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Amigos en el bien y en el mal...


El amigo dudoso nunca te ha visto llorar;
el amigo seguro tiene los hombros empapados de tus lágrimas.
El amigo dudoso no sabe cómo se llaman tus padres;
el amigo seguro tiene sus datos anotados en su libreta de direcciones.
El amigo dudoso detesta que lo llames muy tarde en la noche;
el amigo seguro te pregunta por qué te demoraste tanto en llamar.
El amigo dudoso te busca para contarte sus problemas;
el amigo seguro te busca para ayudarte con los tuyos.
El amigo dudoso, cuando te visita, se porta como un invitado;
el amigo seguro, en tu hogar, se siente en casa.
El amigo dudoso piensa que la amistad se ha acabado cuando los dos se pelean; el amigo seguro sabe que no hay amistad que valga que no resista una buena pelea. El amigo dudoso espera que lo acompañes en las buenas y en las malas;
el amigo seguro te acompañará a ti, pase lo que pase.

Por Johan Rosario

Estas sentencias, compuestas por un autor desconocido, me traen a la memoria varios refranes afines. Algunos definen al amigo seguro; otros califican al dudoso.
Tal vez el más conocido de los que hacen distinción entre la amistad sincera y la fingida sea el refrán que dice: «Amigo en la adversidad es amigo de verdad». Los refranes sinónimos: «El buen amigo, en bien y en mal está contigo» y «El amigo leal, más que en el bien, te acompaña en el mal» nos recuerdan el voto nupcial «para bien o para mal» y, por consiguiente, que se espera que quienes se casan sean siempre muy buenos amigos. Y en la misma tónica Fray Alonso Remón, escritor español del siglo diecisiete, interpretó así uno de los Proverbios de Salomón: «No es mal ajeno el mal de tu amigo.» 1 ¡Qué bueno es disfrutar de amigos seguros! Pero ¿qué de los dudosos? El siguiente refrán los contempla: «Aunque Cristo para amigos los escogió, uno de los doce lo vendió, otro lo negó y otro no le creyó.» 2 En realidad ¿qué nos enseña ese rememorado caso? Que es posible que algunos amigos nos abandonen y hasta nos traicionen, como Judas Iscariote, pero que también es posible reconciliarnos con ellos después de una caída. Pues a Pedro, que lo negó, y a Tomás, que dudó de Él, Cristo les dijo que «nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos», 3 y en menos de veinticuatro horas la dio por ellos. Y esos dos amigos íntimos suyos se reconciliaron con él y posteriormente dieron la vida por él. Hay otro refrán que dice: «Buscando un amigo mi vida pasé; muriendo estoy de viejo, y no lo encontré.» 4 A todos los que se identifican con esa triste sentencia. Hay que saber apreciar a los buenos y malos amigos. A los buenos, porque valen su peso en oro, y a los malos, porque podemos intentar un cambio en ellos haciéndoles el bien.

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