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Delincuentes: imitando a las autoridades


Por Sara Pérez

El Gobierno hace sus aportes para aumentar la violencia, prestigiar el robo, mantener la impunidad, legitimar los atropellos y aupar el autoritarismo, el macuterismo, la deshonestidad, la discriminación, el despilfarro y la ostentosidad de riquezas obscenas, sacadas de los bienes públicos.

Si un ladronzuelo de la calle, necesita inspiración para sus raterías, sólo tiene que volver los ojos hacia el Señor Presidente de la República, hacia los señores congresistas y los señores funcionarios públicos o hacia los banqueros, como Báez Figueroa

Un magnífico ejemplo de todas esas cualidades, las tenemos aquí, en el Consulado Dominicano en Nueva York, que ha rendido más que las minas del Rey Salomón para los gobernantes dominicanos con la depredación de la comunidad dominicana, que ni siquiera largándose del país, consigue sacudirse a todos esos parásitos de encima.
A pesar de ser un funcionario público, que el país paga con su dinero, jamás se ha podido averiguar a cuánto ascienden los ingresos del Señor Cónsul, quien no solo tiene un salario considerable, sino que recibe un por ciento de los ingresos del consulado, práctica dolosa y delictiva que en vez de ser perseguida fue oficializada por el Poder Ejecutivo, años atrás.

En el 2009 cuando el clamor contra la cantidad de vice-cónsules en Nueva York amenazaba con desbordar las compuertas de la Presa de Valdesia, finalmente, el Presidente Fernández decidió tomar cartas en el asunto y resolver la situación.

Según las reseñas, de los 28 vice-cónsules que había en nómina, quitó 18 y dejó 10. Pero los 18 que quitó no fueron cancelados, sino que los repartió entre otros consulados de Estados Unidos.

También agarró 135 dirigentes de la seccional del Partido de la Liberación Dominicana y los nombró en diferentes cargos en el Servicio Exterior, como cónsules, vice-cónsules, auxiliares, consejeros etc. El único entrenamiento que esos funcionarios públicos tienen en su carrera diplomática es la habilidad de levantarse por la mañana –o en la tarde- y quitarse las legañas de los ojos, echándose agua.

No podemos pretender que un tíguere desarrapado se comporte como un ciudadano ejemplar, si eso no se le exige al Presidente del país, ni a los legisladores, ni a los jueces, ni a los grandes empresarios, ni al jefe de la policía. Ni siquiera al Cardenal

Por suerte, según reportes periodísticos, muchos no saben ni dónde queda el consulado para el que trabajan.

La última vez que se tuvieron noticias al respecto, el Consulado de Boston (donde por lo menos hasta hace unos días no habían encontrado la forma de desalojar al cónsul destituido, que se aferraba con uñas y dientes a las patas de la mesa de su ex -despacho) tenía 17 vice-cónsules, cada uno con sueldos de miles de dólares.

Con esta clase de acciones y procedimientos, el gobierno convierte el parasitismo clientelista en una conducta prestigiosa, legítima y aceptable para los ciudadanos que pierden de vista las nociones de honestidad e incluso la propia autoestima, como personas capaces de realizar un trabajo eficiente y honesto y recibir la correspondiente y justa retribución.

Con el clientelismo, el gobierno le enseña a la gente a robar y a abusar y agredir a los demás.

Al pueblo dominicano le tomó mucho tiempo tener tantos ladrones, asaltantes, descuidistas, rateros, matarifes, asesinos y lúmpenes, sin reparos en hacer cualquier cosa y robar, matar, atropellar, llevárselo todo por delante, no respetar ninguna regla y carecer de toda sensibilidad ante los muertos y destrozos que dejan a su paso.

Esas conductas han sido aprendidas finalmente por algunos segmentos populares, con el ejemplo de sus gobernantes y autoridades.

Los mejores ejemplos de abuso, despojo y atropello los proporcionan las autoridades que encabezan el estado dominicano, los militares, la Policía y otras instancias del poder, como la Iglesia Católica y las élites económicas, no sujetas a control alguno.

Si un ladronzuelo de la calle necesita inspiración para sus raterías, sólo tiene que volver los ojos hacia el Señor Presidente de la República, hacia los señores congresistas y los señores funcionarios públicos o hacia los banqueros, como Báez Figueroa.

Si lo que se va a robar es la electricidad, basta con volver la vista hacia Euclides Gutiérrez Félix.

Dando crédito a los cables de Wikileaks, cualquier ladrón chantajista que quiera prosperar, sólo tiene que alentarse con los ejemplos de Felucho Jiménez y Andrés Vanderhorst.

