Una mañana de éstas, pletórica de calor y color, mientras disfrutaba de mis vacaciones por RD, me acerqué a husmear la vetusta calle El Conde, corazón y alma de la Ciudad Colonial de Santo Domingo. La calle El Conde, convertida de un tiempo a esta parte en la gruta urbana que nos lleva a un peculiar circo de turistas, escritores sin libros, putas y putos a tiempo completo, taxistas y mendigos que todavía piden dos pesos a los transeúntes. Su antiguo esplendor de tiendas aristocráticas como La Opera, Flomar y Los Muchachos es ya la historia patria del comercio dominicano. En fin, la Peatonal es un bulevar de ofertas y demandas de todo tipo. Nuevo arrabal del deseo. Cientos de cuerpos y caras se reconocen en una antigua mirada o en un simple saludo. Una calle de heroícas historias congeladas, de antiguos huecos de bala y de novísimas flores de carne y monedas convertibles. Ya no sopla más el viento frío del poeta René de Risco y Bermúdez ni del Panamericano sale la viril y suave voz de Gilberto Monroig cantando «Contigo en la Distancia». Ahora toca el tiempo del soplo metálico ahíto de concupiscencias y soledades. Luego de caminar un rato, decido sentarme en una de las pocas terrazas al aire libre y sin querer escucho una conversación asociada con el «reclutamiento» de mujeres destinadas a trabajar como modelos en una supuesta agencia internacional. No pude evitar la indiferencia y alargué el oído hasta donde pude. Perdonen mi pendencia. Se trataba de tres señores italianos, ya pasaditos de edad y vestidos al mejor estilo gamberro fashion. Todos libando cervezas en una mesa colocada estratégicamente para fichar a todas las féminas que inevitablemente se desplazaban por el Conde. Siempre preferían llamar a las veinteañeras, a las más morenas y a las más sonrientes a sus halagos envenenados. Uno de ellos, celular en mano le tomaba fotos y otro le hacía preguntas en un español fañoso y confuso. El otro se dedicaba a escribir no se sabe qué en una libreta. Las preguntas iban y venían ¿Para dónde va la bambina? ¿Quieres trabajo? Lo curioso es que todas accedían a las preguntas y pocas se negaron a tomarse una cerveza con los italianos. Sólo la muchacha con el libro debajo del brazo se negó al interrogatorio y a las fotos. Le sacó la lengua a los tres italianos y siguió su camino como si los tres hombres nunca hubieran existido. En fin, la peatonal es un bulevar de ofertas y demandas de todo tipo. Nuevo arrabal del deseo. Un paseo de añeja gloria, de sueños truncados. La asfaltada soledad de un viejo pedazo de ciudad que muere despacio y sin prisa. *duarte101.com
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