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¿Cuándo fue que nos volvimos ridículos?


Por Johan Rosario

Esta sociedad que encamina a una niña por las sendas de la precocidad sexual, es la misma en la que un carro vale más que un hermano; la que te llena un parque para cantar y fumar marihuana al ritmo del Remix "Pepe", mientras rechaza una charla magistral de la incomparable Alicia Ortega, la que privilegia el uso de aretes hasta en los ojos y en la que no tener vistosos tatuajes es 'ser atrasado'. Apena sobremanera que en el mismo lugar donde cultas damas recitaban "Tabaré" hará varias décadas, hoy se prefiera tararear: "Yo quiero un hombre que me amance". Esta sociedad en la que -todo sea por el dinero- se atreven incluso a encaramar delincuentes y narcotraficantes en tarimas para rendirles 'pleitesías redentoras' también es capaz de llamarte 'baboso' si haces buen uso del lenguaje. Y al final uno necesariamente se tiene que preguntar: a dónde iremos a parar si seguimos así?

-RELATO-

Retumba con violencia el merengue de 5 Estrellas. --No te meta con la gente que te pueden da' Plomo'--advierte el tema como preludio de lo que viene. La niña de apenas 12 anos, entretanto, enrosca sus muslos con los del joven que la corteja en el pornográfico mix "Pepe con Plomo". Aunque su cadencia y el provocador tongoneo dan a entender que se trata de una mujer hecha y derecha, una tía, a voz en cuello, desbarata esa impresión al proclamar orgullosa --y eso, que apenas tiene 12 anitos. Pasmado, contemplo aquél sorprendente espectáculo y mientras me acomodo para tomar nota, apenas llego a deslizar la pluma intentando teorizar sobre lo mal que camina esta sociedad, cuando otro criollo, Vakeró de nombre, irrumpe aún con más ímpetu, rompiendo por completo mi concentración --Ay, sí, ven pa' rompete la tela --vocifera el músico con grande estridencia. Vencido por los hechos, tiro el lápiz al zafacón y presuroso salgo del lugar. --No miraré hacia atrás --pienso--, mientras camino ya afuera de aquella casa en cuyo interior se celebra, a la clara, una deprimente orgía de la menor, con el consentimiento de varios familiares que celebran eufóricos la hazaña de la infante. Sin embargo, bien dice el dicho que la curiosidad siempre acaba matando al ratón. No me contengo y segundos después miro hacia atrás de nuevo: entonces, el asombro cubre ahora más mi rostro con la nueva escena que apresan mis ojos: la niña se relame de gusto, mientras el joven con el que antes bailaba, introduce su lengua por el ancho escote de su blusa. Ya no quise ver más y comprendí, muy a mi pesar, que vivimos una era en donde los valores no tienen casi sentido. Esta sociedad que empuja a una niña y la estimula al sexo temprano, es la misma en la que un carro vale más que un hermano. Es la que te tacha de estúpido si honras una deuda a tiempo; la que te llama pariguayo si no tomas ventaja del prójimo; la que te llena un parque para cantar y fumar marihuana al ritmo de Plomo y Pepe, mientras rechaza un evento cultural para abordar temas históricos o literarios, la que en el mismo sitio donde cultas damas recitaban "Tabaré" hará varias décadas, hoy prefieren tararear "Yo quiero un hombre que me amance", la que te considera anticuado si no usas arete hasta en los dientes o un vistoso tatuaje en los brazos; la que te tilda de "baboso" si haces buen uso del lenguaje; la que te llama "atrasao" si no te ciñes a las modas de época; la que te exige grandes cadenas y guillos como garantía de solvencia material, y la que, todo sea por dinero, encarama a delincuentes y narcotraficantes en tarimas para rendirles pleitesias redentoras. Viendo todo este extravío, y la adherencia al mismo de figuras anteriormente paradigmaticas, la pregunta surge sola: ¿Cuándo fue que todos nos volvimos ridículos?...¿Cuándo fue que dejamos de apreciar la simpleza de la lluvia, la limpidez del cielo y la hermosura que proyecta el vuelo de una mariposa?...¿Cuándo fue que nos arropó esta oleada de vergonzosos antivalores?...¿Qué fue lo que pasó realmente? Ya abril no tiene colores ni matices, y las flores no sirven a los enamorados. Hoy una novia prefiere que le regales una cirugía plástica antes que recitarle poesías de Neruda, Vallejo o Dagoberto López; un verso de Benedetti cae aplastado ante la oferta de un apartamento amueblado y un carro con aire acondicionado calibra mil veces más a un mujer que un suave susurro al oido. Hoy por hoy regalar un libro se ha vuelto un insulto. Los estantes con obras de García Márquez, Hernández Franco y Saramago han sido suplantados por perfume Channel, y maquillaje L'oreal. En todo ello pienso a menudo y me derrumba la terrible convicción de que, desgraciadamente, lo absurdo y trivial ha ganado tanto terreno que revertirlo es un desafío  ya casi imposible. johanmrosario@yahoo.com

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