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Todo en un minuto


POR DOMINGO CABA RAMOS

Martes 24 de julio del 2007. Hora: 12:30pm. Los rayos del sol, más ardiente que nunca, descendían en forma vertical, convirtiendo a la Ciudad Corazón (Santiago de los Caballeros) en un verdadero horno.

Al llegar a la intersección de las avenidas 27 de febrero y Estrella Sadhalá, espero durante un minuto hasta que el semáforo cambie de rojo a verde. Apenas me había detenido, cuando escucho que alguien toca insistentemente la puerta izquierda de mi carro. Bajo el cristal, y mis ojos chocan de frente con la rodante plaza comercial que allí diariamente opera. Un mercado ambulante en donde todo parece ofertarse.

- “Llévate dos aguacates de estos – se escuchó una voz


- Son muy buenos…” – insistió.

-” ¿No desea gafas de sol para la playa…? – interrumpió otra”

- “Tengo tarjetas de llamadas, ¿quiere una…?” – informó y preguntó una tercera.

En medio de semejante asedio, veo que un objeto, lanzado no sé de dónde, se acerca amenazando con destruir el vidrio delantero del verde Toyota Camry en cuyo interior permanezco. Parece una piedra. Me agacho. Pronto me doy cuenta que no se trata de lo que yo había pensado, sino del sucio lienzo usado por los limpiavidrios que nunca solicitan autorización para realizar su lustradora labor.

No me había repuesto del susto cuando veo que frente a mí, recostados en el vehículo, se encuentran dos jóvenes: una de coqueta, insinuante y erótica mirada, provista de un transparente envase pletórico de tarjetas de llamadas, y otro casi “metiéndome por los ojos” una maceta de limoncillos.

Despacho a los persistentes ofertantes y acto seguido subo el cristal. De nuevo otra persona toca sin detenerse la puerta derecha. Se trata de un señor, aparentemente ciego, quien llevado de las manos de un niño tiende la suya para que yo deposite en ella una limosna.

Entrego al “invidente” la única moneda que me queda. No se había marchado este aún, cuando al voltear la cara veo que un joven de corpulenta anatomía y cara de mal amigo se aproxima en forma desesperada portando un filoso machete.

­- “Hasta aquí llegó mi vida” – me dije.

Simulo no verlo. Pienso en un posible atraco. El hombre se aproxima cada vez más. Un policía también se acerca. Esto me da seguridad. Bajo el cristal y el otro sube el machete. Mis nervios comienzan a descontrolarse. En ese momento tengo por seguro de que al día siguiente todos leerán en la prensa nacional el siguiente titular: “Atracan profesor en plena luz del día”.

Pero, a pesar de tan nefasto presagio, me visto de valor y atiendo al hombre del machete:

-“Este es un buen machetico para la casa”. Cómpramelo”- me dice, sin mediar palabras, con acento lastimero e insospechada cortesía.

La luz roja del semáforo desaparece y reaparece la verde. Mi vehículo comienza de nuevo a desplazarse. Los miembros de la plaza rodante quedan atrás. Los miro a través del espejo retrovisor. Una sonrisa incierta se dibuja en mis labios, y pienso que lo contado ocurrió en horas. Reacciono y entiendo que no fue así.

El hecho relatado sucedió sólo en un minuto.

El autor es profesor universitario. Reside en Santiago de los Caballeros. E-mail: dcaba5@hotmail.com

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