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¿Sólo Sobeida?


Por Pablo McKinney

Nunca en el país las inconductas habían sido tan impunes y celebradas y, ¡cuidado!, que no hablo sólo de Sobeida. La muy señora es apenas un síntoma, una evidencia más de lo que padecemos. Hay decenas de ejemplos más dolorosos y culpables que ella, acuartelados en partidos, colindancias familiares, afectos mal llevados, revistas, clubes. Reducir todos nuestros males a Sobeida es una simpleza de bachilleres. Lo correcto sería preguntarnos, cómo llegó esta sociedad a tal descomposición e inversión en sus valores, de tal modo que una joven como esta se haya convertido en la doña Bella de nuestros televidentes. Pienso que la aceptación social de la dama, tiene que ver con una sociedad que éticamente ha tocado fondo, y que tiene décadas enviando señales de doble moral desde el Estado, empresas, palacios, poderes, tribunales, partidos y clubes sociales , hablo de que aquí todo vale y se perdona menos la pobreza. Gozosos, bullangueros y bailapenas hemos sido siempre, pero eso sí, nunca tan descarados y cínicos como ahora. Lo he escrito otras veces: En este circo romano sin leones por abundancia de tigres -algunos de cuello blanco-, no hay lugar donde uno toque y no brote un borbotón de pus, sino de sangre. Las complicidades nos desbordan. Las cloacas de la desvergüenza han explotado y el excremento nos ahoga. Para colmo de males, resulta que contra la dama, el único argumento que tiene la fiscalía es el siguiente: “Ella no podrá justificar la compra de dos apartamentos por valor de 43 millones de pesos.” Y ahí mismo surge la pregunta: ¿Sólo Sobeida? ¿Por qué hablará el fiscal de sogas ante tanto ahorcado? Claro que sabe usted de qué yo hablo. Y los sabe el fiscal y el DEPRECO o como se llame. Claro que hablo en blanco y en morado, y en rojo, por supuesto: ellos fueron los maestros. Este país ya es un circo con mulatas, una gran mentira repetida entre alcohol y soles varios. Solo que de cuando en vez, aparece un funcionario ingenuo, que, ¡Cáspita!, de repente se encuentra con la lámpara de Diógenes, pero sólo para alumbrar los casos de chicas como la Sobeida, que por lo menos tiene una gran inocencia y dos firmes argumentos en su pecho. Hablo de la incuestionable inocencia de su cuerpo de diosa enamorada, como una Cleopatra que encontrara a Marco Antonio y que, sospecho, debe ser cristiana, pues, según me cuentan, el camino de su vientre sólo puede conducir a Roma. ¿Sólo Sobeida?

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