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El misterio que rodea la muerte del periodista más temido por el Pentágono y la CIA

periodista

Una cita con la muerte para Michael Hastings


El 17 de junio a las 13 horas, el conocido periodista Michael Hastings disparó un mensaje de texto a sus colegas de la revista BuzzFeed. En el asunto se leía: “Investigación del FBI” y en el texto Hastings alertaba a sus compañeros de trabajo de que agentes federales estaban interrogando a sus amigos y conocidos, y advertía que nadie debía responder sin contactar a los abogados de la empresa. Al final, se despedía indicando que estaba trabajando “en una gran historia por lo que debía salirse de los radares por unos dias”.

Después de escribir a sus colegas, Hastings tomó un segundo recaudo: se contactó con Jennifer Robinson, una de las abogadas de WikiLeaks.

A menos de 24 horas de haber enviado ese e-mail, Hastings estaba muerto. Tenía 33 años. Su cupé Mercedes C250 explotó despues de estrellarse contra una palmera en la ciudad de Los Ángeles. El cadáver de Hastings estaba tan desfigurado que los forenses tardaron dos días en confirmar su identidad. El cuerpo del periodista fue cremado en contra de los deseos de su familia, destruyendo evidencia potencial que podría haber contradicho la explicación de que murió de manera accidental.

Con las invasiones a Afganistán e Irak, el Pentágono logró disciplinar y alinear a los grandes medios estadounidenses como el New York Times y el Washington Post y las cadenas de televisión como CNN y Fox, que se dejaron usar para justificar –por ejemplo– las inexistentes armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. A partir de ese momento, revistas como Rolling Stone y The New Yorker, entre otras, y la agencia Asociated Press tomaron la delantera en las investigaciones periodísticas sobre el complejo militar industrial y de seguridad. Hastings estaba en su salsa denunciando la doctrina de las guerras secretas de Obama: el masivo uso de drones (aviones no tripulados), los asesinatos selectivos y el papel de empresas mercenarias como Stratfor y Blackwater, pero el investigador subestimó el peligro.


En los últimos años, los reportajes de Hastings sobre las aventuras bélicas en Irak y Afganistán le hicieron ganar tantos premios como enemigos poderosos y temibles. En junio de 2011, publicó en Rolling Stone “Un general fuera de control”, una investigación sobre Stanley McChrystal, el uniformado de cinco estrellas que se desempeñaba como máximo responsable estadounidense en Afganistán. En ese reportaje, el entonces comandante supremo, que lideraba la guerra de Estados Unidos en Afganistán, se burlaba de Obama y sus colaboradores de la Casa Blanca. En el artículo, McChrystal criticaba abiertamente al entorno de Obama y ridiculizaba al vicepresidente Joe Biden. El general había tomado el control de la guerra, no perdiendo nunca de vista al verdadero enemigo: “Los blandengues de la Casa Blanca”, según él. “Esto socava el control civil de los militares que está en el centro de nuestro sistema democrático”, dijo Obama cuando se vio obligado a relevar a McChrystal.

En febrero de 2011, Hastings escribió un extenso perfil del sucesor de McChrystal, el general David Petraeus, quien más tarde se convirtió en jefe de la CIA pero tuvo que renunciar por un escándalo de alcoba.

Esta semana, la viuda de Hastings, Elise Jordan, confirmó que el actual director de la CIA, John Brennan, estaba en el centro de la investigación que Hastings no concluyó pero que se publicará en las próximas dos semanas.

El mes pasado, una fuente suministró a San Diego 6 News un alarmante correo electrónico hackeado a Fred Burton, presidente de Stratfor, la mayor agencia de inteligencia privada del mundo que además es contratista de la CIA. El correo publicado por WikiLeaks, afirmaba que el entonces Zar del contraterrorismo de Obama, John Brennan, había estado a cargo de la caza de brujas contra los periodistas de investigación.

Cuando se solicitó a la CIA un comentario oficial sobre el correo de Stratfor, el vocero de Brennan admitió que Hastings estaba trabajando en una historia vinculada a la CIA, pero se negó a comentar sobre la información difundida por WikiLeaks. “Cualquier sugerencia de que el director Brennan haya intentado atentar contra la libertad de prensa constitucionalmente protegida es ofensivo y sin fundamento”, sostuvo el vocero de prensa de la CIA, Todd Ebitz, y agregó que ellos estaban “muy tristes” por la muerte de Hastings y reiteraron su posición de que tenían una relación “cordial” de trabajo con el periodista de investigación. Por su parte, el presidente de Stratfor, Fred Burton, se ha negado ha realizar cualquier tipo de comentario sobre el correo que lo involucra.

Según la versión oficial, Hastings murió en un accidente protagonizado por un solo vehículo, su Mercedes C250 que a las 4.25 horas del 18 de junio se incrustó contra una palmera en el barrio de Hancock Park de Los Ángeles. Los testigos dijeron que el motor del Mercedes fue expulsado a más de 50 metros del lugar del misterioso choque.

El análisis del video de una cámara de seguridad, realizado por peritos independientes, revela que Hastings no iba a alta velocidad cuando el auto chocó contra el árbol, Las imágenes parecen confirmar informes de testigos de que el coche sufrió una “explosión” antes de impactar contra la palmera, lo que sugiere que algún tipo de artefacto incendiario o explosivo fue plantado en el vehículo. Mediante la medición de la distancia recorrida por el Mercedes en el clip de vigilancia y el tiempo transcurrido antes de la explosión, el perito pudo calcular que el coche viajaba a una velocidad de 60 km/h, y que tampoco aceleró, como sugieren algunos informes.

Más alarmantes resultaron los vaticinios del ex coordinador nacional para la Seguridad, Protección de Infraestructura y lucha contra el terrorismo, Richard Clarke, que aseguró que lo que se sabe sobre el accidente es “consistente con un ataque cibernético contra el coche. No hay razón para creer que las agencias de inteligencia de las grandes potencias –incluyendo los Estados Unidos– no sepan cómo aprovechar el control remoto de un coche, así que si hubiera habido un ataque cibernético en el auto de Hastings –y yo no estoy diciendo que lo hubo ni que no lo hubo–, creo que quien lo haya hecho probablemente se salga con la suya”.

Fuente

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