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Hombre tenía relaciones sexuales con su esposa después de muerta


Richard Sanden alega no sabía que su pareja había fallecido

WASHINGTON.- Richard Sanden, un hombre de Ohio acusado de practicar la necrofilia, dijo a los investigadores que en el momento en que mantenía sexo con su pareja no se había dado cuenta de que la mujer estaba muerta.

Según informa hoy la prensa local, el hombre, de 55 años, fue detenido esta semana bajo los cargos de cometer abusos con un cadáver y posesión de marihuana, y se le impuso una fianza de medio millón de dólares.


Sanden explicó a la Policía que cuando comenzó a practicar sexo con su pareja, Rebecca Whitehead, no sabía que había fallecido, si bien en un momento determinado se percató de que no respiraba y comenzó a practicarle primeros auxilios.

Una vez llamó a la policía, Sanden fue detenido bajo los cargos de posesión de drogas, y la acusación se amplió cuando los agentes revisaron unas cintas de vídeo que encontraron en su apartamento.

La Policía está investigando todavía las causas del fallecimiento de Whitehead, a la espera de recibir los resultados de los análisis toxicológicos. 

(A propósito de esta noticia reproducimos Idilio Eterno, relato recogido en Amores que matan, de Johan Rosario, y que guarda bastante similitud con el extraño suceso aquí contado. Por eso dijo el Gabo justicieramente que la realidad va uperando a la ficción).
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> Julio Jaramillo, baladista popular.

IDILIO ETERNO

Ana y Julio llevaban un año casados. Las complicaciones en el parto, que se produjo en casa y del que la "pequeña Anita" de Julio salió muerta, no menoscabaron la fe del joven profesor en el clímax de un amor furibundo capaz de sobreponerse a cualquier pérdida.

La semana siguiente del parto, Julio retomó las clases con normalidad, podría decirse incluso que con renovado optimismo. Algunos de sus alumnos del Liceo Braulio Paulino cuchicheaban, sin llegar a reconocer en su pletórico maestro a aquel individuo taciturno que musitaba fórmulas químicas con el hastío de un condenado. Julio sonreía ahora durante las explicaciones, y conseguía que aquella veintena de jovenzuelos participaran en su mundo de elementos y reacciones isotópicas.

A las seis de la tarde, Julio cerraba de un carpetazo su jornada laboral, bajaba donde Tule a comprar un ramo de los claveles que habían conquistado a Ana en sus años de noviazgo, y corría hasta casa con la impaciencia de un niño, de un loco, de un enamorado. Cerraba detrás de sí la puerta que los separaba del mundo y silbaba el cariñoso aviso que siempre había acompañado cada nuevo y esperado reencuentro.

Entraba en la sala y la encontraba allí, eterna y bella ante sus ojos, cada una de las trenzas filtrando la cálida luz menguante que auguraba el ocaso. Y él le sonreía. Y no hacían falta palabras. Y la amaba allí mismo. Y recobraba la felicidad incondicional de la no muy lejana luna de miel en Punta Cana.

Por la mañana, Julio preparaba el desayuno con ilusión escolar, se despedía de Ana con un delicado beso en la frente y salía a la calle brindando a silbidos por la recuperación de la ilusión.

Al llegar el fin de semana, Julio decidió que irían a comer al parque del pueblo. Un acogedor aperitivo entre robles y rosales. Llevó a Ana al carro entre brazos, recordando a besos el primer día que entraron en su nuevo hogar, inmaculados él, ella y la casa.

Julio no dejaba de hablar mientras conducía, relatando con qué optimismo preparaban sus alumnos el próximo examen, y fantaseando sobre las próximas vacaciones. Viajes, ensoñación y dobles sueldos. Ya se habían esfumado las brumas del pasado reciente. Todo era una dulce y prolongada mirada al futuro.

En el parque, ausente del mundo, Julio sólo tenía ojos para Ana, para sus mejillas, para su flequillo, para el silencio luminoso de un sábado por la mañana. Por esta razón Julio no vio llegar al agente de policía hasta que estuvo a su lado y lo esposó, en un arrebato de grito y flores caídas, y se lo llevó hacia el caos del asfalto. Y Julio no pudo siquiera darle un beso de despedida a Ana, tan bella una semana después de morir.

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