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“Telefomanía”, “feibumanía”, “twittermanía” y otras manías tecnológicas



(La incomunicación en la era de la comunicación)

Por Domingo Caba Ramos

Primer caso.

El hecho ocurrió en un restaurante de la ciudad de Santiago de los Caballeros. La pareja de esposos llega acompañada de un niño de unos cinco años de edad. Se sientan. La dama se encarga de solicitar la carta del menú y elegir lo que van a comer. Mientras tanto él, el esposo, indiferente a todo, comienza a “sobar” la pantalla de su teléfono celular.

El niño le habla, pero él no oye. La esposa le pregunta, pero él no responde. El hombre, muy ajeno al mundo que le rodea, “soba”, “soba” y “soba”.

En lo que llega la comida, ni una sola palabra se escucha en la mesa. El mozo sirve. El niño come con entusiasmo. Lo mismo hace la madre. El hombre, aproximadamente diez minutos después, comienza a comer. En su mano derecha, la cuchara; en la izquierda, el celular. El silencio es casi total. Solo el niño le dice una que otra palabra a la madre.

El mozo trae la cuenta. El hombre, sin mirarlo y sin parar de “sobar” y/o navegar, le entrega una tarjeta de crédito. Solo en el momento en que quiso enseñarle algo al niño en el celular se le escuchó pronunciar la primera palabra.

La hora de partir llegó. La madre toma al niño de una mano. El hombre inicia la marcha sin levantar la cabeza. Entre clientes que entraban y otros que salían del negocio, el hombre se desplazaba sobando, sobando, sobando.

Segundo caso.

En otro restaurant, tres jóvenes y elegantes damas llegan y se sientan a una de las mesas bastante cercana a la mía. Cada una portaba en sus manos uno de esos teléfonos inteligentes mejor conocidos con el nombre de “BB” (BlackBerry).

Los tres monumentos femeninos apenas hablaron para ponerse de acuerdo acerca del servicio que ordenarían: una cerveza. A partir de se momento, ni una sola palabra emanó de aquellos labios. Cada una, como si las otras no existieran, comenzó a navegar, sobar, sobar, sobar. A partir de entonces cada una empezó en un momento hablar por su lado, a sonreír y sobar la pantalla de su muy embriagante bb.

Yo abandoné el lugar y dejé a las tres beldades realizando siempre lo mismo: sobando, sobando, sobando…

Casos como los antes relatados se repiten todos los días. La adicción a la tecnología hace que los amigos y miembros de la familia, mientras más cerca están físicamente, más lejos e incomunicados se encuentran. Con la masificación de las redes sociales y el desarrollo de nuevas aplicaciones en los teléfonos celulares, los seres humanos, desafortunadamente, comenzaron a disociarse, a aislarse o romper los lazos afectivos de la comunicación presencial. En semejante contexto, el aparato pasó a ocupar el lugar de la persona.

Se trata, tal adicción, de la enfermedad o patología de los nuevos tiempos. Una patología que bien pudiéramos llamar “telefomanía”, definida esta como el impulso irresistible que conduce a las personas a usar el teléfono celular, o también “feibumanía” y “twittermanía” si se trata del deseo compulsivo de permanecer conectado a las redes de Facebook y Twitter respectivamente. Una adicción que nos conduce a atribuirle más importancia a la pantalla del equipo tecnológico que al ser humano que yace a nuestro lado.

Y usted, amigo lector, ¿cómo se autocalifica o considera ser: telefomaníaco, feibumaníaco o twittermaníaco?

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