-Ficción-
Bostezando, cruzó el marchito enredado de uvas que separaba el zaguán del jardín. Se sentó en un banco de madera despellejada y comenzó a leer. Sostenía entre sus manos un diario. Era el diario de su padre. Apenas avanzó dos páginas se sentó erguido y dejó de bostezar. Sacó un cigarrillo del bolsillo de la camisa y, sin dejar de leer, lo encendió. Al deslizarse por los años de juventud de su progenitor soltó varias y sonoras carcajadas y cuando llegó al momento de en que conoció a su madre, una sombra tiñó su mirada. 'La había conocido ya embarazada.' Aquel hombre grandote, de mirada bondadosa y maneras contenidas no era su verdadero padre. Levantó la mirada, pensativo. Un aroma pesado y abusivo a uvas podridas se le hizo notorio. Trató de alejarlo del pensamiento con brusquedad y sin esperarlo, en ese instante, la voz de su padre regresó desde solo Dios sabe dónde. Pasó como una ligera brisa, sin dejar rastro, sin decir nada. Luego regresó al diario. Trató de centrarse, pero ya no podía leer más. Sentía que aquella revelación se había transfigurado en condena. En un castigo por hurgar una vida que no le pertenecía y decidió regresar al interior de la casa. —Te oí reír —dijo la esposa sentada junto a la chimenea—. ¿Qué cosas escribía tu padre ahí? —Ninguna de importancia —contestó él. Entonces dejó el diario entre las llamas y toda su amargura, su desazón, ardieron en aquella chimenea. Mientras las hojas ennegrecidas crepitaban desprendiendo llamaradas anaranjadas, dijo con voz apenas imperceptible. —Adiós, padre. (@Johan Rosario)
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