Para que el presidente de facto de Honduras deje el poder habrá que echarlo de la misma forma en que él lo asumió: a la fuerza. Cada día se muestra más renuente e insolente para propiciar una salida pacífica a la crisis que ha supuesto el golpe de Estado del 28 de junio contra el presidente constitucional Manuel Zelaya. Micheletti ha puesto como condición para dejar el poder que Zelaya no sea restituido en el cargo. Parece que el respaldo endosado por tres halcones de Estados Unidos, entre los que figuran los diputados republicanos por La Florida, los hermanos Lincoln y Mario Díaz Balart, lo han envalentonado. En la mesa de diálogo patrocinada por la Organización de Estados Americanos (OEA), el secretario general José Miguel Insulza había citado la reposición condicionada de Zelaya en el poder como el principal de cinco puntos para superar la crisis. La verdad es que se ha buscado toda la vuelta sin que haya forma de que Micheletti entre en razón. La reinstalación de Zelaya no debería estar condicionada, pero ni siquiera así acepta una solución el presidente de facto. Es obvio que no deja otro camino que apelar para destituirlo a los mismos métodos que utilizó para adueñarse del poder. No hay más remedio.
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