Y siempre, según esa fuente de datos, quien desee ser un depredador de bienes públicos asociado al narcotráfico, puede asesorarse con Amable Aristy Castro.

Quien quiera hacer carrera andando por el mundo con tarjetas de crédito sin límites, cuyos balances acabarán siendo saldados por el pueblo dominicano, debe coger las clases dictadas por Pepe Goico e Hipólito Mejía.

Si la vocación del delincuente se inclina hacia el tráfico de personas, puede apuntarse en las cátedras que dicta Radhamés Ramos, El Chino, el diputado perredeísta por La Vega o asistir a las demostraciones gratuitas que hacen los militares que cuidan La Frontera. De ñapa aprenderá todos los secretos del noble oficio del tráfico de armas y de la dinámica empresa del tráfico de drogas, que el gobierno no puede, ni quiere desmantelar, porque ahora mismo, sobre ese servicio descansa la gobernabilidad del país.

Para los másteres en descuidismo hay que oír a los tránsfugas como Peña Guaba, y uno de Santiago, llamado Radhamés Fermín, que parece un canguro dando brincos de un partido a otro y entrando en el macuto del abdomen todo lo que encuentra a su paso.

Para los cursos de asaltos con agravantes hay que pedirle opinión a Ángel Lockward, a quien Leonel mandó tiempo atrás como embajador en Colombia, supongo que justamente allí, para que perfecciona sus talentos innatos o...quién sabe si con la esperanza de no volverlo a ver.

Félix Bautista está dando ahora mismo unos doctorados en varios renglones. El más notable de todos es el que enseña a cómo transformarse de regateador del precio de 4 plátanos en un colmado de San Juan de la Maguana, en el Donald Trump dominicano, por obra y gracia del Espíritu Santo, sin que se sepa si su capital originario lo encontró enterrado en una botija en el patio de su casa, o si se lo proporcionó el genio mágico de la lámpara de Aladino.

La Escuela técnico-vocacional más prestigiosa a la que puede asistir un aspirante a sicario, es la de La Policía. Ahí no sólo se consiguen gratis las herramientas para el trabajo, sino que se adquieren prácticas de puntería matando gente en la calle y se construyen unas asociaciones de malhechores verdaderamente notables.

Para hacer carrera de narcotraficante, no hay mejor sitio que un cargo de oficial en la Dirección Nacional de Control de Drogas o en La Policía o en las Fuerzas Armadas. El narcotraficante Arturo del Tiempo era policía honorífico; el narcotraficante Quirino pertenecía al Ejército, el narcotraficante Figueroa Agosto tenía carnet como agente del DNI.

Siguiendo el ejemplo de esos prototipos, quien tenga destrezas e inclinaciones para los abusos, puede estar seguro de que sus potencialidades serán apreciadas y desarrolladas en cualquiera de esas instituciones, donde también se encontrarán los socios apropiados para iniciar alguna pujante empresa.

Si la tendencia es a violar niños, todos sabemos a cuál escuela es que hay que ir y ahí también se imparten talleres de hipocresía avanzada, maestrías en solapamiento autosostenible y chantaje incensado contra los gobiernos que se retrasan en el pago de los sobornos.

Un gobierno delincuente es el principal promotor de la delincuencia entre algunos sectores de los gobernados.
Un gobierno que tiene más de 2,000 periodistas incorporados a la nómina pública, aparte de las manipulaciones en la distribución de publicidad, lastima y socava las precarias libertades y promueve la deshonestidad.

El gobierno que aprueba leyes como la barbarie de la prohibición del aborto aún en casos de violación y de que la vida de la madre peligre, es un gobierno que propicia los feminicidios y todas las demás formas de atropellos y discriminaciones contra las mujeres.

Un estado clientelista le enseña a los ciudadanos a ser parásitos, a estar orgullosos de hacer trampa, los hace adictos al dinero fácil y los vuelve tullidos, tanto en términos sociales como productivos.

Un gobierno que manda a su policía a matar gente a la calle con la mayor frivolidad, le quita los frenos a la policía y le enseña a todo el mundo que la gente es desechable y que el asesinato es una opción para dirimir querellas, sospechas y animadversiones.

Para detener la delincuencia hay que confrontar el clientelismo, la corrupción y la impunidad.

No podemos pretender que un tíguere desarrapado se comporte como un ciudadano ejemplar, si eso no se le exige al Presidente del país, ni a los legisladores, ni a los jueces, ni a los grandes empresarios, ni al jefe de la policía. Ni siquiera al Cardenal.

De: acento.com.do

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