Esta localidad se ha convertido en cuna de una cada vez mayor comunidad latina, que ha contraído amores con esta tierra de primacías y encantos, acaso huyendo del Manhattan despiadado y brutal, de sus edificios sin fin y del galopante ritmo de vida que prevalece en aquella ciudad -la más estresante del mundo, según un reciente estudio-, y de la cual el notable poeta García Lorca dijo con justicia que es una selva de cemento, la gran mole de hierro en la que se refugian millones de luciérnagas con huesos que caminan y sobrevuelan por sobre los semáforos y pretenden ser tenidas por humanas.
Por Johan Rosario
Sereno y tumultuoso en ocasiones, tan apacible y liviano como las delgadas huellas de una gaviota en las orillas del emblemático Hudson; visceralmente criollo y vocinglero a ratos, como bien sabe serlo el caribeño puro, de sangre crecida e indomable, eso es este pueblo: un canto sonoro a la dominicanidad, un merengue y una bachata estridente, una salsa con la impronta boricua de Héctor Lavoe, un mangú con cebollas y una cerveza entre las nostálgicas manos de cientos de criollos desperdigados por las esquinas, una 'yipeta' con el baúl levantado y la música del Torito a millón, una muchacha casi desnuda en el corazón del verano, un silbido 'atigueriao' y un piropo a la usanza antigua, una mesa de dominó con el brugal 'agachao', toda una paradoja con nombre propio: Haverstraw. Enclavada a la orilla de una empinada montaña cuya joven naturaleza, matizada por su ardorosa belleza primaveral y su desoladora tristeza cuando ya los árboles heridos del otoño gobiernan el paisaje, la Villa es una ciudad pequeña en territorio pero grande en la esplendidez de sus gentes y en la multicidad cultural que en ella gravita. Con una población mayoritariamente dominicana, tamborileña en verdad, y también boricua, esta comarca, cuyos orígenes se remontan al silgo XVIII, ha vivido diversas etapas que la han marcado secularmente. De haber sido bastión marítimo e industrial a principios de siglo pasado y escenario perfecto para la creación poética y literaria, por su cercanía con uno de los más históricos afluentes, esta localidad se ha convertido en cuna de una cada vez mayor comunidad latina, que ha contraído amores con esta tierra de primacías y encantos, acaso huyendo del Manhattan despiadado y brutal, de sus edificios sin fin y del galopante ritmo de vida que prevalece en aquella ciudad -la más estresante del mundo, según un reciente estudio-, y de la cual el notable poeta García Lorca dijo con justicia que es una selva de cemento, la gran mole de hierro en la que se refugian millones de luciérnagas con huesos que caminan y sobrevuelan por sobre los semáforos y pretenden ser tenidas por humanas. Es por ello que Haverstraw es codiciado por muchos, porque a pesar de su pequeñez, de sus calles estrechas y su fachada campestre -tan parecida a ese Carlos Díaz hoy colapsado y del que provienen la mayoría de sus habitantes-, constituye un resquicio de escape a las impagables multas newyorkinas, a los ensordecedores trenes y los largos tapones propios de la vida citadina. Fruto de esta realidad, en los últimos tiempos, los anglosajones han estado regresando en masas a Haverstraw, buscando la paz muerta de la ciudad. Aunque pacífica, la que ahora se advierte es una lucha entre etnias que procuran hacerse con el control del lugar. Mientras los hispanos pelean por hacer valer su forma de vida, con todo lo que ello implica, los Norteamericanos buscan reconquistar el espacio perdido en la comarca e instaurar de nuevo sus costumbres, lo cual paulatinamente va consumándose, sobre todo de la mano del reputado multimillonario judío Martin Gingsburg, quien junto a los nuevos moradores de la villa está ejerciendo alta presión sobre la clase política -impresionantemente representada por la minoría blanca que aquí vive- para que legislen en aras de arrinconar a los latinos y su cultura. Una reciente batalla fue librada, en donde una ala de la diregencia política más ortodoxa abogó a favor de los anglos, que prefieren las bodegas cerradas a la 1am como tarde y menos gente circulando por las calles durante la madrugada. Los pocos políticos dominicanos al mando, en una sorpresiva actitud, se alinearon con los blancos para imponer tales disposiciones, en menoscabo de su propia comunidad y sus gentes. Guacanagarix desde la tumba celebró grandemente, asume uno. Pero la comunidad levantada en pleno como pocas veces, la latina, paró en seco tal despropósito y, aunque hay una ley sancionada al tenor, las bodegas siguen abiertas hasta pasadas las 2am. Ahora hay que esperar los nuevos pasos que mudarán los gringos por hacerse con el control absoluto de este paraíso que ha sido escenario, apenas, del comienzo de una guerra que, aunque sigilosa aún, promete adquirir tonos más altos merced avancen los días.
Johan escribes bien de todo, leo tu relatos siempre por facebook. Tu pagina, es la mas de todas.
ResponderEliminarQue bueno cuando en la comunidad que vivimos podemos tener una buana calidad de vida excelente para los ninos,simpre manteniendo y respetando la leyes como deben de ser. Haversttraw es una sola familia todos el mundo se llevan bien en realidad es un pedasito de RD de los buenos, eso parese..
ResponderEliminaryo diria k es tamboril en new york i love haverstraw!!
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