Esta
sociedad que encamina a una niña por las
sendas de la precocidad sexual, es la misma en la que un carro vale más
que un hermano; la que te llena un parque para cantar y fumar marihuana
al ritmo del Remix "Siete locas metía en la piscina", mientras rechaza
una charla magistral del notable intelectual Andrés L. Mateo, la que
privilegia el uso de aretes hasta en los ojos y en la que no tener
vistosos tatuajes es sinónimo de 'ser pariguayo y atrasao'. Verbigracia,
duele mucho
que en el mismo lugar en el que, al decir del respetado Profesor Domingo
Caba Ramos, cultas damas recitaban "Tabaré" lustros atrás -Tamboril-
hoy se prefiera tararear: "Yo quiero un hombre que
me amance". Esta sociedad en la que -todo sea por dinero- se atreven incluso a encaramar reconocidos narcotraficantes en tarimas para rendirles 'pleitesías redentoras', también es capaz de llamarte 'baboso' si haces buen uso del lenguaje. Y al final uno necesariamente se tiene que preguntar: Dónde iremos a parar?
Por Johan Rosario
Retumba con violencia el merengue de 5 Estrellas. --No te meta con la
gente que te pueden da' Plomo' --advierte el tema como preludio de lo
que viene. La niña de apenas 12 anos, entretanto, enrosca sus muslos con
los del joven que la corteja en el pornográfico mix "Pepe con Plomo".
Aunque su cadencia y el provocador tongoneo dan a entender que se trata
de una mujer hecha y derecha, una tía, a voz en cuello, desbarata esa
impresión al proclamar orgullosa --y eso, que apenas tiene 12 añitos.
Pasmado, contemplo aquél sorprendente espectáculo y mientras me
acomodo para tomar nota, apenas llego a deslizar la pluma intentando
teorizar sobre lo mal que camina esta sociedad, cuando otro criollo,
Vakeró de nombre, irrumpe aún con más ímpetu, rompiendo por completo mi
concentración --Ay, sí, ven pa' rompete la tela --vocifera el músico con
grande estridencia. Vencido por los hechos, tiro el lápiz al zafacón y
presuroso salgo del lugar. --No miraré hacia atrás --pienso--, mientras
camino ya afuera de aquella casa en cuyo interior se celebra, a la
clara, una deprimente orgía de la menor, con el consentimiento de varios
familiares que celebran eufóricos la hazaña de la infante. Sin embargo,
bien dice el dicho que la curiosidad siempre acaba matando al ratón.
No me contengo y segundos después miro hacia atrás de nuev entonces,
el asombro cubre ahora más mi rostro con la nueva escena que apresan mis
ojos: la niña se relame de gusto, mientras el joven con el que antes
bailaba, introduce su lengua por el ancho escote de su blusa. Ya no
quise ver más y comprendí, muy a mi pesar, que vivimos una era en donde
los valores no tienen casi sentido.
Esta sociedad que empuja a una niña y la estimula al sexo temprano, es la misma en la que un carro vale más que un hermano.
Es la que te tacha de estúpido si honras una deuda a tiempo; la que
te llama pariguayo si no tomas ventaja del prójimo; la que te llena un
parque para cantar y fumar marihuana al ritmo de Plomo y Pepe, mientras
rechaza un evento cultural para abordar temas históricos o literarios,
la que en el mismo sitio donde cultas damas recitaban "Tabaré" hará
varias décadas, hoy prefieren tararear "Yo quiero un hombre que me
amance", la que te considera anticuado si no usas arete hasta en los
dientes o un vistoso tatuaje en los brazos; la que te tilda de "baboso"
si haces buen uso del lenguaje; la que te llama "atrasao" si no te ciñes
a las modas de época; la que te exige grandes cadenas y guillos como
garantía de solvencia material, y la que, todo sea por dinero, encarama a
delincuentes y narcotraficantes en tarimas para rendirles pleitesias
redentoras.
Viendo todo este extravío, y la adherencia al mismo de figuras
anteriormente paradigmaticas, la pregunta surge sola: ¿Cuándo fue que
todos nos volvimos ridículos?...¿Cuándo fue que dejamos de apreciar la
simpleza de la lluvia, la limpidez del cielo y la hermosura que proyecta
el vuelo de una mariposa?...¿Cuándo fue que nos arropó esta oleada de
vergonzosos antivalores?...¿Qué fue lo que pasó realmente? Ya abril no
tiene colores ni matices, y las flores no sirven a los enamorados.
Hoy una novia prefiere que le regales una cirugía plástica antes que
recitarle poesías de Neruda, Vallejo o Dagoberto López; un verso de
Benedetti cae aplastado ante la oferta de un apartamento amueblado y un
carro con aire acondicionado calibra mil veces más a un mujer que un
suave susurro al oido. Hoy por hoy regalar un libro se ha vuelto un
insulto.
Los estantes con obras de García Márquez, Hernández Franco y Saramago
han sido suplantados por perfume Channel, y maquillaje L'oreal. En todo
ello pienso a menudo y me derrumba la terrible convicción de que,
desgraciadamente, lo absurdo y trivial ha ganado tanto terreno que
revertirlo es un desafío ya casi imposible.