La inaceptable conducta del diputado Julio Romero hacia una joven de 16 años (hoy ya tiene 18) es una radiografía de la mezquindad. De lo miserable que puede llegar a ser un sistema clientelista sobre una sociedad pobre. Y él es uno de los legisladores que está negociando (ya no se puede usar otro verbo) la reforma constitucional. ¡Ese sujeto decide las leyes! Si su comportamiento fue deleznable, sus explicaciones revuelven el estómago. Hay que ser muy profesional para quedarse como Alicia Ortega, sentada y escuchando tal sarta de barbaridades. Dice el diputado, según informa una nota de prensa del programa "que él simplemente es un dominicano que forma parte de una sociedad donde tener hijos en la calle es parte de la cotidianidad." Volvamos al punto de origen. Son los partidos políticos los que enlistan a estos sujetos y nos los proponen para ser electos. Los elegimos porque los partidos los eligen primero. Son los partidos políticos los que deben sanearse. El problema es que no tienen ninguna intención de hacerlo y la actual asamblea revisora es un espectáculo diario de negociación y no precisamente Política. Julio Romero pudo "llevarse" a una niña de 16 años porque tenía poder político y dinero (¿irán siempre juntos?) y se defiende con arrogancia porque en su fuero interno está convencido de que la política sirve para eso. Si trata el tema García Márquez, es una novela. Pero es la tragedia diaria de un pueblo pisoteado por políticos impresentables.
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