Por Orlando Gil
La resistencia del grupo de Miguel Vargas a aceptar su derrota en la pasada convención no afecta a Hipólito Mejía, cuya victoria la opinión pública reconoce como legal, legítima y plausible, sino al PRD que pudo haberse dado el gusto por primera vez de realizar un proceso ejemplar y modélico. Doquiera va la comisión organizadora, convalidan su trabajo. La última aprobación fue de la Junta Central Electoral, que evidentemente lo hizo de oídas, pues no participó como observadora, y ni siquiera como supervisora. Y de seguro que ni se imagina Roberto Rosario de la que se salvaron él y sus compañeros. Si hubiera participado, como era la idea del PRD y el propósito de uno de sus miembros, la cruz de Esquea la estuviera cargando ese organismo, y tal vez sin el Cirineo del PLD, que es la excusa que se apartó desde el principio. Dios no se presta a maldad, e iluminó a la JCE y éstos dejaron que los perredeístas se las arreglaran por su cuenta. Los saldos no son los mejores, pero las culpas son propias y no ajenas...
CUL DE SAC
Los seguidores de Miguel Vargas se siguen reuniendo como Jeremías y lamiéndose las heridas como bestias abandonadas, y entre todos no encuentran una salida que sea noble, prudente, pero sobre todo que les salve la cara. Están los fundamentalistas que se atreven a plantear la anulación del proceso, sin saber a dónde llevar la querella. Ante la Comisión Nacional Organizadora, imposible. La Suprema Corte de Justicia, difícil. Y si se ponen a esperar que se nombre el Tribunal Superior Electoral, las cañeras los harán desistir. El encono es mucho, pero las ideas pocas. Por ejemplo, el diputado Christian Paredes habla de empate técnico a favor de Vargas, y lo suyo no es confusión, sino ignorancia. Lo de empate técnico se usa cuando los resultados de una encuesta son tan cercanos que incluye el margen de error. En una consulta como la del pasado día 6 no podía haber empate, puesto que hasta un voto hacía la diferencia. Y si por mediciones fuera, la ventaja de Hipólito Mejía siempre fue indudable. Más de veinte puntos...
Los trapecistas
Los Comancheros de Miguel Vargas deben cuidar sus pasos, pues ni siquiera las cimarronadas son posibles en la ocasión. Incluso, deben chequear entre sí sus lealtades, pues como es propio que ocurra en estos trances, no solo hay gente mandando recados, sino poniéndose a las órdenes del Capitán. Los que como José, el hijo de Jacob, sueñan y durmiendo se iluminan, esta vez no han tenido que consultar la Biblia. Se han dejado llevar por el instinto de sobrevivir en tiempos difíciles. Decía Juan Bosch cuando era del PRD que un corazón honrado nunca engaña a su dueño. El corazón de Tomás Hernández al parecer es honrado y nunca lo ha engañado. Cada vez que salta, cae de pie. Hay noveleros que se pasan de confianza, y se ponen a revisar en las casas de Hipólito Mejía los mensajes de felicitación. Uno que vio unos ramos de flores grandísimos, no se aguantó y se sorprendió del remitente y la dedicatoria. La historia se repite, y con igual amargura. Vargas pudiera exclamar como César: “Hasta tú, Bruto, hijo mío”...
Las víctimas
El desafuero de Miguel Vargas ha convenido al grueso de sus cuadros y activistas, pues nadie tuvo responsabilidad en la derrota. Todos se han cubierto con el manto de la intromisión peledeísta y la ausencia de informes hace más difícil apreciar en justicia lo ocurrido. Aunque los fracasos son huérfanos, pues nadie los asume, la verdad es que siempre uno que otro falta a sus obligaciones. O por descuido o por influencias ajenas. Por ejemplo, Baní era una plaza en manos de los seguidores de Vargas hasta el viernes 4. Con el alcalde era suficiente, pero además enviaron un buen refuerzo de la capital. Uno de esos compañeros que no se paran por dos o tres cheles. Sin embargo, en el mapa del lunes se incluía a Peravia entre las provincias ganadas por Mejía. Entre sábado y domingo hicieron el milagro, y lo hicieron porque una encuesta de los últimos días mostró que la diferencia no era mucha y las bases decían que los recursos no habían llegado. Como ese fueron muchos los descuidos de los miguelistas, entre los cuales no se señalan faltas, ni fallas, y mucho menos culpas. El Tsunami peledeísta lo explica y excusa todo...
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