-RELATO-
Cuando Renata escuchó sus pasos vacilantes dobló las piernas y se sumergió entre las sábanas, en un vano intento por pasar desapercibida. Luego vino el golpeteo del metal, una lucha encarnizada entre la cerradura de la puerta y la llave. Cuando la cerradura giró, escondió la cabeza debajo de la almohada mientras el miedo le subía desde el centro de la vida hacia la garganta. Siguieron de nuevo los pasos vacilantes, esta vez con pequeños encontronazos contra la pared. Una parada brusca y luego un arrancar como de animal enfermo y por fin el cuarto dándole vueltas. A estas alturas el cuerpo de Renata empezó a temblar de forma incontrolada. Un par de pasos más y el silencio, luego la seguridad de que Manuel tenía clavados los ojos en el bulto informe que el pequeño cuerpo dibujaba sobre la colcha. Renata cerró los ojos con fuerza y se agarró al colchón con los dedos crispados. Manuel cogió un puñado de colcha y tiró de ella hasta que Renata se hizo visible, notó los dedos de él aferrándose en el cuello y la nuca.Nunca había tenido fe en Dios, hasta que la voz del diablo, con aliento a tabaco y alcohol empezara a preguntarle: Renata, ¿Fuiste mala hoy? Las costuras del cuello de su pijama hacían de guillotina mientras el cuerpo de Renata, marioneta inerte, volaba hasta estrellarse con las paredes del baño. Arcoires multicolores, puntos negros y calambres, siempre ocurría lo mismo, con pequeñas variaciones. Esta vez, las primeras gotas de sangre salieron del labio inferior que ella misma se había partido con los dientes. Un dolor sordo le atenazaba las piernas y la espalda, mientras escuchaba el ruido del agua llenando la bañera. –Voy a limpiarte Renata --dijo con su voz de estropajo--; para que puedas dormir en mi cama, debes estar limpia. Volvió a hacerse un ovillo en el suelo, mientras Manuel luchaba por colocar el tapón. No había aún suficiente agua y le golpeaba la cara contra la cerámica de la bañera, mientras Renata trataba de apresar todo el aire del mundo en sus pulmones. Finalmente, una zapatilla se escapó huérfana de sus pies, mientras Manuel la introducía en la bañera. – ¿Te arrepientes Renata? di, ¿Te arrepientes? Ante esto, solía quedarse sin palabras, las había probado todas ya, tratando de calmar su enojo, había pedido perdón, suplicado, llorado, gritado, maldecido y rezado. La fuerza de la costumbre le hizo ver al final que era más útil guardar aire y resistir. Manuel comenzó a sumergirla con una mano en el cuello y la otra sobre la frente. Desde abajo, Renata podía verle mover los labios pero no oírle. Pataleó tratando ascender, pero siguió manteniéndola presa. Renata cerró los ojos y cuando estaba a punto de abrir la boca, la presión se aflojó y pudo respirar un momento. De nuevo el agua y el aire rompiéndole los pulmones y un martilleo en la sien. El agua de la bañera se llenó de hilachos de baba y sangre. La presión en la cabeza y los pulmones comenzó a ser insoportable. Renata no se resistió al desvanecimiento, dejó que la sensación la embargara y suplicó que fuera rápido. Despertó un par de minutos después, tirada en el suelo del baño. Manuel, resoplaba el sueño torpe y pesado de los borrachos. Renata destapó la bañera y vio correr el agua arrastrando sus miserias y se preguntó si tendría memoria. La memoria del agua, y la idea se volvió omnipresente y eliminó los molestos calambres y el latido doloroso de sus sienes. Volvió a llenar la bañera, pero en esta ocasión con el agua templada y jabón. Removió con la mano el fondo para hacer burbujas. El agua jabonosa hizo que le dolieran los cortes pequeños, miró sorprendida los reflejos múltiples de las pequeñas pompas vacías y se sintió un tanto así. Esa misma noche comprendió que su vida solo tendría sentido cuando Manuel ya no viviera ni en sus recuerdos. Sujetó con la palma un par de burbujas que sopló para verlas volar hasta el lavabo. Luego tomó aire despacio, lo soltó todo de un tirón y relajó los músculos del cuello. Abrió los ojos y dejó que el peso del odio y el cansancio hicieran de lastre. Esta noche no será --se dijo-- pero pronto estará llegado tu fin. Urdió desde entonces su plan y, denunciando por primera vez a Manuel, logró fácilmente que lo arrestaran. Sus moretones valieron más que los alegatos del infeliz de que no recordaba nada. No faltó mucho tiempo para que Manuel apareciera ahogado en el baño de la cárcel, como si el agua en lugar de caer al suelo, hubiera decidido hacer el recorrido inverso y desaguar en su nariz.
*Extraído del libro Amores que matan, de Johan Rosario. (En honor a todas las mujeres maltratadas).
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