Por Juan José Ayuso
Está de moda y como no la hace quien debería, lo hace uno. (Valga aclarar que vivo en pareja desde hace 48 años y que el lector debe sustituir los singulares por plurales. No me gusta el plural fingido).
Tengo, donde vivo desde hace treinta años y terminada de pagar en 1999, una casa valorada entonces en 43 mil dólares.
También, un librero con algunos títulos que debe valer un millón de pesos.
Y un carro Opel, modelo 2000, el mío, y el de Delfa, Renault modelo Megane, 2007, que por la depreciación no deben valer cien mil pesos, el primero, y el otro 350 mil.
Tengo ingresos fijos bastante precarios que alcanzarían para costear la gasolina y los lubricantes de los dos vehículos, cuyo uso limitamos. (Cuando coloco algún proyecto, por meses que van hasta un año, esos ingresos suben hasta cubrir el gasto mensual del lapso).
Tuve trabajo fijo y remunerado con cierta justicia pero el patrón vendió a unos mejicanos con los que no logré entenderme y quienes me arreglaron mi cuenta con apego a la ley. No sé en manos de quién habrá quedado lo justo de esas prestaciones. Esa plusvalía, como la del día a día, nunca va a manos del trabajador.
Tengo dos hijos que son mi mayor fortuna y cinco nietos que la centuplican.
Delfa –otro de esos bienes sin signos de interrogación- es una cruz interactiva que cargo y que me carga desde hace ya los años que dije.
Si me hubiese corrompido un poco y con discreción tendría, calculo, unos seis o siete millones de pesos depositados a plazo fijo y de los que recibiría utilidades suficientes como para pasar tranquilo la vejez. Tranquilo, no digno.
Si me hubiese corrompido con descaro, cuando el “lío” de Baninter el Banco Central me hubiese devuelto 100 o 10 millones de dólares.
No fue así y sólo tengo la cuenta de la pobreza que trae no aceptar las reglas de la corrupción.
No recibo en casa ni soy amigo de asesinos ni ladrones, civiles o militares, ni a políticos, curas o empresarios ni a norteamericanos de la embajada.
No hago la “vida social” que obligaría a estrechar la mano de esa cuadrilla de criminales.
(A los generales Neit Nivar Seijas y José de Jesús Morillo López, y al coronel Francisco Gerónimo Graciano de los Santos, les debo la vida que entre los tres me salvaron alguna vez. El primero y el tercero ya murieron. El segundo sigue con vida y con él mantengo esa deuda que no podría pagar ni con la mía entregada a cambio de la suya). *Tomado de El Nacional.
0 comentarios:
Publicar un comentario