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Día del Periodista: muy poco que celebrar



La mayoría de periodistas dominicanos se ven compelidos al pluriempleo, por los precarios ingresos percibidos y por ello mismo viven en condiciones de extrema miseria, como puros pedigueños. Muchos se ven forzados por las circunstancias a publicar noticias a cambio de comida y, otros, peor aún, venden sus plumas al mejor postor a cambio de dinero contaminado.

El Día Nacional del Periodista que se conmemora hoy en República Dominicana sorprende a la colectividad periodística con un cúmulo de agravios a la prensa que obliga a comunicadores, medios y sociedad a reflexionar sobre tales intimidaciones que agraden a la libertad de prensa y de expresión y el derecho de la ciudadanía a recibir una información veraz, libre de presión o contaminación.


Las acciones intimidatorias perpetradas días atrás contra comunicadores de los periódicos El Caribe, Listín Diario, El Nacional y del noticiario Radio Mil Informando se acumulan como nubarrones sobre un ejercicio profesional aguijoneado desde hace tiempo por muchos floretes de poder.

Las amenazas contra la prensa, explícitas o veladas, provienen de casi todas las esferas de la fuerza y el dinero, con los olores de la flor o el dulce de la miel, pero otras con la ira del verdugo, sabor de acíbar o picor de hiedra venenosa.

Son múltiples y divergentes los diagnósticos que se levantan sobre la situación actual de la prensa dominicana, aunque en la mayoría de los casos se converge en el criterio de que en términos relativos en República Dominicana impera un clima de libertad para el ejercicio profesional del periodismo.

El convulso mundo de hoy obliga, sin embargo, a revaluar el papel de la prensa y de los periodistas como entes intermediarios entre gobernantes y gobernados o peña de debates en el mosaico de ideas que los diferentes sectores de la sociedad exponen como guía o vía para alcanzar el anhelado escenario de justicia y equidad.

En la aldea global en que ha derivado el mundo por el avance extraordinario de las telecomunicaciones, no sobreviviría una prensa diseñada a imagen y semejanza de intereses corporativos, como tampoco subsistiría un periodismo servil al gobierno o como bufón de intereses partidarios o religiosos y menos un ejercicio profesional convertido en empresa de chantaje o extorsión.

Se admite que en términos tecnológicos y de competitividad, la prensa sufre una cruenta y extraordinaria transformación, que como en cresta del gran oleaje transporta a periodistas y dueños de medios a una especie de tierra del nunca jamás, donde el ejercicio y la empresa periodística adquieren dimensiones jamás soñadas.

Lo que no ha cambiado ni debería cambiar nunca es el compromiso del periodista a ejercer su oficio con decoro, valentía, responsabilidad y conciencia, con el sagrado compromiso de defender con su vida si fuera necesario la libertad de expresión y el sacrosanto derecho del ciudadano ordinario a recibir una información veraz, libre de toda contaminación.

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