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¿La era de las sonrisas ha muerto?

Por Johan Rosario
Las sonrisas en Estados Unidos son cada día más escasas. En las grandes ciudades, sobre todo en los pocos espacios públicos que se comparten con el otro, en los sitios de reunión obligada, inclusive en los medios que dan cuenta de la vida en comunidad, una seriedad de palo se ha apoderado de todo y tuerce gestos y arruga entrecejos. La arquitectura es bella, y sonríe. Y la naturaleza, con sus grandes nevadas, sus nubes brumosas, sus atardeceres luminosos y sus crepúsculos incomparables, sonríe con la mejor de sus sonrisas. Pero el hombre ha perdido poco a poco su capacidad de sonreír y permanece sumido en sí mismo, con un gesto agrio que marca distancias y precisa silencios. Para que nuestra vida sea mejor, es necesario dejar que en nuestros labios, y en nuestra mirada, florezca de vez en cuando una sonrisa.

Esta sombría realidad, que puede palparse a diario sobre todo en las metrópolis, nos sacude a todos con su melancolía. No hay nada más desapacible que cruzarse en la calle con una patrulla de la policía. Los agentes están convencidos de que la autoridad se ejerce a partir de una cara de pocos amigos. Habría que enseñarles que no, que la autoridad proviene de un espíritu superior, y que el espíritu superior es aquel que puede ser estricto sin dejar de ser amable y comprensivo. Pero va a ser difícil desbaratar lo que, en rigor, les enseñaron en la escuela: que la autoridad tiene un gesto de limón y habla en monosílabos.

¿Por qué será que en una sociedad como esta, que vive realidades difíciles de alcanzar en otras latitudes, hay cada día más comisuras caídas, más miradas ausentes, más orejas esquivas y distantes? Miren ustedes a quienes hacen fila en los puestos de pago de los supermercados: allí Spielberg podría filmar las principales escenas para una ‘Historia Universal de la Tristeza’.

Ignoro qué se esconda detrás de ese desánimo colectivo. Supongo que es incertidumbre, la incertidumbre propia de esta sociedad mecanizada a la que con justicia García Lorca llamó selva de cemento. La misma en que el estrés traga vidas y pare monstruos. En uno de sus acápites primeros, la Constitución de EE.UU. sostiene que el propósito neurálgico de la carta sustantiva es garantizar la felicidad de los asociados. Según parece, nuestras comunidades muy poco están logrando en ese sentido con rango constitucional. En los países pobres y depauparados abundan las sonrisas de acordeón, y esto es paradójico. En tanto más pobreza, más sonrisas blancas. Pero nadie sonríe aquí con el estrépito de otros mundos. Y la risa es algo muy distinto de la alegría, vale decir. Un corazón jamás se muestra en una carcajada. Se muestra, sí, en la sonrisa que se le depara a quien no espera de nosotros nada distinto que un gesto amable, que una mano tendida.

Sonreír debería ser una norma de conducta. Lo que acerca más a las personas y a los perros, es que los perros sonríen cuando baten la cola. Pero, díganme ustedes, ¿acaso alguien ha visto a un solo perro de Estados Unidos que bata alegremente la cola?

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