Arropado por el firme apoyo de toda la comunidad mundial y convertido prácticamente en un prócer, Manuel Zelaya penetró ayer a Honduras por su propia cuenta. Ha probado con creces su arrojo y valentía, y la firme decisión de tomar el toro por los cuernos. Se trata de un hombre con pelo en el pecho, que en aras de la justicia ha demostrado estar dispuesto incluso a morir. Eso es realmente imponderable, por lo heroíco. Estados Unidos, y concretamente Barack Obama, tienen de frente una prueba de fuego. Llegó la hora de probar quién gobierna el imperio y, por vía de consecuencias, al mundo entero. Los golpistas deben ser hecho presos, todos, y Zelaya devuelto al trono del que nunca debió salir. El escarmiento que merece Micheletti ha de ser grande y contundente. Hay que sacarlo a él y a sus siniestros secuaces a punta de bayoneta, como parece que será imperativo. Se hace ostensible que por las buenas no se podrá lidiar con esta gente completamente petulante y fuera de sí. Micheletti -y perdónennos si incurrimos en un exabrupto- debe ser hecho preso y, de insistir en su majadera y envalentonada actitud, ser asesinado en la misma sede de Gobierno. Los animales como él deben ser quitados del medio a la brava, para cumplir de una vez y por todas con la sabia frase que reza: "muerto el perro, se acabó la rabia". Latinoamérica está ávida de un ejemplo grande y decisivo en este caso, porque de lo contrario la democracia regional, hoy lacerada por estos soberbios y reaccionarios derechistas de Honduras, corre un gravísimo peligro. Junto a Micheletti es mucha la gente que debe caer, sobre todo y en primerísimo orden, los empresarios, varios ellos, de apellido Facussé. Son los dueños de las letrinas periodísticas que han servido de sostén al golpe de estado perpetrado contra Zelaya hace ya cerca de tres meses. Zelaya se inscribió en grande en las páginas de la historia.
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