La pobreza material es más fácil de superar que la mental. De ahí que muchos profesionales con títulos universitarios adopten conductas lingüísticas que no se corresponden con su status profesional: viven siempre chismeando, juzgando, criticando, intrigando, condenando y azotando a los demás con el látigo letal de sus palabras venenosas. Pasaron por la universidad, pero en sus cerebros siempre late el alma del suburbio y los ecos del arrabal.