Por Domingo Caba Ramos
Me encontré con él el pasado lunes en la mañana. Con su cajita de limpiar zapatos en la mano derecha y una ingenua y tierna sonrisa amarrada a su rostro infantil, Júnior Yan se desplazaba “a pasitos lentos” por la calle principal de una de las urbanizaciones que forman la Ciudad Corazón. Justamente pasó frente a mi casa en el momento en que me disponía abandonar la misma para dirigirme al trabajo. “Tu querer limpiar zapatos…” – me preguntó. Sin pensarlo mucho le respondí que sí, más por conversar con él que por lustrar unos zapatos que no requerían tal limpieza .Y empezamos a hablar.
Hijo de Franklin Yan, chofer y propietario de una guagua (minibús) del transporte público en Puerto Príncipe, Haití, Júnior Yan, de 12 años de edad, logró reunir dos mil quinientos pesos, y sin decirle nada a su padre, se lo entregó a uno de los dedicados al tráfico ilegal de haitianos, el cual encaramó al infante en un viejo autobús y lo depositó en el kilómetro siete y medio, carretera Santiago – Licey, donde reside actualmente en condiciones infrahumanas... Viajó acompañado del compatriota que lo “sonsacó” para que emigraran a República Dominicana con el argumento de que en este país se gana mucho dinero. Hoy Júnior vive en la casa del amigo que lo sedujo y quien también es limpiabotas. La esposa de este humilla y trata mal al niño. Por eso Júnior tiene que comprar su comida, así como lavar y planchar su ropa. Y para conseguir dinero, diariamente se traslada a pie a la ciudad de Santiago para ver si haya a quien limpiarle un par de zapatos. Como salió escondido de su padre, este no sabe qué ha sido o dónde se encuentra su hijo.
Cuando abandonó su país cursaba el tercer año de básica. Además de creole dice que habla francés y un poco de inglés. Que quiere regresar a su patria para continuar sus estudios, ya que aquí está sufriendo mucho, y que no ha podido hacerlo porque le faltan mil quinientos pesos. Se trata este caso de uno de los tantos que conforman el triste drama para muchos, y rentable negocio para unos pocos, de la inmigración haitiana.
Limpios mis zapatos, le pagué a Júnior el doble del costo de su lustrador servicio. Con su cajita en la mano derecha y sin abandonar su sonrisa de niño se marchó siempre “a pasitos lentos”, y muy pronto su imagen, cual sombra diminuta, se perdió en la distancia.
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