La policía nacional dominicana es una maquinaria, profundamente corrupta, embrutecida por el hambre y la ignorancia, sin la menor idea de cuál es su verdadera misión.
Hace unos años, ante la explosión del caso PEME, la sociedad dominicana fue sorprendida por la afirmación, del en ese entonces expresidente Leonel Fernández, de que prefería pagar antes que matar (El Siglo 28/11/2000, página 1-A). Hoy se paga y se mata. El reciente asesinato de Cecilio Díaz y Batista Checo por parte de la Policía Nacional, así como la distribución de dinero en Las Canas en Villa Vásquez a las personas que entregaron vivo a Cecilio Díaz, no son hechos excepcionales. Estos responden a un patrón que ha ido dejado una estela de muerte y mentiras.Videos, fotografías, informes forenses responsables han impedido que algunos de éstos casos se queden impunes, pero la responsabilidad sólo ha alcanzado a quienes apretaron el gatillo. Ahora es asesinado el joven dirigente comunitario Johnatan Durán, el que según el parte policial fue sorprendido quemando neumáticos, previo a una huelga convocada por el FALPO. No hay que ser gran analista para prever que ante el aumento del deterioro de la vida de la mayoría de la ciudadanía, así como la falta de respuestas de las presentes autoridades habrá, por consiguiente, un aumento de las protestas sociales y también de la intolerencia policial. Lo cierto es que en este momento hay una política de represión orquestada por las élites gobernantes y represivas. Dicha política es posible gracias a que la policía nacional es una maquinaria, profundamente corrupta, embrutecida por el hambre y la ignorancia, sin la menor idea de cuál es su misión.Y es que la corrupción que por mucho tiempo ha ido permeando a la Policía Nacional ha cambiado la naturaleza de la institución, llevándola de una entidad destinada a proveer seguridad a toda la ciudadanía, a un grupo al servicio de sí mismo, del poder gubernamental y de quien pueda pagar. Sólo recordar el caso Paya.Los hombres y mujeres honestos de la Policía Nacional, se encuentran atrapados en una red de lealtades, basadas en la complicidad y un sentido de la obediencia dictatorial y déspota, que cubre con un manto de silencio las atrocidades que desde allí se comenten.Pero algo han perdido de vista nuestros gobernantes. La Policía Nacional se ha convertido en un monstruo hambriento y el hambriento no tiene amo.
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