El presidente convence en una versión muy diferente a la que ofreció durante el primer debate, celebrado hace dos semanas
Barack Obama renació para su segundo debate electoral. Con la lección
aprendida, el presidente acudió al plató con los temas preparados. No
se dejó ninguno en el tintero: el 14% de impuestos que paga Mitt Romney;
el famoso vídeo en el que este dijo que el 47% de los electores no le
votaría porque creen que merece vivir de las ayudas del Gobierno; la
polémica idea de la autodeportación para los 11 millones de inmigrantes
ilegales que residen en EE UU, y el hecho de que efectuara acusaciones
políticas después del ataque terrorista contra el consulado de Bengasi,
en Libia, el mes pasado.
Si se tenía que medir con el Obama que acudió
al primer debate, el presidente claramente ganó en este segundo cara a
cara.
El Obama del debate de anoche en Nueva York era un candidato
vitalista, con energía, que miraba a su contrincante y al público a la
cara, defendiendo sus ideas y sus reformas con vigor. No tenía nada que
ver con el hombre que apareció en el cara a cara en Denver de hace dos
semanas. Aquel era un Obama con apariencia decaída, agotado, algo que
daba la impresión de que el proyecto que defendía para su país estaba
también derrotado. Esa falta de confianza y ese cansancio desaparecieron
en el segundo encuentro electoral. Se notaba que los días de
preparación del presidente en Virginia habían surtido su efecto.
Si hay que juzgar el debate por su punto culminante, Obama supo
mantener los tiempos para sacar a relucir, en el último momento, el famoso comentario del 47%.
“Creo que el gobernador Romney es un buen hombre. Ama a su familia, le
importa su fe. Pero también creo que lo que dijo a puerta cerrada de que
el 47% del país se cree una víctima que rechaza asumir sus
responsabilidades, sabe bien de quién habla”, dijo Obama antes de que
acabara el encuentro. No quedaban ya más réplicas. Así se cerraba un
encuentro en el que el presidente pasó finalmente al ataque, como le
pedían sus bases, logrando acorralar a Romney en varios momentos.
Ante todo, Obama aprovechó la baza de presidir en este momento en el
Gobierno, y cuando llegó la hora de hablar del ataque contra el
consulado en Libia, supo aprovechar la oportunidad para elevarse sobre
Romney y sobre el juego político en sí mismo. “La acusación de que
cualquiera en mi equipo, ya sea la Secretaria de Estado, la embajadora a
la ONU o cualquiera en mi equipo haría política o engañaría en un
momento en que hemos perdido a cuatro de los nuestros es ofensiva.
Nosotros no nos comportamos de ese modo. Eso no es lo que hago como
presidente o como comandante en jefe”, dijo el presidente.
En ese punto, Obama llegó a aparecer desafiante cuando Romney puso en
duda que hubiera calificado el ataque en Bengasi de “acto de
terrorismo” la jornada después de que sucediera, en una conferencia en
la Casa Blanca. “Compruebe la transcripción”, dijo el presidente,
sin apocarse, manteniendo la mirada fija en Romney. La moderadora le
ofreció su ayuda, confirmando que, de hecho, sí lo había descrito en
esos términos, y desmintiendo a Romney.
Obama supo también aprovechar los equívocos pasados de su contrincante en materia de inmigración. Acusó a Romney de haber dicho que la polémica ley migratoria de Arizona es “un modelo para la nación”,
algo que Romney negó. Luego sacó a relucir la propuesta de la
autodeportación de los sin papeles, “o lo que es lo mismo, hacerle la
vida a esa gente tan miserable que no tienen más remedio que marcharse”.
Finalmente, le dio un toque personal al asunto: “¿Saben qué? Si mi hija
o la suya mira a alguien como si no fuera un ciudadano, no quiero
facilitar que algo así ocurra”.
Con anécdotas personales y defendiendo sus ideas y reformas desde el
puesto de comandante en jefe y presidente, Obama supo reparar el daño
que se hizo a sí mismo en el primer encuentro de hace dos semanas. Ahora
su mayor desafío es igualar o superar su marca en el último encuentro,
que se celebrará el próximo lunes. El País/España.