A Goriletti hay que sacarlo de Honduras por las buenas o por las malas

República Dominicana ha marcado la pauta al no prestarse a la bufonería que en definitiva representa la misión de la Organización de Estados Americanos (OEA) que viajaría a Honduras con el propósito de persuadir a los golpistas para que dejen el poder. La posición externada hoy desde Washington por el canciller Carlos Morales Troncoso es digna de aplausos. No se puede hacer más concesiones a un gobierno de facto, que ha llegado hasta el atrevimiento de descalificar al secretario general de la OEA, doctor Miguel Insulza, para mediar en el conflicto. La condición del bravucón de Roberto Micheletti es para que los demás cancilleres que integran la misión adopten la enaltecedora posición de República Dominicana con relación al conflicto. No se trata de sepultar el diálogo ni las vías diplomáticas, pero con la estocada que ha propinado al sistema democrático a través del golpe de Estado, a Micheletti no se le puede tratar con paños tibios. Con más de un mes en el poder se le ha debido presionar con todos los recursos que tienen a su disposición organismos internacionales para que Micheletti y sus secuaces no sólo devuelvan el mando al presidente constitucional Manuel Zelaya, sino también ser procesados por los tribunales. Porque tampoco pueden quedar como si nada hubieran hecho. Al abstenerse de viajar a Honduras para persuadir a los golpistas, República Dominicana reivindica la dignidad y el espíritu de la OEA y de todos los organismos que han condenado la interrupción del proceso democrático en la nación centroamericana. No deja de ser suspicaz, claro está, la prepotencia de los golpistas hondureños. Con esa actitud evidencian que no están solos ni actuaron por su cuenta, sino que cuentan con el apoyo de sectores de poder. A Micheletti, por blandenguería como la que todavía propicia la OEA con el diálogo que implora, se le ha dejado tomar alas. Sin más explicaciones ni satisfacciones a los golpistas lo único que se les tiene que exigir es que dejen el poder por las buenas o por las malas. No más.