El obispo católico del noroeste dominicano, Diómedes Espinal, ha dado a toda la isla una lección ético/política: ha pedido perdón al pueblo haitiano por las matanzas trujillistas de 1937. Una lección de valentía y humildad, pero también una lección de sabiduría. República Dominicana y Haití comparten una isla y buena parte de sus historias. Ha sido una historia contradictoria, salpicada de conflictos en ocasiones sangrientos. Pero también una historia de entendimientos y solidaridades que ha sido omitida por décadas debido a la prevalencia de las construcciones ideológicas trujillistas, esencialmente antihaitianas. Esta ideología ultranacionalista (que también existe del lado haitiano y se expresa como antidominicanismo) con sus constantes manipulaciones de las ideas y la información, ha sido un obstáculo para la formación de una agenda de dialogo y concertación de los actores económicos, sociales y políticos de ambos países. No se trata de que no existan problemas, y muy atendibles e importantes, pero son en muchas ocasiones problemas comunes en situaciones de naciones contiguas que comparten fronteras. Y que en otras latitudes han sido solucionados o al menos tratados abiertamente para avanzar en sus soluciones. Por esta razón ideológica/cultural, dominicanos y haitianos se han visto obligados a convivir y tratarse en medio de resentimientos y desconfianzas. Muchos dominicanos, por ejemplo, creen que los haitianos en el país son dos o tres millones, que protagonizan una invasión pacífica para reocupar toda la isla, y que aún proclaman en su constitución la invisibilidad política de la isla. Todo lo cual es pura mentira. No son menos ni menores
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