Los científicos ahora cuentan con herramientas tecnológicas para revelar la raíz de nuestros impulsos más oscuros, arraigados en lo más profundo de nuestro cerebro. De acuerdo con estudios neurológicos, la evidencia es contundente: la naturaleza nos quiere malos. ¿Alguna vez ha tratado de mostrarle una película pornográfica a alguien que está conectado a un escáner cerebral? No es una tarea fácil. Primero, porque el escáner contiene un poderoso imán que atrae, a una alta velocidad, cualquier pieza metálica que no esté correctamente atornillada. Los componentes de los televisores no están a salvo. A eso se suma el ruido. Los aparatos que emiten tomografías por resonancia magnética no son precisamente máquinas silenciosas. El zumbido se convierte en un intruso que indudablemente distraerá a todo aquel que intente relajarse para atestiguar una experiencia sexual.
Encima, el voluntario tiene que estar acostado en una posición perfectamente inmutable para que la persona que esté llevando a cabo la prueba pueda obtener una imagen nítida del cerebro. Nosotros somos los títeres de la naturaleza que bailamos a un son que ha sido reforzado por generaciones Todo apunta a que el proceso no permitirá que la experiencia de ver el film erótico sea placentera. Sin embargo, los expertos de la Northwestern University de Illinois, en Estados Unidos, han logrado superar estas dificultades prácticas. Películas eróticas son proyectadas en una pantalla detrás del escáner. El voluntario puede verlas a través de un espejo que está arriba de sus ojos. Con el objetivo de acallar el ruido, los voluntarios usan audífonos que transmiten los sonidos que realmente necesitan escuchar. Pero, los problemas no terminan ahí. "En general, sabemos que los hombres están más interesados en el erotismo visual", señala Adam Safron, investigador de la universidad estadounidense. "Es una tarea mucho más difícil conseguir que una mujer alcance el mismo grado de excitación (que los hombres)". Estos son algunos de los desafíos que enfrentan los neurólogos de Northwestern University cuando intentan entender qué pasa en los cerebros de los hombres y las mujeres experimentan deseos sexuales. Su investigación es ciertamente poco usual y revela que estamos diseñados para pecar. Las imágenes de resonancia magnética reflejan que el sistema límbico (encargado de procesar respuestas fisiológicas frente a estímulos emocionales) en ambos sexos se activa cuando vemos algo que nos gusta. Estructuras como el núcleo accumbens, involucrado en el placer y en las ansias, son el corazón del sistema. Son la cara deleitable del pecado. Existe una razón obvia detrás de nuestra inclinación hacia la lujuria: pasar nuestros genes. La Madre Naturaleza nos anima a desarrollar un interés activo en la procreación. El sistema de circuitos de recompensa de nuestros cerebros también se activa cuando comemos. "Encontrar gratificación en ese tipo de cosas responde a una lógica evolutiva. Si queremos organismos que se reproduzcan, también queremos que coman". No obstante, el acto de comer por sí solo no tiene nada de malo. Se convierte en un problema cuando se transforma en gula. Y parece que incluso en ese caso podemos culpar a la naturaleza. Algunas personas se sienten avasalladas por los llamados de la naturaleza. "En el ambiente en el que evolucionamos, los alimentos eran más escasos. No había ni tortas de chocolate ni hamburguesas", apunta Safron. "Durante gran parte de nuestra historia (como especie), la vida era muy difícil y esas condiciones adversas fueron las que modelaron nuestros cerebros. Fue cuando se estableció cuánto queríamos los alimentos y cuán gratificantes nos parecen". Así que lo que en un momento fue un instinto de supervivencia ahora está vinculado al pecado. De hecho, se ha convertido en un problema que afecta a unos más que a otros. "Algunas personas se sienten avasalladas por los llamados de la naturaleza", explica Safron. "Están demasiado motivadas a conseguir ciertas cosas y terminan siendo poco saludables dentro de los actuales estándares de vida. Se trata de la misma predisposición biológica que, en el pasado, les hubiese permitido adaptarse bien (al contexto)". Pareciera ser que muchos de nosotros, hemos nacido demasiado tarde. De hecho, algunos siglos después. Ese impulso irresistible por el pastel de chocolate nos hubiese dejado muy bien parados en el año 4.000 a.C. Safron también considera que la pereza o la tendencia a no hacer absolutamente nada tiene sus raíces en nuestro proceso evolutivo como especie. "Nunca teníamos la certeza de cuándo volveríamos a ingerir una comida sustanciosa. Así que, si era posible, descansábamos. Las calorías que no quemábamos mientras llevábamos a cabo actividades, las podíamos usar para procesos corporales de crecimiento o de recuperación". Así que parece ser cierto. La Madre Naturaleza ha diseñado nuestros cerebros de manera que ciertas cosas nos producen placer para maximizar nuestros chances de sobrevivir como especie y transmitir nuestros genes.
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