Unas cuantas aldeas dominicanas situadas en la frontera ya están totalmente habitadas por haitianos, porque los nativos las abandonaron. En otras se está dando gradualmente este mismo ritmo de asentamientos humanos, sin que ningún gobierno nacional haya puesto restricciones o formales impedimentos. En esas comunidades transformadas, los haitianos han impuesto las formas, modos de relación comunitaria, uso de la moneda, el Gourde, y de su propia lengua, el Creole, así como las prácticas agrícolas que forman parte de su cultura y costumbres. Los dominicanos que poblaban esos lugares son los propios cedentes de ese espacio. Les dejaron sus tierras, sus chozas, sus colmados, y en algunos casos comparten con los haitianos sus cosechas agrícolas, pero ya no están haciendo vida permanente en tales aldeas. Hasta donde se sabe, no se han producido conflictos con esta cesión, venta o abandono de estas aldeas y tierras por parte de dominicanos. Los nuevos asentados desarrollan pacíficamente sus actividades de subsistencia. Y les van tomando amor a unas tierras que no son suyas, pero que representan la mejor esperanza para sus vidas.
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