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Bob Menéndez aún no es culpable de nada



Como si se tratase de dioses a cuyas voces debíamos adherirnos religiosamente, cerrados los ojos y con ellos el universal principio de presunción de inocencia, muchos medios ya han dado rango de veracidad empedrada a las acusaciones que sobre el Senador Federal Bob Menéndez ha vertido un puñado de fiscales de su propio partido demócrata.

Uno de los mandatos primeros que tiene todo fiscal, hecha ya una acusación formal, es de hermanar esta frase con los cargos que presenta ante una corte de justicia: ´Todo lo que decimos son meras alegaciones. Hasta no ser probado en un juicio oral, público y contradictorio su culpabilidad, el imputado sigue siendo inocente´.

Bien es verdad que la acusación en sí ya encierra un desafío para quien termina sentado en el banquillo, pues debe enfrascarse en un pleito legal que la más de las veces, aunque gane, deja desgastado no solo los bolsillos: también el alma.

Sin embargo, permitamos que el Gran Jurado y el Juez deliberen y dicten sentencia para guillotinar a uno de los nuestros, acaso el hispano que más alto y por más largo tiempo ha permenecido en un puesto federal de semejante tamaño en Estados Unidos de América.

La inquina en dominicana, el gran pecado de Menéndez es estar siendo acusado por recibir alegados sobornos, dádivas y favores de un connotado médico dominicano, Salomon Melgen, por demás primo hermano de Vincho Castillo, a quien el reconocido abogado y sus hijos ya han defendido más de una vez y se dice que mediaron para la aprobación de un jugoso contrato portuario. Tratándose de esa gentuza, nada debía dudarse. 

Los medios nuestros dan por sentado que todo lo que alega el FBI y el Departamento de Justicia es cierto punto por punto. Y ya condenaron a Menéndez, como han condenado antes a tantos inocentes, como a Franklin the boos, por ejemplo. Con estos dioses nuevos es complicado lidiar, -los mismos fiscales federales que confundieron y lapidaron al bachatero Gringo de la bachata, tras confudirlo con un tal Tanky-. Fue un juez quien pudo entender que mentían. Vivimos una era de aparente ceguera colectiva, y de muchos loros descabezados. (Johan Rosario)

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