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Mirar al mar

El malecón de Santo Domingo es la vía más bella y más desaprovechada de la ciudad. Su desarrollo inmobiliario, inexplicablemente tardío, balbucea todavía entre solares dizque abandonados, torres de lujo, casetas de madera, hoteles de primera y un gigante esqueleto de hormigón que no llegó a ser y que nadie sabe cómo quitar de en medio. Pero en mañanas como la de ayer, azules, blancas y brillantes, en el horizonte los veleros de la regata de la Semana de la Hispanidad con que se celebra este 12 de Octubre, el malecón despliega todos sus encantos y parece alardear de las posibilidades que encierra. Si mirara un poco más al mar, Santo Domingo volvería a ser señorial y presumida. Las ideas saltan. Una escuela de vela o remo para todos los capitaleños. Tomarse en serio la salud de Güibia y mimarla, que bien podría ser un punto de encuentro en la ciudad. Sans Soucí empieza a ofrecer un Santo Domingo que mira al mar, y lo hace con confort y modernidad. Las grandes ciudades costeras alardean de la belleza de sus paseos marítimos, de sus espolones y terrazas frente al mar. No en Santo Domingo, donde apenas uno o dos establecimientos resisten con calidad el paso de los años y donde el exceso de tráfico, ruido y polución lo hacen incómodo para el paseo. El malecón está ahí, esperando a que de verdad nos demos la vuelta y miremos al mar. (Y si alguien sabe para qué sirven esos horribles cubos que han hecho en la Plaza Juan Barón, que avise).

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