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Trampa para los jodidos


Con el dinero no solo se compra batatas y los mejores vinos del mundo. También se adquiere decoro y seriedad.

Andamos mal hace mucho, he dicho. Los códigos del honor se miden más que nunca por el poder del dinero y la sonoridad de los apellidos. Con el dinero no solo se compra batatas y los mejores vinos del mundo. También se adquiere decoro y seriedad. No hay peor desgracia que nacer bajo la pobreza. Ni mayor felicidad que venir al mundo con la etiqueta sempiterna de un apellido privilegiado. Es una lástima, pero se ha generalizado esa convicción. Desde sus primeros días, el necesitado, aun honesto, tiene que remontar el río de las injusticias. Gastar la mitad de su vida en demostrar su pertinencia en un océano dominado por perversos. El otro no. Lo paren con el caparazón del prestigio y el pudor. ¡Imposible marchitar esa flor, si brotó de buena planta! Nada importan sus andanzas por los corrillos de la mafia y los asesinatos. Con pesos, dólares y euros es fácil lograr el buen nombre y su protección. Basta comprar voces de moda en los medios, pues las demás repiten como loros los desgañites: “Serio, honorable, trabajador, excelso…”A ritmo de ese merengue, un escándalo de corrupción pública o privada sustituye a otro que pasa al olvido sin que se escudriñe en sus causas y actores de primer orden. Igual para los casos de narcotráfico. Como mucho se podrían aceptar como errorcitos que jamás deberían empeñar el prestigio de las familias. Un empobrecido que se deslizara por la cuesta de la delincuencia nunca recibiría ese espaldarazo. Más bien reclamarían su eliminación. La delincuencia y la violencia callejeras son hijas, en parte, de ese mundo inverso. Los jóvenes no alcanzan a ver espejos alternos. La fuerza del mal los arropa. Desde sus nacimientos son sometidos al más virulento ataque de mentiras mediáticas. De hechos y valores retorcidos. Y con pocas herramientas para descifrarlos. Ese patrón no se agota sin embargo en los medios. Ha dejado huellas indelebles en hogares, universidades, escuelas, clubes, museos, teatros, plazas públicas, libros. Para el joven, matar y robar, conseguir dinero a cualquier precio, es el más cercano referente. El entorno aquilatará su nuevo estatus aun teñido de sangre. Educarse cuesta mucho dinero y esfuerzo que muy poco valora la sociedad. Solo hay que ver el salario de un especialista, si goza la suerte de un empleo. Ridículo. Mientras un coro, con parientes incluidos, le repite como un disco rayado: “Pendejo, pendejo, búscatela, búscatela; mata, mata; nadie te mira si no tienes moneda; nadie te dirá serio, si tienes los bolsillos rotos”. Tremendo dilema se les presenta en sus vidas. La sociedad ha quedado bajo una verdadera red del mal. Una trampa, si no imposible, difícil de evadir. Entretenerse con los jodidos es una buena forma de perder el tiempo.

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