Todos añoramos estar bien, que nunca nada malo ocurra, queremos ser felices.
Por Solangie Burdiez
Pero resulta que vivimos en el mundo, no en el cielo y somos seres humanos. Queremos “vivir” y la vida lo abarca todo: lo bueno y lo malo, los triunfos y las dificultades, las alegrías y las penas. Todo depende de cómo vemos ese conjunto de cosas y qué hacemos con ellas una vez que llegan a nuestro mundo. Siempre algo sucede. Muchas veces cuando más tranquilos estamos, más confiados o más indiferentes, llega el “boom” que nos hace caer de cabeza, que nos hace tropezar y dar mil vueltas en el aire y ahí decimos: ya sabía yo que algo iba a suceder, no podía creer que todo estuviera bien. Cuando las cosas se ponen duras, cuando las experiencias son extremadamente desagradables viene, inevitablemente, el cuestionamiento que hace mucho más grande nuestro dolor.... ¿por qué Dios permitió que sucediera esto? ¿Por qué yo? ¿Acaso me lo merecía? Esa es la forma en la que estamos tentados a responder cuando oímos hablar de tragedias, ya sean ajenas o propias, para las cuales no existe ninguna explicación lógica. Hemos escuchado muchas veces hablar del destino, del Karma, de pagos de deudas adquiridas en esta vida y en anteriores, según algunos. Eso nadie lo puede asegurar a ciencia cierta, lo que tenemos seguro es el aquí y el ahora. No olvidemos que DIOS es AMOR y es ilógico pensar que quien nos ama nos envía cosas negativas. Nunca sabemos con seguridad cuál es la razón real que existe detrás de una tragedia. Lo que sí sabemos y está claro es que siempre tenemos una opción: TENEMOS LA OPORTUNIDAD DE ELEGIR...Podemos elegir juzgar, maldecir, echarle la culpa a otros, enojarnos con Dios e ignorar su existencia o podemos hacer otra cosa: abrir nuestro corazón y tratar de comprender la LECCIÓN que nuestra alma ha elegido APRENDER con las situaciones desagradables "disfrazadas" que se nos presentan. Si reflexionamos nos damos cuenta que siempre aprendemos del sufrimiento. Crecemos como personas, valoramos más nuestra vida. Es en el dolor cuando aflora la capacidad innata que poseemos para superar cualquier dificultad que se nos presente, por difícil que parezca. Estas situaciones pueden ayudarnos a derribar las barreras que nos impiden avanzar, nos fortalecen y nos ayudan irremediablemente a crecer como seres humanos. Es difícil abrir los ojos, entender que debemos bendecir y aceptar hasta el dolor que entra con violencia y arrasa con nuestro futuro, pues ese dolor puede estar haciendo espacio para algo nuevo y maravilloso. Abrir nuestro corazón en una situación difícil podría llegar a ser una de las experiencias más transformadoras que hayamos tenido jamás. También puede ser una de las más desafiantes, porque el dolor requiere de valor y voluntad, pues nos lanza a la acción y nos desarrollamos como personas, aunque resulte difícil e incómodo. ¿Cuál es entonces el propósito del dolor? El propósito del dolor es aprender, madurar como seres humanos, ser capaces de dar lo mejor de nosotros mismos en cualquier circunstancia y valorar las cosas que tenemos para acceder a lo más elevado y perfecto, buscar lo único a lo que en verdad debemos aferrarnos cuando la tristeza más profunda nos invade... ahí está el verdadero propósito del dolor: ACERCARNOS A DIOS!!!
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