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Relato ´Engañar al Diablo´, del libro Amores que matan



Chepe conduce por el camino vecinal que une a Tamboril con La Cumbre. Es el mismo en el que la historia se creció con el vuelo de tres mariposas en cuyas alas aún descansa la libertad. Conduce y fuma con nerviosismo tratando de huir de algo que le corroe el pensamiento.—Acabo de tener con mi esposa una conversación que te concierne —dice su amigo Erick, desde el asiento de al lado.Él parece no prestarle atención ya que prende la radio y sintoniza el Gobierno de la mañana, llenando el incómodo silencio con la voz del intrépido Alvarito.—Mi mujer sabe que la tuya se entiende con otra persona —dice Erick con la voz entrecortada y luego añade—: Siento decírtelo así, pero creo que es lo mejor.Chepe sube el volumen a todo dar y simula estar más concentrado en la radio que en el martillante informe.—Está bien; Si prefieres no hablar, allá tú—comenta Erick crispado por la tensión, el volumen desensefrenado y los coños y requetecoños del programa. La carretera comienza a tomar curvas sinuosas y se va estrechando hasta convertirse en una especie de conuco. La altura de la loma permite avistar paisajes de ensueños y el sol asciende por el horizonte hasta picar directamente en los ojos. Chepe mira por el retrovisor y comprueba que sus dos esposas los siguen a doscientos metros en una jeepeta que han alquilado. Le resultó absurdo rentar dos CRV's para parejas que viajan juntas, pero contra la férrea voluntad femenina era mejor doblegarse, concluyó Chepe durante el desayuno.—Estás en un error, Erick —dice Chepe después de apurar la última bocanada de un cigarrillo.—¿Cómo…? —contesta Erick irritado .—Es tu mujer quien se ve con otra persona —dice Chepe—. Me lo dijo la mía esta mañana y además me aseguró que ella hoy trataría de embaucarte. No sabía cómo decírtelo. Erick, perplejo, guarda silencio, mientras el carro adquiere mayor velocidad y se tambalea de un lado a otro entre las curvas.—Me estás mintiendo —dice Erick—. Quieres enredarme.—¡Eres un imbécil! ¡Abre los ojos, pendejo! —dice Chepe—. Lo siento, pero tu mujer, antes de casarse contigo era una cualquiera, si hasta en La Valerio trabajó. Pregúntale a cuantos se tiró tu santa en UTESA. Su lunar debajo del seno izquierdo es un secreto a voces en el pueblo. Erick, encolerizado, le da una pescozada a Chepe entre boca y nariz. El jeep gira sobre sí y se precipita por un barranco. Una densa polvareda impide ver lo sucedido a las dos mujeres que llegan al lugar pocos segundos después.—Maldito orgullo de mierda el que tienes —dice Chepe—. Ha estado a punto de matarnos.El vehículo queda colgando entre dos riscos impidiendo que caiga a un profundo precipicio, mientras se mece en un estado de precario equilibrio. Los dos ocupantes continúan discutiendo.—Bueno, majadero, dejémosnos de discusiones estúpidas, celebremos que al menos nos salvamos de ésta —prosigue Chepe, divisando por el retrovisor a las dos esposas que se acercan presurosas.Erick sonríe ante el comentario de su amigo, pero, de repente, desdibuja su sonrisa y la convierte a una mueca de espanto. Sus dos esposas han empujado la CRV por el barranco y ahora vuelan, literalmente, camino a la muerte.—Tal como lo pensaste —dice una de las mujeres—. Sólo ha hecho falta un empujoncito.—Si ya me lo decía mi madre —dice la otra mujer—. "Si te lo propones eres capaz hasta de engañar al propio Diablo".Luego, desnudas en pelotas con la loma sirviendo como testigo mudo de la insólita escena, se hacen el amor con diabólica excitación. Se besan apasionadamente, estrujando sus cuerpos en un arrebato de éxtasis pocas veces visto. Después se enfundan nuevamente en sus ropas y retornan a la Jeepeta seguras de que ahora podrán amarse para siempre sin que nada ni nadie las estorbe. Entonces se oye la explosión del vehículo y unas risas maliciosas que se las lleva la fresca brisa de la Cordillera Septentrional.- (Johan Rosario)

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