Las agencias norteamericanas otorgan varias certificaciones al año en cumplimiento de sus leyes, pero que los afectados interpretan como una mala costumbre de meterse en vida ajena. La opinión pública nacional, y de seguro que igual en otros países, se entretiene validando o negando sus afirmaciones, y las autoridades, a pesar del tiempo, todavía no saben torearlas. Las cornean siempre, y en malas partes. Sin embargo, tienen la culpa. Debieran estar prevenidas, y no lo están. O responder con realidades y argumentos que desmientan, y cuando lo hacen, se quedan en diatribas. Por ejemplo, cuando representantes de esas agencias o de organismos internacionales vienen a hacer labores de campo, les dan con las puertas en las narices, que no es la actitud de la sociedad civil, que se aprovecha, y bien. Incluso, la contestación no es tan difícil si se averigua. Hay programas de computadora mediante los cuales se pueden hacer cruces, y ver qué cosas nuevas trae el dichoso informe. Responder, por tanto, lo nuevo, y lo viejo, dejarlo como viejo. No hay porque usar paraguas para cubrirse de lo mojado.
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