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ANTHONY SANTOS: De lo gracioso a lo ridículo


*POR DOMINGO CABA RAMOS

Durante la dictadura de Trujillo, por razones políticas, cientos de dominicanos perdieron la vida, cientos fueron torturados y cientos sufrieron los rigores de injustas prisiones. Como resultado de esa realidad, cientos de hijos quedaron huérfanos, cientos de esposas quedaron viudas y cientos de madres perdieron a sus hijos. El dolor no se aparta de las víctimas del tenebroso régimen, y las cicatrices de las torturas, como huellas malditas, aún yacen plasmadas en los cuerpos de los que lograron escapársele a la muerte.

 Cuando un bachatero llamado Anthony Santos, emborrachado por la emoción e impulsado, talvez, por el endiosamiento y la ignorancia, incurre en el irrespeto de alabar públicamente a Trujillo, insulta, se burla, ofende y les falta el respeto, no solo a quienes desaparecieron, fueron asesinados y padecieron los tormentos de las cárceles trujillistas, sino también a esas viudas, a esos huérfanos y a esas madres adoloridas.

 Su inoportuno, ridículo y desagradable « ¡Viva Trujillo!, constituye un hecho sin precedente en nuestro país, por cuanto en el tiempo que llevo respirando, jamás había visto que alguien, en un acto público, se atreviera a ensalzar la imagen del sanguinario dictador.
Me informan que este bachatero, cuando en las fiestas que ameniza, sus emociones alcanzan el tope , suele incurrir en todo tipo de exabruptos, disparates o extravagancias léxicas y en cuantas prácticas le permitan "hacerse el gracioso"; pero él debería saber que esa gracia se torna ridícula y odiosa cuando de manera torpe e irracional se atreve a emitir un ¡Viva Trujillo! en un acto observado por miles de niños, jóvenes y adolescentes, y posiblemente por muchos de los dominicanos que sufrieron los rigores de la de férrea dictadura.

¿A qué debe semejante conducta lingüística?


Anthony Santos, tenemos que admitirlo, es el más popular y cotizado cantante de bachata de la República Dominicana. Su popularidad ha alcanzado niveles que desbordan los límites de la idolatría y el endiosamiento. Como existe una estrecha relación entre la conducta lingüística y el autoconcepto de la persona, es común que cuando un individuo se siente endiosado, idolatrado y magnificado por la valoración social, más si carece de formación académica y emerge de la pobreza extrema, entienda que está por encima del bien y el mal, que todo lo que dice “le luce” o genera gracia, que las leyes no rozan su epidermis, razón por la cual todo lo puede decir sin temor a ser penalizado. Es exactamente lo que sucede con el anciano comunicador Álvaro Arvelo (Alvarito), el más endiosado dominicano después de la muerte de Balaguer, cuyas “pleberías”, pestilencias y deformadoras cloacas verbales gravitan de manera negativa en el habla de los dominicanos.

 ¿Sabrá Anthony Santos quién fue realmente Trujillo? ¿Sabrá que existe una ley en nuestro país que prohíbe la propaganda trujillista? ¿Entenderá que cada lugar demanda un tipo espacial de comportamiento? ¿Entenderá que en la solemnidad del Teatro Nacional no se puede actuar y hablar igual que en un rancho típico?

Ojalá que el popular y talentoso bachatero noroestano no repita tan repudiado comportamiento y, en tal virtud, quizás convenga recordarle lo que no hace mucho escribí en uno de mis artículos:

 «El sabio utiliza la lengua con sumo tacto, prudencia y sentido común. El necio, en cambio, actúa con torpeza, irrespeto, imprudencia y ligereza. El sabio sabe qué, dónde y cuándo hablar. El necio no mide lo que dice, esto es, habla de todo, en todo momento y en cualquier lugar. El sabio, por sabio, sabe cuándo debe callar. El necio, por torpe, nunca calla y “dice todo lo que se le viene a la boca”, restándole así efectividad al acto comunicativo. Olvida este que la esencia de una efectiva comunicación consiste en callar lo que no se debe decir y decir lo que no se debe callar».

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