador (Génesis 2:17; 3:2, 3, 17-23).

Lamentablemente, aquellos primeros humanos se rebelaron. Eva optó por escuchar a Satanás el Diablo, quien le mintió y le dio a entender que Dios estaba reteniendo algo bueno de ella. De modo que Eva emprendió un derrotero de independencia e intentó “ser como Dios, conociendo lo bueno y lo malo”. Después Adán se unió a ella en la rebelión (Génesis 3:5, 6).

Al pecar, Adán y Eva demostraron que no eran dignos de vivir para siempre. Sufrieron las desastrosas consecuencias del pecado. Su fuerza y vitalidad fueron disminuyendo y con el tiempo murieron (Génesis 5:5). Sin embargo, su rebelión tuvo repercusiones mucho más serias. Nosotros aún sufrimos los efectos del pecado de Adán y Eva. El apóstol Pablo escribió: “Por medio de un solo hombre [Adán] el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado” (Romanos 5:12). En efecto, debido a la rebelión de Adán y Eva, el pecado y la muerte se propagaron como una enfermedad maligna entre toda la familia humana.

La prueba más contundente del interés de Dios

¿Significa lo anterior que la creación humana de Dios había quedado dañada de forma irreparable? No, y esa es la prueba más contundente de que Dios se interesa por nosotros. Aunque significó un gran sacrificio para él, Jehová suministró el medio para redimir a la humanidad del pecado y la muerte. El precio de redención fue la vida perfecta de Jesús, ofrecida de buena gana a favor nuestro (Romanos 3:24). Por ello, el apóstol Juan escribió: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). Gracias a esta sobresaliente muestra de amor, los seres humanos tenemos de nuevo la perspectiva de vivir eternamente. Pablo escribió a los romanos: “Mediante un solo acto de justificación el resultado a toda clase de hombres es el declararlos justos para vida” (Romanos 5:18).

Podemos estar seguros de que, cuando llegue el momento fijado por Dios, no habrá más sufrimiento ni muerte en el planeta Tierra. Más bien, reinarán las condiciones que se predicen en el libro de Revelación (o Apocalipsis): “¡Mira! La tienda de Dios está con la humanidad, y él residirá con ellos, y ellos serán sus pueblos. Y Dios mismo estará con ellos. Y limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado” (Revelación 21:3, 4). Tal vez usted diga: “No viviré para verlo”. Sin embargo, la realidad es que quizá sí lo vea. Y aun si muriera, Dios puede resucitarlo (Juan 5:28, 29). Eso es lo que él se propone hacer para nosotros, y es lo que sin duda sucederá. ¡Qué equivocados están quienes dicen que el Creador no se interesa por la humanidad!

Jehová nos ayuda a aguantar hoy día. En el momento fijado por él, acabará con la enfermedad y la muerte.

“Acérquense a Dios”

Resulta consolador saber que Dios ha puesto en marcha una solución a largo plazo y permanente al problema del sufrimiento humano. Pero ¿qué puede decirse de la actualidad? ¿Qué podemos hacer si sufrimos la muerte de un ser querido, o un hijo nuestro se enferma? Pues bien, aún no ha llegado el momento de que Dios acabe con la enfermedad y la muerte. La Biblia señala que tendremos que esperar un poco más para ver el cumplimiento de esa promesa. Pero Jehová no nos ha dejado sin ayuda. El discípulo Santiago dijo: “Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes” (Santiago 4:8). Así es, nuestro Creador nos invita a tener una relación estrecha con él, y quienes lo hacen siempre perciben su apoyo, incluso en las peores situaciones.

¿Cómo nos acercamos a Dios? Hace unos tres milenios, el rey David planteó una pregunta parecida: “Oh Jehová, [...] ¿quién residirá en tu santa montaña?” (Salmo 15:1). David contestó su propia pregunta al añadir: “El que está andando exento de falta y practicando la justicia y hablando la verdad en su corazón. No ha calumniado con su lengua. A su compañero no ha hecho nada malo” (Salmo 15:2, 3). En otras palabras, Jehová acepta a los que siguen el proceder que Adán y Eva rechazaron. Se acerca a quienes efectúan Su voluntad (Deuteronomio 6:24, 25; 1 Juan 5:3).

¿Cómo podemos hacer la voluntad divina? Tenemos que aprender lo que es “excelente y acepto a vista de nuestro Salvador, Dios”, y obrar en consecuencia (1 Timoteo 2:3). Esto implica adquirir conocimiento exacto de su Palabra, la Biblia (Juan 17:3; 2 Timoteo 3:16, 17). No basta con leerla superficialmente. Debemos imitar a los judíos de Berea del siglo primero que escucharon lo que Pablo predicó. Sobre ellos se dijo: “Recibieron la palabra con suma prontitud de ánimo, y examinaban con cuidado las Escrituras diariamente en cuanto a si estas cosas eran así” (Hechos 17:11).

Hoy sucede igual: el estudio profundo de la Biblia fortalece nuestra fe en Dios y nos ayuda a forjar una relación estrecha con él (Hebreos 11:6). También nos ayuda a comprender con exactitud cómo trata Jehová con la humanidad: no solo pensando en los beneficios a corto plazo, sino en el bienestar eterno de todos los que están correctamente dispuestos.

 Incluso los niños pueden acercarse a Dios

Fíjese en los comentarios de algunos cristianos que gozan de una relación íntima con Dios. “Amo mucho a Jehová y tengo muchísimo que agradecerle —dice Danielle, de 16 años—. Él me ha dado padres cariñosos que lo aman de verdad y que me han educado en conformidad con Su Palabra.” Un cristiano de Uruguay escribe: “Mi corazón rebosa de agradecimiento, y me siento impulsado a dar gracias a Jehová por su bondad inmerecida y por su amistad”. Dios acoge incluso a los más pequeños. Gabriela, de siete años, dice: “Amo a Dios más que a cualquier otra cosa en el mundo. Tengo mi propia Biblia. Me encanta aprender de Dios y de su Hijo”.

Hoy día, por todo el mundo hay millones de personas que concuerdan sin reservas con el salmista, que dijo: “El acercarme a Dios es bueno para mí” (Salmo 73:28). A tales personas se les ha ayudado a hacer frente a sus problemas, y tienen la esperanza segura de vivir para siempre en un paraíso en la Tierra (1 Timoteo 4:8). ¿Por qué no se pone la meta de ‘acercarse a Dios’? La Biblia nos asegura que él “no está muy lejos de cada uno de nosotros” (Hechos 17:27). No lo dude: ¡Dios de veras se interesa por nosotros!

*El autor es Testigo de Jehová. Reside en Tamboril.-

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