El cielo parió bendiciones en el día de ayer. No hay que llorar sino antes bien reir por la bondad inmensa de Dios, que nos permitió desfilar por todo lo alto en Haverstraw, portando los mismos sueños redentores de Gregorio Luperón, ese gigante de nuestra historia. Quizás fue él quien lloró desde el cielo, pidiendo con su llanto el cese de la corrupción, el burdo saqueo y el descaro descomunal de la carcomida clase política actual que desgobierna a la República Dominicana. Yo ví a más de un político empapado con esas lágrimas. Ojalá reflexionaran algún día, para que en vez de la lluvia natural, el egregio artífice de la restauración haga llover el reclamado café de Juan Luis en nuestros campos, con todo y la jarina de yuca y queso blanco. Fueron muchos los que entendieron el mensaje, y por eso aguantaron estoicamente, imperturbables, el pertinaz aguacero que bañó al pueblo de Haverstraw, que es casi lo mismo que decir el Tamboril de Nueva York. Honraron así la memoria de uno de nuestros padres, la que debe ser rescatada haciendo valer de nuevo en dominicana los mismos valores por los que él y muchos otros héroes lucharon a sangre y fuego, ofrendando incluso sus vidas.
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