EL TÉRMINO DENIGRANTE HACE REFERENCIA A LOS NIÑOS QUE REALIZAN LABORES DE CARGA
En el mercado de San Francisco de Macorís los “burros” y los “burritos” se mueven indistintamente entre camiones, vendedores, pilas de alimentos, compradores y una que otra autoridad pública. En sus hombros llevan y traen sacos y huacales repletos de mercancía. Los adultos pueden ganar entre RD$300 y RD$500 por jornada. Pocas veces los niños y adolescentes vuelven a casa con RD$300, porque su alquiler siempre es más barato. “Hay que ofrecerles otro ambiente, en una labor que involucre a los padres”. Estos “humanos de carga” comienzan a trabajar con la salida del sol, y terminan cuando la oscuridad de la noche no permite el comercio de plaza. “Uno no se puede sentar, por la familia. Mi mujer tiene mi edad y, si yo no llevo, ella no come”, dice Ramón Sánchez, de 74 años, al presentar las razones que lo mantienen en el oficio. Sus palabras salen de un cuerpo pequeño y deformado por el constante esfuerzo físico. En el rostro, al lado de la sonrisa, muestra una protuberancia que no lo deja dormir “ni trabajar tranquilo”. Quiere operarse, pero no tiene “los cuartos”. A simple vista, Carlos parece de la misma estatura de Ramón, pero tiene 13 años. Forma parte de las decenas de “burritos” que pueblan el mercado. El trabajo le ha definido con precisión los músculos de los brazos, la espalda y las piernas. Por su apariencia, no es difícil pensar que es algo más que un adolescente. Carlos cuenta que acostumbra cargar paquetes de apio, verduras y vegetales de poco peso, aunque en algunas ocasiones se encarama uno que otro fardo de víveres. Al preguntársele sobre su tarifa de servicio, dice: “Si me das setenta pesos, te cargo cuatro o cinco pilas de apio”. En la respuesta está contenido el valor económico promedio del trabajo infantil en los mercados de la provincia Duarte. En sus alrededores los niños se desenvuelven como hombres, y como tales embadurnan la plaza con sudor y fango. “No permito que un hijo mío venga al mercado. Los muchachos tienen que estar en la escuela y en la casa”, opina el comerciante Ramón Luna, quien tiene tres desviaciones en la columna vertebral por haberse dedicado al oficio de “burro” durante dos décadas. Después de mover toneladas de alimentos diversos, Luna se pasa el día frente a una pequeña pila de plátanos, batata y yuca, a la espera de un comprador bondadoso. A su lado un grupo de “burros” más jóvenes espera que pare la lluvia para volver a la carga.
Violencia y robos
La Fiscalía de Niños, Niñas y Adolescentes de la provincia conoce el trabajo forzoso que realizan decenas de infantes en el mercado municipal y en el mercado de productores del Instituto Nacional de Estabilización de Precios (Inespre). El fiscal Alberto Taveras dice que el caso de estos menores de edad va más allá del trabajo de carga. “Muchos” pelean entre ellos, y se hieren con cuchillos, puñales y otros objetos cortantes. Algunos vendedores también los acusan de robo de mercancía y vandalismo. Hay quienes piensan que los actos delictivos son coordinados por adultos.
En el mercado de San Francisco de Macorís los “burros” y los “burritos” se mueven indistintamente entre camiones, vendedores, pilas de alimentos, compradores y una que otra autoridad pública. En sus hombros llevan y traen sacos y huacales repletos de mercancía. Los adultos pueden ganar entre RD$300 y RD$500 por jornada. Pocas veces los niños y adolescentes vuelven a casa con RD$300, porque su alquiler siempre es más barato. “Hay que ofrecerles otro ambiente, en una labor que involucre a los padres”. Estos “humanos de carga” comienzan a trabajar con la salida del sol, y terminan cuando la oscuridad de la noche no permite el comercio de plaza. “Uno no se puede sentar, por la familia. Mi mujer tiene mi edad y, si yo no llevo, ella no come”, dice Ramón Sánchez, de 74 años, al presentar las razones que lo mantienen en el oficio. Sus palabras salen de un cuerpo pequeño y deformado por el constante esfuerzo físico. En el rostro, al lado de la sonrisa, muestra una protuberancia que no lo deja dormir “ni trabajar tranquilo”. Quiere operarse, pero no tiene “los cuartos”. A simple vista, Carlos parece de la misma estatura de Ramón, pero tiene 13 años. Forma parte de las decenas de “burritos” que pueblan el mercado. El trabajo le ha definido con precisión los músculos de los brazos, la espalda y las piernas. Por su apariencia, no es difícil pensar que es algo más que un adolescente. Carlos cuenta que acostumbra cargar paquetes de apio, verduras y vegetales de poco peso, aunque en algunas ocasiones se encarama uno que otro fardo de víveres. Al preguntársele sobre su tarifa de servicio, dice: “Si me das setenta pesos, te cargo cuatro o cinco pilas de apio”. En la respuesta está contenido el valor económico promedio del trabajo infantil en los mercados de la provincia Duarte. En sus alrededores los niños se desenvuelven como hombres, y como tales embadurnan la plaza con sudor y fango. “No permito que un hijo mío venga al mercado. Los muchachos tienen que estar en la escuela y en la casa”, opina el comerciante Ramón Luna, quien tiene tres desviaciones en la columna vertebral por haberse dedicado al oficio de “burro” durante dos décadas. Después de mover toneladas de alimentos diversos, Luna se pasa el día frente a una pequeña pila de plátanos, batata y yuca, a la espera de un comprador bondadoso. A su lado un grupo de “burros” más jóvenes espera que pare la lluvia para volver a la carga.
Violencia y robos
La Fiscalía de Niños, Niñas y Adolescentes de la provincia conoce el trabajo forzoso que realizan decenas de infantes en el mercado municipal y en el mercado de productores del Instituto Nacional de Estabilización de Precios (Inespre). El fiscal Alberto Taveras dice que el caso de estos menores de edad va más allá del trabajo de carga. “Muchos” pelean entre ellos, y se hieren con cuchillos, puñales y otros objetos cortantes. Algunos vendedores también los acusan de robo de mercancía y vandalismo. Hay quienes piensan que los actos delictivos son coordinados por adultos.
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